martes, octubre 16, 2012

Lunch at Gula's


El domingo pasado tuve la encomienda de asistir a un almuerzo en la mansión de los señores Gula. Debo admitir que tanto el señor como la señora Gula no me eran totalmente desconocidos. Claro que he visto, quién no, las figuras de esta pareja en las páginas de Ritmo Racial y En Saciedad, así como en reportajes de televisión en programas como Gente Exitosa, sonrientes ante los flashes de los cronistas en uno que otro baile-cena de beneficencia, o de debutantes, de los clubes y organizaciones de la oligarquía. Debo la invitación a una buena amiga que, gracias a su trabajo de directora de la galería de arte "Lirios en el Agua", ha trabado amistad con los señores Gula. Esta buena amiga conoce el estado de mis finanzas, lo exiguo de mis fondos, así como mi hastío de comer comida rápida, o, mejor dicho, junk food, y de que para disfrutar de un almuerzo home made soy capaz de sentarme a la mesa con el mismo Lucifer. 

El menú de mis domingos, después que mi novia me botó como el perro que soy, es decir, tres años, consiste en pica pollo, pizza, hot dog, Mcdonald's y, cuando estoy en disposición de salir a más de una esquina, derretidos de queso amarillo en la Barra Payán. Cierto es que tengo una hermana en la ciudad y que bien pudiera pasar más a menudo por su casa a la hora de la comida; y que, además, mi hermana tiene una muchacha llamada Rossy, gorda, jovial y devota de la bachata, cuyas manos convierten un mangú, un arroz con habichuelas o un simple moro en platos gourmets. Pero, ay de mí, no menos cierto es que mi querida hermana, y en esto culpo a la estética anoréxica de este tiempo, no se conforma con pasar cuatro horas quemando calorías en el Body Shop, si no que le tiene prohibido a la querida Rossy cualquier toque de sal, aceite o sabor a las comidas. Ahora mismo se encuentra definiendo los músculos del abdomen y por lo tanto las actividades de freír, reír, guisar o sazonar están desahuciadas de la cocina. La consigna es hervir.

La mansión de los Gula se encuentra entre las residencias de millones de pesos en Arroyo Hondo. Después de pasar el semillero de casitas del barrio La Yuca, que infama la majestad verde de los árboles del Botánico como los tejidos muertos de un navajazo en la cara de una mujer, empiezan las paredes de cuatro metros pintadas de marrón. Parece un castillo diseñado por un ciego y un jugador de baloncesto. Todo es inmenso. Cámaras de seguridad en la entrada; un cupido gigante, con chorros de agua turbia, tal vez sidra o champagne, brotando de la boca, de la punta de la flecha y del bimbolo, corona la fuente rodeada de enanas matas de coco. Había una exhibición de Mercedes Benz y Lexus, los otros invitados habían llegado. Un helipuerto indicaba que era muy posible encontrarse en esta mansión al Presidente o a un banquero con una causa por desfalco pendiente de juicio. Un pingüino nos guió a través de un piso de ajedrez para cíclopes. Temí que en cualquier momento apareciera un caballero medieval confundiéndonos con peones. Hasta nosotros llegaba el verano de Vivaldi.

—Las cuatro estaciones son las favoritas en bodas y bautizos—dijo mi amiga moviendo los brazos al ritmo de los violines del verano. Todo el camino me sentí abrumado por la profusión de cuadros en las paredes. Las imágenes no cabían en mis párpados. Estaba seguro que iba a tener pesadillas. Retratos de viejos fumando cachimbos, framboyanes de flores amarillas y rojas, toreros con toros muertos, caballos voladores blancos y moteados; imitaciones de Rembrants, de Picassos, La Monalisa; originales de Oviedo, de Bidó, de Pérez; ballenas apareándose con tortugas, barcos en atardeceres de Marte, mujeres desnudas rodeadas de leopardos: una quimioterapia visual. Lo único en común era el tamaño, colosal.

—Por fin llegas dal ling—nos recibió una señora alta y flaca besando a mi amiga dos veces a la manera europea. Un conjunto blanco con manchas negras, o negro con manchas blancas, como un dálmata; un peinado que tomé por un gorro del desierto de la legión extranjera: cabellos rojos en visera y el resto en tenaz línea recta hasta los hombros.
—Mi amigo poeta—dijo mi amiga para darme cuerda recibiendo un pellizco en la nalga derecha.
—Un placer moncheguí—dijo la señora Gula, tomándome las manos y plantándome dos besos sonoros en las mejillas, muy cerca de la boca. Me miró de arriba abajo y con la mano derecha limpió el pintalabios de mi cara—. Uy, pero los poeta ahora son very janson, ¿rait monamú? Me en can ta, jajajajajajajaja.

Parece que la doña estaba happy. Nos confesó que ingirió el primer screwdriver a las ocho y media. Nos tomó a cada uno de la mano y, como mamá gallina, nos fue presentando a los otros animales del corral. Todos levantaban el trago en señal de mucho gusto, es un placer, me da tres pitos. Una mesa de billar en el centro y cien sillones estilo Luis XV o XIV con mesas de mármol debajo de lámparas en vitrales católicos completaban el mobiliario. Un Cardenal, con cara de demonio, y un funcionario público, acusado de traficar con haitianos, jugaban una partida amistosa. Por la cara del funcionario pude comprobar que el Cardenal le estaba dando una pela. La bola 8 quedaba sobre la mesa, el Cardenal afinó el tiro, la metió limpiamente en una boca del medio.

—Perdió mi querido Cardenal—dijo el funcionario.
—¿Cómo que perdí?
—Sí, uté debió metela en la boca de allá abajo donde metió la última bola, no en la del medio—argumentó el funcionario señalando la boca exigida con el cigarro en la mano.
—MIRE CARAJO, NO FUE ESO LO QUE ACORDAMOS—bramó el Cardenal moviendo el taco—. Dijimo que la bola 8 en cualquier boca.
—No señor, así sí e fácil, con razón ganó.
—¿USSTEDD ESTÁ LOCO? A USTED YO LE GANO CON LO SOJOS CERRADOS Y DÁNDOLE UNA VENTAJA DE CINCO BOLAS, DEBAJO DE ESSSTA SOTANA HAY UN JUGADOR DE BILLAR CARAJO—rugió el Cardenal opacando a Vivaldi. Inmediatamente se hizo una rueda alrededor de los jugadores. Trataban de calmar los ánimos. Ninguno daba su brazo a torcer.
—SI USSTEDD QUIERE NO PAGUE, PERO ADDDMITA QUE PERDIÓ—exigió el Cardenal al funcionario.
—¿Y UTÉ CREE QUE E POR LO MIL MISERABLE PESITO ESO? E POR UNA CUETIÓN DE HONOR. LO RETO A UNA DE VENTE MIL PA QUE UTÉ VEA—clamó el funcionario sacando una papeleta de dos mil pesos y quemándola frente a todos.
—Señore señores, eto e una reunión de amigo—rogó un gordo con chacabana que resultó ser el señor Gula: bigotes afeitados con una precisión de horas, cabellos que revelaban un trasplante en Miami, pantalón de lino crema y zapatos de golf en dos tonos de marrón, cejas depiladas—. Vamo, vamo Cardenal, no se ponga así, yo le pago la apueta.
—NO SEÑOR, NO LO ACETO, EL CARDENAL PERDIÓ BIEN PERDÍO—exclamó el funcionario. Varios comensales tuvieron que interponerse entre el funcionario y la rabia del Cardenal con el taco. Forcejeo y taconeo. El señor Gula se llevó al Cardenal, abrazando la sotana fuera del salón. Algunos hombres trataron de calmar al funcionario, tú ganate pero por favor deja eso así. Después de este episodio me dirigí al bar y le pedí al mozo varias copas de vino que bebí parado ahí mismo. Feliz me acerqué a mi amiga que conversaba con la señora Gula.

—¿Tienes algo pa eta paré? Quiero llevarme etos perros pa mi habitación, me en can tan—dijo mirando el cuadro con cinco cachorros dálmatas metidos en una cesta de mimbre con los ojos grandes y llorosos como los niños huérfanos del tercer mundo en los anuncios de adopción por 10 dólares de la televisión gringa.
—Claro—dijo mi amiga sin pensarlo, olfateando la comisión.
—Pero yo quiero algo con animale, pueden ser gallo o jirafa, ¿tienes algo con jirafa? Los animale con mancha me en can tan—confesó bebiendo su screwdriver hasta el sonido de los hielos.
—Creo que con jirafas no, pero me quedan unos gallos de Pérez.
—Bueno, los gallo tan bien, pasaré el monday por allá, resérvamelo, aunque, no sé, nunca he vito ma de do gallos en los cuadro de Guillo—dijo la señora Gula dudando, después abrió los ojos ante una choque de neuronas—. Mejor háblate con Guillo y dile que me pinte cinco gallo, dos peleando y lo sotro mirando a ver quién gana, y arriba un sol, en esta paré caben bien…
—Claro, voy a ver, no se preocupe—dijo mi amiga mirándome, con una risita de mercader en los labios. Le tiré un beso y caminé hacia el bar. Un militar con muchas rayas hablaba con dos señores que parecían estereotipos de mafiosos de New Jersey:

—Leña y má leña e que hay que dale, ¿utede creen que hacé una marcha con un hombre muerto de hambre, maquillao como si etuviera agolpeao, con una camiseta rompía que dice "REPÚBLICA DOMINICANA", y una antorcha en la mano que parece la antorcha olímpica; con otro hombre gordo con guante de boxeo con una camiseta que dice "COMESOLO", dándole golpe al muerto de hambre y atrá un molote de agitadore cargando un caldero negro, dique el pebetero olímpico, voceando "ABAJO EL GOBIERNO", e una buena imagen pa los turista que vinieron a difruta de nuetras linda playas? No, señore, leña y ma leña hay que dale a ese grupo de comunita...
—La antorcha del hambre mi general—dijo sonriendo un señor con lentes dorados.
—Bueno, pero eso e mejor que un carro bomba—me escuché decir a mí mismo en voz alta, asombrado. Todos me miraron y por suerte entró el señor Gula con el Cardenal en ese momento. Se acercaron al funcionario del billar, abrazos y palmadas. Una voz apagó a Vivaldi: "El PUELCO TA SELVÍO".


(Oct 2005/2012)





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