domingo, junio 12, 2011

M e t a m o r p h o s i s

Ella era posiblemente uno de los seres más bellos caminando, o gateando, o arrastrándose, por la superficie de este planeta. Mirarla a los ojos un atardecer de playa provocaba amnesia temporal, su mirada tenía el mismo efecto embrutecedor de un gancho de Mike Tyson. Tal vez chiquita y oscura, pequeñas tetas, para algunos que prefieren a las barbies, las clases de ballet durante diez años, para no hablar de la genética, si bien no la convirtieron ni siquiera en la décima ballerina de una compañía de danza dominicana, contribuyeron a formar un cuerpo hermoso y flexible. Alguna vez pensé que si en ella hubiese existido una onza de maldad, muy bien podría haber sido el Diablo, o Dios. Pick your poison.

Amiga de uno de los miembros del grupo de amigos cercanos, pasábamos vacaciones juntos en Las Terrenas o cualquier otro lugar con una masa de agua a una distancia de pies. Yo, como todo hombre con un güevo funcionando algunas veces, violando el mandamiento que parece fuera de lugar al lado de los otros nueve, también quería verla desnuda y en cuatro diciendo palabras sucias. Ella flotaba entre nosotros, nunca tomando parte, o partido, en alguna de las tantas discusiones estériles sobre la cada día más deficiente educación dominicana, el algunas ediciones mal colocado apóstrofe de un libro de Mr Joyce, la ineptitud corrupta del gobierno dominicano de turno, la excelencia del cine rumano, en fin, átomos o mónadas, tocábamos muchas ramas de la Nada. Ella mantenía el silencio de una Primera Dama tercermundista, como no tenía opinión, para no volver a hablar de su belleza, no antagonizaba con nadie.

La última vez que la vi fue durante la visita a Nueva York de un querido amigo. Me junté con ellos en la Strand cercana a Union Square. Caminábamos por el East Village, mi amigo mencionó su adicción a las animaciones japonesas. El desastre nipón estaba en su buena, con la amenaza nuclear de Fujiyama acaparando todos los titulares y CNN haciendo breaking news cada 15 minutos.

-Algo que ha pasado desapercibido es el heroísmo verdadero de los voluntarios para tratar de apagar esa mierda, dije. A todos ellos se les explicó muy bien eso de que van a morir una muerte terrible aunque tengan éxito.
-Mierda sí, y más de 100 se ofrecieron, dijo mi amigo.
-¿De qué hablan?, preguntó ella.
-Oh, del problema en la planta nuclear de Fujiyama, tú sabes, por el terremoto en Japón, dijo mi amigo.
-¿Qué terremoto?, preguntó ella.

Mis amigos, familiares y conocidos, tal vez con justicia, me catalogan de exagerador, de amante de la Hipérbole, y es que yo, como todo devoto de Chesterton, creo que para analizar una vena primero tenemos que hincharla. Pero juro por un dios que tal vez no existe de que esta vez no exagero. Ella no se había dado por enterada del terremoto-tsunami que mató miles en Japón. Y aquí en Nueva York, lejos de los encantos exhibidos en una playa caribeña, se mostraba como lo que era, un ser humano moderno y egoísta, ajeno al bienestar o sufrimiento de los demás. Tal vez ignorante de Roald Dahl y Wes Anderson, imagino que nunca disfrutó del discurso-brindis del fantástico Mr Fox a sus compañeros animales: "I guess we do have those three ugly, cusshole farmers to thank for one thing: reminding us to be thankful and aware of each other. I'm going to say it again. Aware."

-Todas las mañanas antes de desayunar me bebo una botellita de clorofila, dijo mientras devorábamos las deliciosas mazorcas de maíz del Cafe Havana.
-¿Clorofila?, ¿y esa vaina no e lo que le da el color verde a las hojas?, pregunté recordando una infantil clase de Botánica. Y como el cerebro es un tirano, de una vez creí notar en su otrora brillante piel los efectos de la fotosíntesis. Por momentos creí percibir en sus dedos un ligero atributo silvano.

Hoy escribo sobre ella porque anoche me enteré de que ha desaparecido. En vano la buscan familiares y amigos. Me dicen que cuando forzaron la puerta de su aparta-estudio en Brooklyn Heights encontraron todo intacto, lo único raro fue una enana mata de plátano, con dos pequeños racimos, creciendo sin raíces en el mismo medio de la cocinita.


Painting by Leticia Cespedes Marchena.





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