jueves, abril 12, 2007

The Lost Coat

El hombre abre los ojos y su primer pensamiento es marítimo; el segundo es un dolor de cabeza; el tercero es una úlcera; el cuarto es un pie torcido; el quinto es la muerte de Vonnegut; el sexto es desasosiego por la pérdida de un amigo más fiel que un perro. Un amigo que, sin necesitar que se le recoja la mierda, le ayudó a pasar su primer invierno en Nueva York, protegiéndolo de las tormentas de nieve, del viento de hielo, de la lluvia y los granizos. "Ay ay ay ayyyyyyy, qué fuerte boté el cou", se lamenta en voz alta, tapando los ojos, en vergüenza, con la mano derecha mientras con el pulgar y el índice aprieta sus sienes.

Qué terrible sensación no recordar eventos recientes, de apenas horas. Tratar de unir momentos para rehacer la continuidad de la noche, obteniendo flashes, antes es después y después es nunca, que incrementan la incertidumbre.

Come in.
Careful with those darts honey.
Look at that, a massage line.
Don't smoke near that pregnant girl.
You're talking in spanish to everybody, and very fast too.
Please to meet you.
Where the hell are all the coats?
Let's walk fast.
Yes, it's really chilly out here.
Look, we're there.
That red tree has to be plastic.
Where are you from?
London.
Panic on the streets of London.
And you?
Santo Domingo.
What a coincidence.
I'm sorry.
Who the hell likes balloons?
I think I stink.
It's not you, it's the singer.
What's that?
A very big party.
I told you.
Look at the ceiling.
Look at the floor.
Look at the glass.
Let's get through that door.
Yeah, I can smell.
You don't have to go to the bathroom, come on, I'll show you.
Nobody cares.
I think I am up there that chandelier.

El hombre recuerda por último unos escalones de metal; naranjas al lado de una botella roja; en la penumbra, los ojos de una amiga que no perdona; una estación de tren, un mapa electrónico, pero no el trayecto; la voz querida de una amiga desde Punta Cana; el amanecer en Pelham Bay Park cuando el frío le obliga a extrañar su abrigo perdido, no, olvidado, posiblemente al lado de una cuenta en algún bar del East Side.

"Ay ay ay ayyyyyyy, qué fuerte boté el cou", le confiesa a su tío por teléfono.
"¿Que botate el cou?", repite el tío como un loro, ansioso por acabar la conversación para llamar a varios estados norteamericanos y a la isla. El tío es taxista; el día entero detrás de un guía recorriendo una y otra vez los mismos lugares horribles, con un celular gratis los fines de semana, provoca en él una indiscreción sólo comparable a su aburrimiento.

"¿Que botate el cou?", llama su mamá desde Tennesse.
"¿Que botate el cou?", llama una tía desde Providence.
"¿Que botate el cou?", llama su abuela desde Bonao.
"¿Que botate el cou?", llama una prima desde New Jersey, invitándolo a vivir con ella, aunque no debe beber porque maneja un bus escolar vive una vida buena allá, bien rica, bien chévere.

A ninguna le importa el abrigo, detrás de la misma pregunta, de la misma inflexión de voz, está el temor de saber que su hijosobrinonietoprimo anda inconsciente, vulnerable, en medio de una horda de dementes, borrachos, tecatos, prostitutas, pederastas, centauros, chulos, payasos, onanistas, satánicos, ninfas, asesinos, violadores, ladrones, medusas, terroristas, policías, narcos, racistas, vampiros, republicanos peinando las madrugadas newyorkinas en busca de víctimas vírgenes y promiscuas para sus sacrificios a Baco.

El hombre tiene la edad de conmoverse ante las demostraciones de amor genuino, a todas les dice te quiero mucho y trata de volver a dormir, con la esperanza de despertar sin el malestar y el letargo de la resaca, o sin sentir, en las palabras de Thomas Mann, esta desilusión y este doble vacío con que pagamos la intoxicación y los excesos.





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