lunes, junio 11, 2012

Palermo by Billy Collins


Fue tonto de nosotros dejar nuestro cuarto.
La plaza vacía estaba brillante.
El reloj lucía listo para derretirse.

El calor era un mazo golpeando una pelota
y enviándola rebotando en las ortigas del verano.
Incluso las abejas se habían retirado por el día.

Lo única cosa moviéndose además de nosotros 
(y nos habíamos detenido debajo de un toldo)
era una ardilla que estaba dándose prisa esta vía y esa

como si él estuviera teniendo segundos pensamientos
sobre cruzar la calle,
su cabeza y su cola retorciéndose con indecisión.

Tú estabas mirando una ventana de tienda 
pero yo estaba viendo a la ardilla
que ahora se levantó sobre sus patas traseras,

y después de pausar para mirar en todas direcciones,
comenzó a cantar en una hermosa voz
una melancólica aria sobre la vida y la muerte,

sus patas delanteras apretadas contra su pecho,
su rostro lleno de anhelo y esperanza,
mientras el sol golpeaba

sobre los techos y toldos de la ciudad,
y la tierra continuaba girando
y sosteniendo en posición a la luna

que aparecería más tarde esa noche
mientras nos sentamos en un café
y yo me paré sobre la mesa

con el apoyo del dueño
y canté para ti y los otros
la canción que la ardilla me había enseñado cómo cantar.





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