jueves, enero 07, 2010
kapé
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Yo podría decirles, dijo el dominicano, de un primo mío de cuarenta años que vivió diez de esos aquí en Nueva York, pero se enamoró de una hondureña por el Infernet y ahora mismo es aprendiz de mecánico en una acera de Tegucigalpa.
Yo podría decirles, dijo el boricua, about un par de patas living in my building, debajo de mí, y para Christmas they asked me qué quería de regalo, y les contesté, "I wanna watch", y puñeta, me regalaron un Timex.
Yo podría decirles, dijo el único paraguayo en Nueva York, que en Encarnación, una ciudad, no, una zona donde seres humanos se han asentado y tratan con sus picos, palas y tractores de urbanizar el cielo, como a 349 kilómetros de Asunción, frontera con la Argentína, nos juntamos una vez, después de un día de carnaval particularmente hermoso, un grupo de hombres y mujeres borrachos endulzando el aire de la madrugada con guaraní, y cocinamos un picadito de carne, y el cocinero tenía una caja de dientes que cayó en el caldero, y ninguno de los comensales se quejó de repugnancia.
Otros, en la improvisada velada para pasar la tormenta de nieve, tenían mejores historias, mejores voces que estas; pero eran tímidos, o simplemente no les daba la gana de compartirlas.
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