viernes, julio 12, 2013
Sabana de la Mar
El hombre se sentó en la cama deseando un tsunami. Miró a todas partes y comprobó que era su mujer la que roncaba como un camionero. Cualquiera la compra, y hace casi un año se puso de borracha a dar show bailando pegao con un italiano rarísimo en la boda de una amiga. Pensó en la palabra VULGAR.
Caminó hacia el baño. Cinco años de lo mismo. Debajo de la ducha pensó en las palabras TAEDIUM VITAE.
Sería bueno subirse a una guagua y visitar Sabana de la Mar. Le gustaba ese nombre. Julio Iglesias iba a Sabana de la Mar en helicóptero a comprar masa de cangrejo, ¿o era a Miches?
Salió del baño y buscó una corbata para el saco gris de los miércoles, recordó que era domingo. Hoy era el día para ir a comer con los suegros y la familia de la mujer. Hoy era el día para hablar de la historia del mueble y de niños superdotados que ya hablan por el celular. Hoy era el día para desaparecer.
En Sabana de la Mar anuncian a través de una bocina que se escucha en todo el pueblo cuando hay habichuelas blanditas en casa de doña Niña. Una sirena anuncia el atardecer, nunca un incendio.
Fue a la cocina y puso la greca. Encendió un cigarrillo ojeando el periódico. En Sabana de la Mar no tendría que deprimirse leyendo sobre ciudadanos atrapados entre atracadores y policías. Para un hombre con una maestría en Alta Gerencia de INTEC no debe ser dificil aprender a pescar criaturas marinas, olvidar, empezar otra vida. Lo importante es no sentir vergüenza por ser pescador; lo importante es no responder cuando un conocido te llame en la calle; lo importante es aprender a vivir en una cueva sin aire acondicionado pero con el mar en la ventana. Recordó a Pound: "I have seen fishermen picnicking in the sun..."
Saboreó el café como un condenado a muerte que ha sido liberado por ser inocente. Pensó que sólo necesitaría un bulto con pocas cosas, pararse en un cajero automático y sacar todo el dinero permitido, y ahí mismo romper las tarjetas. No podía llevarse el carro, no sería justo para ella ni para los pescadores. Podía seguir usando su nombre: Juan es cualquiera.
Debería escribir una nota de despedida, eso evitaría una búsqueda policial. Después de unos años, cuando su piel esté curtida por el sol, cuando haya perdido ciento cincuenta libras con su dieta de pescado, la llamaría por teléfono. La verdad es que no se iba por ella, era todo, era la ciudad, era él. Ella no lo seguiría; ella no dejaría este apartamento en Arroyo Hondo por un muelle con yolas de colores frente al mar. Ella era feliz.
Fue a la habitación, tomó el bulto rojo, echó par de jeans, par de t-shirts y unos tennis diesel nuevos: regalos de su mujer para ponerlo a la moda. Se iría en havaianas, también un regalo de su mujer, dejaría que sus pies aprendan a respirar en la calle. La mujer despertó, le sonrió.
-Buenos días lindo. ¿Qué haces?
-Me voy a vivir para Sabana de la Mar.
-No, otro día nos vamos; hoy tenemos que ir donde mamá, ta va hacer un pastelón de berenjena.
El hombre se pasó la mano por la barba, decidió afeitarse y empezó a vaciar el bulto: primero los t-shirts, luego los tennis diesel, y por último los jeans, que metió uno a uno en el gavetero, doblándolos como su mujer le enseñó a doblarlos.
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