domingo, diciembre 14, 2008

Dominican Twilight

Por fin llega Sr. Godot, tantos años esperándolo; pero veo que usted no es dominicano, usted no sabe lo que nuestros crepúsculos pueden hacer, ¿le digo?

En esa hora que, según Steinbeck, el tiempo se detiene para examinarse asimismo, la luz agoniza, la oscuridad naciendo, estaba en el semáforo de la 27 con Lincoln. Los vidrios abajo, fumaba contemplando el freezer gigante que en ese momento se abría lentamente, calentando un poquito más la atmósfera con su falso aire congelado, exhibiendo sus cervezas maquilladas de escarcha, haciendo salivar hasta a los evangélicos. Un tipo mira los carros, tocan bocinas sólo porque les gusta el ruido y quieren aportar su poquito al caos, me escoge, se acerca, los brazos cargados con periódicos:

“Barón, te vendo eto periódico pol 100 peso.”

Tal vez tengo cara de canillita, pensé. Tal vez un policía, o un ladrón, en Santo Domingo es lo mismo, me dio un tiro en la cabeza y mi cadáver salió en primera plana y este tipo me está haciendo el favor de conseguirme todos estos periódicos para que mis amigos y familiares me crean y además conserven un recuerdo como prueba irrefutable del suceso, pensé. El tipo tenía pinta de bebedor, pero, la verdad, yo estaba prejuiciado por su generosa oferta. Tal vez esos ojos rojos eran una forma benigna de conjuntivitis; ¿el olor a romo? Ay por favor, tal vez se acababa de beber un guarapo de caña, o un frío frío de anís del mono.

“¿Y qué coño voy hacé yo con to eso periódico?”
“Oh barón, dáselo a lo samigo.”
“Pero ven acá, ¿y ese no e el Diario Libre? Ese periódico e grati ademá.”
“Ta bien barón, te lo voá dejal pol 50 peso.”
“Echa un chin pallá, que me ta repirando arriba y ahorita choco.”
“E má barón, dame 20 peso, toma toma, engáñame.”
“Amigo, no me tire eso periódico arriba coñazo, que no quiero na.”
“Ok barón, te voá decila veldá, e que mi mamá cumpleaño y ta muriéndose en San Critóbal, y yo necesito lo cualto pal pasaje, barón ayúdame que somo dominicano y yo no quiero robá.”

Una de las esquinas en esta encrucijada caribeña es un supermercado por cada dos libras de carne molida un pollo podrido, la otra una plaza asomando su bancarrota, la otra un dealer de carros, la otra un edificio en construcción con problemas legales, y a mi lado un entrepreneur es de repente un mendigo; todo el panorama bajo la anestésica mirada de la Presidente.

El verde del semáforo y la musiquita de su Nokia fueron simultáneos. “Hola mi amol, ¿en La Venganza?, voy pallá, ¿el Mudo tahí?”, lo escuché decir antes de que fuera mi turno para doblar a la izquierda.





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