lunes, enero 23, 2012

Dreaming of OJ


John D. estaba visitando los cayos de la Florida; el sol de la tarde, después del ciclón de la mañana, brillaba blanco en el cielo y en el mar con intensidad que abrumaba. Iba en un taxi pirata de oro manejado por OJ Simpson.

OJ lo llevó, a través de una carretera azul, hacia una pescadería donde los pescados hablaban con los clientes; había un mero particularmente simpático que se mantuvo haciendo chistes Knock Knock Who’s There? hasta que una clienta cabellos de plata requirió su cabeza para una sopa.

John D. y OJ recorrieron varios lugares de la zona, escogidos por los ancianos con boinas para retirarse a descansar del ajetreo de 50 años de trabajo. Tampa, Orlando, el cementerio. En el cementerio, sobre una lápida con su nombre, dos estatuas rojas jugaban parché chino con las vidas de los madrugadores.

OJ llevó a John D. a una casa de madera, sin pintar, adornada con maracas. Una vieja esperaba debajo de un framboyán fumando marihuana en una manzana. “Lo siento mucho querido OJ, pero tengo que entregarte esta citación”, dijo la vieja dejando caer sus brazos. “Ahora todomundo en este lugar es alguacil, hasta mi abuela”, dijo OJ hojeando los papeles. “Mira eso, me embargaron el almacén lleno de Biblias y crucifijos.”

John D. despertó, recordó que de niño su abuela lo vestía con chacabana amarilla de cuatro bolsillos, y lo llevaba a la misa del Gallo, y allí, en el altar, lo obligaban a leer el libro de Job, actuando las voces ludópatas de Dios y el Diablo ante los ojos atónitos de los madrugadores.





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