martes, julio 04, 2006

Smells like Madness

El primer lunes de julio a las tres de la tarde la Lincoln con 27 es un cuadrado de calor con una manada de policías deteniendo el tránsito de la 27 para que pase en medio de una retahíla de maldiciones y bocinas el vicepresidente de la república en su flamante vehículo con placa 02. En una esquina está el Supermercado Nacional; en otra esquina un dealer de carros; en otra esquina UNICENTRO Plaza con su asomo de ruina; en otra esquina un edificio casi demolido. Pero ven acá, en el segundo piso de esa estructura a punto de derrumbarse hay gente; sí, es un negocio, veo a un hombre asomarse y mirar para la calle cuando el freezer gigante de la cerveza Presidente se abre dejando salir el aparente aire condensado.

Me acerco a los escombros de varilla y cemento. Me acerco a los escalones. ¿A qué hiede? Hiede a orines. Hiede a comida putrefacta. Hiede a mierda. Al principio de los escalones un líquido que asumo es miao, más allá un basurero donde sobresalen miles de envolturas de skimice. Paso sin tocar nada y subo al segundo piso. Allí, en medio de boards de teléfonos, de televisores descuartizados, de osamentas eléctricas, vegetan hombres que han creado un submundo donde viven en otra época.

—Yo soy Gregorio, yo tengo aquí en EFELCO má de 20 año, eso sinifica Efetos Elétricos y de Comunicación, fuimo lo primero en ativar beeper en el paí y un día llegamo a trabajá honradamente y nos topamo con que habían demolío la mitad del edificio, imagínate, fuimo corriendo y pusimo la denuncia, sometimo el abuso, y ello decían que nosotro no pagábamo, pero yo tengo todos mi recibo del Banco Agrícola, porque ahí e que tenemo que pagá ahora, yo soy de Moca y vivo en Herrera.

Así habla Gregorio mientras limpia inútilmente, con una brocha gorda, un board del primer modelo de teléfono inalámbrico que llegó al país. De vez en cuando mira hacia la calle, atiborrada de carros alemanes, por la ventana abierta. En otra área de este cementerio de transistores otro hombre suda tratando de soldar, sin estaño, un diodo detrás de una pantalla de un televisor a blanco y negro. Todo él está rodeado de polvo, de bajo voltaje, de desolación.

—Yo soy Germán, epérate un momento, DILE QUE YO LO LLAMO AHORA, bueno, la cosa no ta fácil, yo debo dos mese del colegio de lo sijo mío, y tengo que pagá porque hay que bucá la nota, sí, vinién y tumbaron ete edificio con uno adentro, y dique que le dieron 300 mil peso al que era abogado de nosotro, ¿por qué esa mujer no habla con uno mejor?, que se siente hablá con nosotro y pregunte lo que queremo, que sepan que aquí hay má de dos millone de peso en aparato de cliente, hay tre habitacione llena de teléfono ahí, que yo tengo cliente que viven en la Anacaona y los Cacicago, yo soy de San Francico y vivo en Invivienda, de aquel lao del puente, ah mira, llegó el otro socio, Fabio.

—Yo soy Fabio, soy maetro contrutor.

Aquí el aire está detenido esperando un derrumbe. Aquí el agua es una cubeta con larvas de mosquitos. Qué lejos está el presente entre estos hombres aferrados a un contrato de renta limitada. Qué lejos está el funcionamiento entre estos alambres conectados a circuitos obsoletos. ¿A qué hiede? Hiede a peligro. Hiede a miseria. Hiede a demencia.

Bajo los escalones aguantando la respiración; ya afuera recibo con alegría el aire con smog de la realidad. Un hombre se acerca vendiendo un nuevo adorno en la calle dominicana: "Flor de Caña Brava", me dice con una sonrisa de dientes que, ¿cuál es la palabra?, ah sí, brillan.






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