viernes, mayo 19, 2006

A Hard Day's Life


Henry llega a su primer trabajo a las seis de la mañana. Entra al cuartico de paredes con grietas al lado de la planta de emergencias y saca la manguera. Silbando una bachata rocía la acera minuciosamente; trata de quitar esa mancha de aceite en el adoquín del parqueo que dejó el Honda 70 del sereno de la madrugada. Más tarde irá al frutero de la esquina a comerse una piña untada de miel con creole.

La frente de Henry está hundida: a los 4 años sus hermanas lo tomaron como un juguete haciéndolo resbalar entre risas y gritos por todo el piso mojado hasta que encontró la pata de una mesa de hierro. Después de 10 años de inyecciones y dieta hoy no sufre de dolores de cabeza, sólo regresan cuando pasa mucha hambre.

Henry se lleva bien con todo el edificio, excepto con el retirado guardia trujillista. El guardia se pasa el día sin hacer nada, mirando por el ojo de la puerta cuando Henry pasa abrazado de una de las sirvientas que le ofrece las pechugas y los muslos del pollo de los señores. Las tiene cautivadas a todas, incluso a Yvonirys, la mulata linda del 4b a la que el guardia mira de reojo deseando regresar a sus primeros 25 años, a su uniforme de teniente, a la impunidad.

—Imagínese Don Dino, un guardia retirao sin na que hacé en to el santo día se la pasa bucando la paja en el ojo ajeno, porque amigo, póngase hacé algo, salga a caminá, mire una novela, dé lata por teléfono, aprenda alemán, hágase un pedicuri, vuélvase ebanita, pódese to lo pelo del cuerpo, métase a evangélico, váyase a ve vaca pal campo, pero no e saludable que un hombre se pase to el santo día mirando por el ojo de una puerta, santísimo...

Henry llega a su segundo trabajo a las siete de la noche. Friega platos, pela papas, pica apio y aprende italiano y recetas de pastas con el dueño/chef del pequeño restaurant cerca de la universidad católica. El dueño/chef lo aprecia, uno puede verlo en el interés con que le explica "una determinata quantidad di ajo e sempre necesaria", "el aceite di oliva e el migliore amico del chef", "il sapore di pimienta e sobreetimata".

Henry llega a su casa, cuando no lo asaltan en un carro público, a la una de la madrugada: un descanso de cuatro horas. Entra a la habitación despacio, sin ruidos, tratando de esquivar esa silla, evitando tropezar con esos zapatos para no despertar a su papá siempre despierto. La decrepitud entre sábanas amarillas mira a su hijo, nota el cansancio en la silueta con olor a condimentos y, como cada madrugada, en silencio, le ruega a Dios por un milagro de seis números para el sábado, o para el miércoles.





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