miércoles, agosto 17, 2005

Faraonel goes to La 23 Bienal Nacional de Artes Visuales

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Toda la Pedro Henríquez Ureña te das cuenta de que en algún momento el faraón Leonel I de la dinastía Comesolum puede hacer acto de presencia en la Bienal Nacional de Artes Visuales: Guardias con armas largas, Amets creando tapones de horas, policías nerviosos e insolentes, ratones que dicen sus plegarias al arcoiris a través de una telaraña, los parqueos escasos, montículos cubiertos de retamas, dos árboles centenarios cortados, la sombra de una abeja frizada, el aire está inmóvil, qué lejos están los pájaros y las fuentes, esto sólo puede ser el fin del mundo al avanzar, me susurra Rimbaud mirando una nube de fuego rosa.

La fila para entrar te anuncia que un detector de metales, entiéndase armas, está funcionando. Todo el que tiene una mochila, bulto, fundas, computadora, será registrado por los rumores cada vez mayores de que Brutus quiere apuñalar a Julio César aun siendo su hijastro. El sueño de la madre del faraón en su cama de caoba en la Agustina es más preciso que el oráculo de Delfos.

Entras y ves que algunas instalaciones representando la mojiganga caminan con desdén hacia el jurado. Un pregonero del museo vocea: "A las instalaciones, por favor, que se queden en el espacio asignado, que el jurado se confunde...". Varias edecanes entregan abanicos para paliar el calor de la única planta abierta hasta la llegada del faraón. Un loco con el performance "Yo quiero caer preso" vocea cada dos minutos: "Oh Faraonel, bendícenos con tu presencia, que estamos desde las 7 esperándote y ya son las 9, ven a tus súbditos, que no quieren empezar el brindis y los niños están llorando por las cocacolas y los adultos por el vino que exhibe la mesa de los brindis, ven emperador, así sea escrito, así sea hecho..."

Por fin hace entrada el faraón. Una lluvia de dos aplausos de una mano quiere demostrar júbilo, el loco vocea: "Oh, llegó el faraón de todas las cosas que respiran, y que están muertas". La silla del faraón con el escudo, trasladada sobre los mullidos asientos en leather de una yipeta Navigator desde el castillo porque el faraón no puede sentarse en otra silla, ya fue limpiada y revisada para ver si tenía una uzi. El faraón, después de saludar como Nerón antes de prenderle fuego a Roma, se sienta y empiezan los discursos que nada tienen que ver con cultura y sí con política. Discursea la directora del museo, discursea el secretario de cultura, discursea una instalación de mil sillas plásticas una arriba de otra del colectivo de pseudo artistas Shampoo, discursean cuatro fotografías del hoyo de Baninter, discursea una fotografía de Pascal Macciarello desnudo y con una mano que es una rama hecha en photoshop, discursean mil tetas que chorrean leche materna sobre la arena de Raquel Paiewonski y que a pesar de que empieza a heder debería ganar el primer premio, discursea un coro vestido de griegos, discursean dos mimos que ante las obras hacen la reverencia de I'm not worthy de Wayne's World, discursea el merengue Compadre Pedro Juan...

El faraón corta la cinta dejando inaugurada con la bendición de los cielos y los mares y las moscas la Bienal. El faraón no se digna a mirar las obras, antes de irse se para en la puerta, como Calígula cuando nombró senador a su caballo, a escuchar las peticiones del cabildeo y nadie puede entrar ni salir ni acercarse a mil metros de Ra. El loco vocea: "Oh Faraonel, no nos dejes sin tu bendición, tú que eres el más grande artista de plástico del reino, tú que astutamente vendiste la CDE a los españoles crea una instalación eléctrica que acabe con los apagones..."

Habrá que volver a la Bienal para ver las obras cuando Faraonel no vaya, cuando los cortesanos no vayan, cuando no haya un detector de metales y cinco gorilas con trajes oscuros en la puerta del Museo de Arte Moderno haciéndote sentir como si fueras un palestino cruzando un checkpoint en la franja de Gaza.





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