martes, septiembre 20, 2005

Fall is here

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Llegó el otoño. Hojas que caen haciendo una alfombra de hojas. Brisa fría que te hace usar un abrigo cuello de tortuga. El sabor del chocolate caliente calentando tendones, huesos y alma. El rojo ocaso desesperado de una tarde de otoño en un parque rodeado de palomas y ardillas, extrañando a la mujer que amas.

Espérense un momento. Verdad que estamos en Santo Domingo. Aquí no existe eso. Aquí las ardillas son ratas, y grandes. Por poco y digo en espera de la primera nieve. Olvidaba que los dominicanos no tenemos esos cambios de estaciones. Están ahí, están en el mundo, uno los ve por televisión, pero a nosotros no nos llegan. Si acaso el sol se va unos minutos antes. Si acaso una mata de jabilla se le caen las hojas, pero no por el otoño, no, sino porque la cortan. Y así vemos como la gente continúa viviendo el calor todo el año. Y así vemos como las calles siguen, el año entero, atiborradas de personas buscando quién sabe qué.

Y es mejor así. Porque no tenemos energía eléctrica, si aquí nevara no se pudieran contar los muertos congelados, ni las fogatas. Este es un país donde anuncian un ciclón y mueren cuatro en el malecón recogiendo cangrejitos; una familia entera se ahogó en un carro debajo de un puente seco; caen dos gotas de agua y se inunda el Cibao, para no hablar de las cunetas; un teenager consigue una película de sexo, la pone porque sus padres no están, se va la luz y tiene que ir donde un pana que tiene planta, con el VCR debajo del brazo, y sacar la película antes que vuelvan sus padres; un hombre llega de Nueva York y se da un tiro abriendo una botella de cerveza con una pistola que le prestó un compadre para que no le robaran las cadenas. Bueno, eso nada tiene que ver con el clima ni los apagones, pero es increíble.

Aquí el cambio de estación sólo sucede en los escaparates de Acrópolis y otras tiendas manejadas por zares del comercio, o merlines, que no han quebrado con la situación de "Mierda qué fuerte tá eto" imperante en el país.

Los turistas nos envidian la playa el año entero. Ese mar tibio, ese regalo de Natura. Y tienen razón. Qué alegre son los dominicanos. Tal vez piensan que es por el clima. Tal vez es por eso. Aunque mejor sería decir cúanto bebemos los dominicanos. Bebemos, y como decía Chejov, se puede beber. Porque si no bebemos, ¿qué hacemos?

En los pueblos los cines han sido cerrados para dar paso a los colmadones. Aquí los únicos best sellers son El Monje que Vendió su Ferrari y el Código de Da Vinci. Aquí sólo leemos el periódico, los titulares. Aquí las obras de teatro se llaman ¿Qué sexo prefiere Javier?

No nos culpen. Esta ciudad es un apagón eterno con un eterno verano. Debemos llegar a nuestras casas borrachos para poder dormir con los mosquitos, y el calor, y la gasolina, y soñar con un otoño fresco, y, ¿eso es el sol que ya salió ahí?





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