miércoles, octubre 17, 2012
A Dog's Post
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"Lolo" fue el nombre que le dio el niño. Así lo llamaba cada vez que quería jugar con él, que quería acariciarlo. Nunca le dio comida, en esa casa la comida ni siquiera alcanzaba para los tres hermanos y la mamá; pero el perro lo amaba igual. Además, siempre ha sabido buscársela; arranca para el mercado y entre la basura y el lodo descubre intestinos de pollo, pezuñas de vaca y chivo, y claro, alguna parte del cerdo. La semana pasada el perro volvió a quedarse sin nombre, regresó a su antigua condición anónima. Julio César y José Julio, de 9 años, y su hermanita Altagracia, de 11, murieron convertidos en antorchas y gritos infinitos cuando una vela extendió su débil llama a un mantel con manchas, a unas cortinas de polvo, a unas tablas con comején. Si el cielo existe, cosa que deseo con toda mi alma, esos niños se acostumbran a la felicidad eterna entre flores amarillas, unicornios y cotorras.
Algunos culpan a la vela, otros a la mamá, trancó la puerta cuando salió a hacer unas diligencias que las malas lenguas clasifican como prostitución. Nadie culpa al gobierno, nadie habla de que robar el dinero del pueblo no es sólo robar, es asesinar, porque si todo ese dinero robado día por día llegara a las áreas necesitadas el problema de la electricidad, y tantos otros, dejarían de ser temas de conversación y causas de tragedias en la República Dominicana. Sin apagones, esa infame vela nunca hubiese estado encendida.
Presidente Leonel Fernández, your nothingness, Faraonel, la responsabilidad no se delega: usted quemó a esos niños en Villa Altagracia. Si el infierno existe, cosa que deseo con toda mi alma, usted tiene una inmensa hoguera eterna esperándolo, dese prisa y muérase.
Lolo, digo, el anónimo perro khaki busca entre las cenizas, encuentra no sé el qué, se pasa la noche aullando.
Picture by Jaime Guerra
(junio 2007)
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