jueves, marzo 01, 2007

Through a three inches glass

A través de un vidrio de tres pulgadas el dominicano ve la lluvia caer sobre la fealdad industrial del Bruckner Boulevard. La oscuridad prematura enciende el letrero que tiene una flor verde, amarilla y blanca como el logo de una corporación petrolera. El operario supuesto a sustituirlo no vendrá, encontraron al tío con un puñal enterrado en el pecho hasta el mango como en una novela de Malraux; y ya tiene catorce horas de:

—20 on pump 5
—a pack of Newport
—how much is that windshield washer?
—15 on pump 6
—7 on pump 1
—5 dollars megamillion, what? No lotto here? But it's 267 millions this friday
—40 on that Navigator
—35 on pump 3
—I try to enter my zip code on pump 2 and it just stopped
—5 on pump 5
—how do I get to Cross Bronx?
—A pack of Newport.

"¿Qué tará haciendo Mariela ahora mimo?", piensa. Allá en Bonao las tres de la tarde son inmorales, tapándole la boca para no despertar al niño, sus dientes marcados en la palma y en el dorso de la mano derecha. "Dio mío qué rapido pasaron eso vente día." Más de un año desde que sintió la felicidad de aterrizar en el aeropuerto de Santiago, recibido por Mariela y una caravana de amigos que, a sus ojos, envejecieron diez años en dos años.

Mr. Cadillac lo desespera. Cada tarde viene a comprar su cigarro Copacabana from Nicaragua. Debe pasarle la caja entera para una revisión de tacto y olfato, uno por uno, y la fila creciendo en la lluvia. Mr. Cadillac se toma su tiempo para decidir, aprovechándose de su condición de senior citizen. Es su momento debajo de las luces; poco importan los "Hurry up Pops" detrás de él.

El dominicano no se engaña. Recuerda muy bien las miserias sufridas siendo supervisor de una Zona Franca Coreana en Bonao. Deudas de arroz y habichuelas, ropas usadas, ni soñar con un fin de semana en un resort de Puerto Plata. Aquí en Nueva York sólo es un operario en una estación de gasolina y, sin embargo, come mucha carne, camarones; compra ropa para Mariela, para el niño, para él, guardándolas con sus etiquetas en una maleta; paga su habitación, paga biles; y envía su remesa. Claro, trabajar más de doce horas seis días a la semana ayuda, se siente cansado todo el tiempo, más bruto, pero qué efímera alegría cuando cobra esos dólares. Algunas veces al atravesar el puente peatonal sobre Elder se para en el medio, mira los edificios marrones, los grandes carros nuevos perdiéndose a toda velocidad hacia la neblina de White Plains y grita: "NUEBA YOR AQUI TOY."

El dominicano no sabe qué clase de droga usan estos dos gringos, pero no debe estar aprobada por ningún Control de Calidad. Tarde tras tarde los ha visto deteriorarse; sus llagas en la cara, en las orejas, en el cuello, son huellas del sadomasoquismo individual y mutuo. Al carro le ha pasado lo mismo: llegó nuevo desde Vermont y ya parece que una horda de dementes le entró a batazos perdonando sólo a los vidrios. Le ha dicho al hombre que no puede poner la manguera antes de pagar, que la computadora beep beep beep beep; es hablarle a un fantasma sólo apegado a esta dimensión por la promesa de una jeringuilla al atardecer.

Todo fue tan rápido. "Vamo a casa de mi novia a comeno una epaguetada que ella tiene una hermana y tan sola en la casa", le dijo Isaías. Antes de dos meses Mariela tuvo que mudarse con él en la casa materna, en el vientre latiendo el argumento predecible de una telenovela mexicana. Y ahora llega el tiempo de las dudas; no sobre él, él ha sido fiel, sólo trabaja con hombres y como nunca lo van a confundir con Brad Pitt la única vez que en el subway le dijeron "You're sexy, can I have your phone number?" la voz salió de una boca con bigote denso propiedad de un hombre muy alto con pinta de mecánico.

El dominicano, sin la ayuda de Schopenhauer, se acostumbró a este rectángulo de vidrio, a considerar al mundo como a una prisión, una colonia penal con sus maldades atenuadas por la compañía de otros prisioneros, por el amor de Mariela, desnuda, acostada con una almohada en la baja espalda para levantar el toto hacia un hombre negro con gafas, con grasa en los cabellos, una versión aún más sórdida de Jermaine Jackson quien le acerca con vivo placer la candela de su cigarro a los pezones y al ombligo y a la semilla y a "WAKE UP BOY, GIVE ME MY COPACABANA" le grita Mr. Cadillac golpeando con sus llaves el vidrio de tres pulgadas, mirándolo con el desdén de un cazador retirado hacia un anónimo perro khaki en exhibición en una jaula del Bronx Zoo. Tal vez no, tal vez lo mira de otra forma y yo no sé describirlo.





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