martes, marzo 27, 2007

El Entierro de ASOMOCONMAR

Transport, motor rails and tramlines
Starting then stopping
Taking off and landing
The emptiest of feeling.
Radiohead.


El miércoles murió el miembro 19 de la Asociación de Motoconchistas del Mar. Un camioncito Daihatsu, azul porque todos son azules, de esos que transportan cerdos y plátanos y guardias y haitianos a mil, lo encontró de frente camino a su casa en La Caleta.

Dicen quienes presenciaron el choque que el 19 iba como en el limbo, que el Daihatsu tocó la bocina de vicio sin disminuir la velocidad, que hizo todo lo que pudo para evitar el desastre, pero que el 19 tenía lo que ellos llaman el Mal de Avión. Les sucede a menudo a quienes transitan esta autopista cercada por este mar del Este.

Si es al atardecer no se puede mirar el cielo, moteado de violeta y amarillo y rosado, porque se choca o se entra al mar. En una motocicleta es peor. La brisa de sal te pega en la cara, no oyes bocinas, no ves cambios de luces, te vuelve imbécil. Lo llaman Mal de Avión por la cercanía del aeropuerto, más de uno despega con cada 747.

En fin, el Daihatsu bateó al 19 cerca de La Caleta. ASOMOCONMAR tuvo sesión extraordinaria el mismo miércoles en la noche y como sucede en los días de desgracias la solidaridad, de mano con el morbo, atrajo a todos los 29 miembros, perdón, 28.

Discutieron el arreglo del motor. Al 19 lo recogieron con cucharita, pellejo a pellejo, el Honda 70 podrá volver al trabajo el lunes conducido por el cuñado. 2 fotos 2x2 y 125 pesos lo convertirían en el miembro 30, oficialmente.

Otro punto fue la colecta para el entierro. El día no había sido bueno para el negocio de transportar turistas en motocicletas desde hoteles baratos hasta las playas de Boca Chica, Embassy, Bayahibe, por lo que el ataúd tuvo que ser de medio uso.

Para el cortejo fúnebre decidieron utilizar el arma inventada por el miembro 11, al que todos llamaban El Ingeniero por haber trabajado de mensajero en una Constructora y, sin permiso de Ingenieros Públicos Autorizados, siempre vestir botas, jeans y camisas de cuadros mangas cortas.

Este invento consistió en dos tubos de acero, huecos, soldados con varillas que hicieron de superficie para amarrar el ataúd. Los tubos se engancharon a cuatro motocicletas y El Ingeniero daba las instrucciones de velocidad y dirección. Un suicidio colectivo al que llamaron Motorroza. El nombre fue acogido casi por unanimidad: El encargado de escribir las pancartas explicó el matrimonio de Motor con Carroza; la otra tendencia encabezada por el miembro 28, un azuano medio loco, pugnaba por Motorreta.

Por último decidieron dar el honor del franqueo al Ingeniero. No quiso formar parte de la Motorroza para supervisar su desplazamiento. Iría marcando el paso al frente, a los lados, atrás. Rifaron los 4 aviadores cuando los miembros 1, 2, 3 y 4 rechazaron la designación por antigüedad.

No habiendo otro punto que tratar, siendo las 11:45 de la noche, se declararon cerrados los trabajos levantándose acta firmada, en señal de conformidad con su contenido, por todos los miembros concurrentes. El secretario dio por exitosa y terminada la sesión y se fueron para sus hogares, algunos tristes, algunos entusiasmados.

El jueves en la tarde las moscas atiborraban la casa del 19. El velorio empezó a ponerse bueno como a las 4. Le dieron valium con ron a la viuda y cayó en coma. A veces despertaba en el 1978, en Bonao, pelando plátanos en la cocina del viejo Sabá, escuchando a los macotoros llamando lluvia y reía como una loca. El Ingeniero tomó el control. Llamó con discreción a las esposas, habían venido con sus hijos, conduciéndolas a la cocina. Todas querían ser la viuda suplente. De repente no hubo mano sin vasito de café, sin galletas, niño que no jodiera, botella de ron que no se acabara en una sola ronda en la sala, en las habitaciones, en la galería, donde el calor y los hombres hablaban tan duro que hicieron reír a la viuda varias veces. Discutían de política. La velada terminó con los epítetos Comesolo y Ladrón.

En la calle todos olvidaron el cadáver al ver la Motorroza, antes estacionada en el patio para evitar protagonismo. Los aviadores se fajaron. La pintaron, le colocaron dos pencas en las esquinas traseras. El rectángulo donde pusieron el ataúd parecía sólido. De ambos lados letreros: "NOS TAN MATANDO."

El Ingeniero estaba en todas partes: Brindando con el escuadrón de los 4 kamikazes con sake mate de caña; coordinando las medidas antiprotectoras de montar más de 3 adultos y un niño pequeño en una motocicleta con menos de 125cc; amarrando el ataúd; encendiendo su motor; usando sus brazos como direccionales hacia el cementerio de La Caleta.

El recorrido, triunfal, fue largo y terrible. La Motorroza se enchivaba a cada rato. No había llovido en semanas, pero los camiones no secan la arena que sacan de la playa y van regando mar hasta Las Américas. Los que viven aquí están acostumbrados al lodo.

Ya en el cementerio había un mini molote. Los vecinos de los muertos sacaban cabezas para observar al nuevo inquilino. El Ingeniero, enardecido, pidió tres minutos de silencio...

Al minuto y medio comenzó una arenga sobre la frecuencia de las tragedias entre los miembros; el miembro 28 otra culpando al gobierno hasta de la Vaca Loca:
─Hay que llevar ABAJO EL GOBIERNO esta protesta silente ABAJO EL GOBIERNO hasta Boca Chica ABAJO EL GOBIERNO y más allá ABAJO EL GOBIERNO...

La frente brillaba de sudor, se subió los jeans, se subió al Yamaha, voceó algo a alguien y, seguido por la Motorroza con el 19, seguido por todos, arrancó con el atardecer, a cero milla.

Llegaron a Las Américas justo a tiempo para tomar el vuelo de las 6:45 a Nueva York.

Arriba American Airlines y, como la imagen de un espejo bizarro, abajo ASOMOCONMAR. La misma formación en flecha hacia lo inevitable: Viento, olas, melancolía, camión. Sólo se salvó El Ingeniero.






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