martes, junio 26, 2012

The Cosmos And The Bronx


"Gente come to our house warming drinking party lots of beers and brugal gente", decía el text grupal enviado por una prima que llama a uno tío y recibido por mi hermano en una equivocación que pasa a cada rato entre individuos con el mismo apellido. Mi hermano es un hombre sin vicios conocidos, pero no es un chivato. Me enseñó el mensaje porque vivo arriba del lugar donde se anunciaba un seguro Big Bang, y él pensó, con razón, que esta información podría ser de mi interés. Mi prima y su esposo son dos jovencitos ambos trabajan y, otra cosa también rara, les gusta compartir con los viejos de la familia; es su primer apartamento juntos, disfrutan la libertad de hacer cosas a cualquier hora sin necesidad de taparse la boca por una suegra dueña de casa, u otra criatura igual de ruin, que duerme al lado y tose por el más mínimo ruido de felicidad. En fin, partículas de estrellas, mi prima y su esposo, y yo, ocupamos partes de dos plantas de una casa convertida en edificio de apartamentos, con baños que tienen las mismas dimensiones del gran invento medieval conocido como la Doncella De Hierro, pero sin tantos clavos afuera ni tanta artesanía católica.

Salí para Manhattan como a las once de la noche; pasé por la puerta de los recién mudados; me llamaron para que comparta una cerveza con ellos: "Tío, you're my favorite uncle". En la mesa una hookah hacía de supernova rodeada por muchas Coors Light, muchas botellas de ron, y nueve caras de menores legales presentando muchos de los signos observados en la cara del galloloco cuando está entrando en su estado de jumoloco. Entre ellas hubo una en particular que, sin ser peculiar, me regaló un breve agujero de gusano de futuras imágenes borrosas con la participación nítida y activa de la policía del estado de Nueva York. Lo último que vi de mi calle fue a este galloloco en un Honda Tieto dando riversa  a mil hasta la lavandería boricua.

Regresé al Bronx como a las tres de la mañana. La primera imagen que percibí de mi calle me hizo recordar un cuento de Chejov donde los vecinos de Tangarog formaron un molote mirando un punto específico donde alguien había visto posarse a una bandada de estorninos. Pero mis vecinos no son campesinos rusos interesados vagamente en la ornitología, mis vecinos son catorce horas de trabajo siete días a la semana interesados claramente en la primera planta de la casa donde yo vivo, ahora un edificio de apartamentos con un patio privado transformado en área de barbecue donde en el verano se quema la carne colectiva en espera del Big Crunch. Ya en las escaleras de madera me pareció sospechosísimo el silencio que reinaba en el mismo lugar donde apenas cuatro horas antes había un maratón de fuma fuma fuma la juka jálala jálala chúpala chúpala. La casa estaba apagada, no sonaba ningún celular.

Me siento a hacer la actividad favorita de todo hombre soltero despierto a esas horas que tenga acceso al Infernet. La calle no era un horno. La fresca brisa del verano me trajo ese sonido mecánico y agudo y autoritario que haría dudar del estoicismo a Marco, a Aurelio, a Augusto y a Antonino. Miro para afuera por una de mis cuatro ventanas y veo a dos policías, asignados al cosmos del Bronx por error, asteroides rubios para las minorías, hablando con los vecinos, cuya diversidad había incrementado en los últimos minutos. Dos mujeres y un hombre, africanos, constituyeron el valiente mal escogido comité que informaba los detalles de la queja ciudadana. Creo haber escuchado la palabra Crash seguida por Car varias veces al mismo tiempo que señalaban la primera planta de mi casa. Una de las mujeres demuestra su indignación ojerosa alzando la voz recibiendo un LETMESEEYOURID contestando con un WHATHE chocando su cara contra la acera. La otra mujer empezó a dar gritos y por mala suerte para la prensa liberal, que perdió el titular "African Immigrant Shot 57 Times By NYPD", el africano tuvo el poder mental de controlarse mientras el Tiempo creaba la maravilla de detenerse... Empezando de nuevo cuando ya la mujer en bata de dormir había sido metida de cabeza en un carro con sirenas y luces azules que, al alejarse, chin a chin, se iban tiñendo de mamey.

Esta maravilla del tiempo detenido ya ha sido mencionada por Steinbeck en Of Mice And Men: "Como pasa algunas veces, un momento llegó y flotó y se quedó mucho más que un momento. Y el sonido se detuvo, y el movimiento se detuvo por mucho, mucho más que un momento"; y por Borges en Emma Sunz: "Los hechos graves están fuera del tiempo, ya porque en ellos el pasado inmediato queda como tronchado por el porvenir, ya porque no parecen consecutivas las partes que los forman"; y tal vez tiene su germen científico en las leyes de gravedad de Newton, aplicadas al Tiempo en la relatividad de Einstein, y señalada en el time travel de Hawking, donde quedó demostrado en los relojes de los satélites que el tiempo pasa más lento a mayor cercanía con la tierra.





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