jueves, mayo 31, 2007
Financial Bodega
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Los empleados de los Check Cashings, por lo menos en el Bronx, son latinos y negros. Y los clientes también son latinos y negros. Nadie sabe quién fue primero, si el empleado o el cliente, pero evidentemente uno atrajo al otro. Y es que los inmigrantes pobres tenemos miedo de las poderosas instituciones vinculadas estrechamente al sistema, esa ubicua abstracción de autoridad que un día te ayuda y al otro te deporta. Por nada del mundo queremos entrar a uno de esos bancos parecidos a catedrales con candelabros antiguos colgando del techo, murales de museos y una solemnidad que te obliga a susurrar. Para nosotros es más cómodo ir a un ventorrillo donde siempre hace mucha calor o mucho frío porque el aire acondicionado ya ha adoptado un temperamento caribeño; donde en la fila la gente vocea como si estuviera en una gallera y se disfruta de la indiscreción latina cuando el sujeto injuriado no es uno; donde se puede venir en la madrugada porque está abierto las 24 horas hasta los días feriados; donde una mujer con ojos de manicomio le grita al cajero con pinta de chulo obscenidades capaces de sonrojar a un chulo verdadero y uno espera que el cajero empiece a gritar también pero mejor cierra su caja con estrépito sin pedirle permiso al supervisor que finge hablar por teléfono y uno teme lo peor al verlo salir decidido con los puños cerrados y dirigirse como un toro hacia la mujer que continúa gritando ya histérica y el cajero agarra a la mujer del brazo y la arrastra al carro y la monta en el asiento del pasajero cuidando que no se golpeé la cabeza y él se monta golpeándose la cabeza y el carro arranca guayando goma sale del parqueo dejando un mal sabor en los paladares de los mirones induciendo a un viejo exclamar ante este despliegue de mal gusto: ¡Por el amor de Dio, dale aunque sea una galleta a esa loca!
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