martes, abril 28, 2009

Revista Ping Pong Número 10



Frank's and Giselle's Kid

viernes, abril 24, 2009

this AND that

Claudia encontró el bulto debajo de una mesa. Sin hacerle caso a eso de "If you see a suspicious package..." se lo llevó para el baño; lo abrió descubriendo muchísimo dinero y paquetes de lo que estaba casi segura era cocaína. Sin pensarlo dos veces tomó todo el efectivo y un paquete de la cosa blanca, para mí, y los metió en su carterota. Se despidió del Gerente y de la esposa como siempre lo hacía al final de sus horas de mesera, nos vemos mañana. Lo único que hizo diferente fue tomar un taxi en lugar de caminar hacia el Subway a esperar el tren 5.

Eso pasó como a las 3 de la mañana. En el restaurant sólo quedaban el Gerente, su esposa, y dos ecuatorianos taxistas que vivían arriba y siempre se bebían un par de Coronas en lo que cerraban.

Claudia no se dirigió a su casa, me llamó por teléfono y me dijo que necesitaba verme pero ya. Yo, cuándo no, pensé que era una booty call, esas llamadas madrugadoras donde sólo se busca sexo; ella y yo manteníamos una de esas relaciones newyorkinas donde se singa, se habla, se duerme, se quiere y no se cela. No es tan leve como a lo que un vivo bautizó como Dating; nosotros de verdad nos queremos. Pero algo nos decía que si lo volvíamos oficial dándonos títulos de Novios o Marío y Mujer, la cosa se acabaría. Eso sí, estoy seguro de que cada vez que en nuestros encuentros nos quedábamos callados, los dos temíamos, ansiábamos, que el otro empezara una conversación con eso de "¿Y qué es lo que tú y yo somos?"

Claudia no me dio un besito de Hola y siguió derechito para la habitación. La seguí mirándole el culo parándoseme el güevo. Cerró la puerta tras de mí, mi roommate es dominicano y, claro, imprudente. Vació la cartera en mi cama, los fajos de billetes de cien dólares y el paquete, del tamaño de un puño del Hombre Increíble, pero blanco, opacaron la minucia de pintalabios, cremas, llaves y chiclets. En ese mismo momento le sonó el celular. Era Rodrigo, el Gerente del restaurant. Ella miró el Motorola como si lo viera por primera vez, con miedo, asombrada de que pudiera hacer ese sonido. Sonó otra vez, sonó muchas veces, y dejaron tres mensajes que Claudia borró sin escucharlos.

Claudia, contrario a lo que muchos pudieran pensar, no es bruta, far from it. Una persona con su sentido del humor, con su sarcasmo, debe tener un IQ muy alto. Si algo se le puede criticar es su dejadez, esa apatía de esperar a que las cosas se resuelvan por ellas mismas, y, ya se sabe, las cosas cuando se dejan de su cuenta siempre terminan mal. Además de su humor, de su cuerpazo tan duro, me gusta su pelo, rizo, que no se desriza ni se lo tiñe de rojo o amarillo pollito. La estructura ósea de su cara es perfecta y sus ojos chiquitos le dan un aspecto de maldad que me calienta la sangre. Nos gustaba tomar una guagua, cuando teníamos días libres seguidos, sin fijarnos en el destino. Llegábamos a la última parada y alquilábamos una habitación de hotel sin importarnos el nombre del pueblo. La primera vez pensábamos ir a Filadelfia, a visitar a una amiga de colegio que la encontró gracias a Facebook. En la parada de Chinatown, igualita a la Duarte con París, los buscones de pasajeros atosigaban a uno en chino y sin darnos cuenta nos subimos a una que iba para Washington. Allá nos quedamos trancados un fin de semana entero y ni siquiera visitamos la Casa Blanca. El último día caminamos un poco; en un parquesito, debajo de la estatua de un irlandés que luchó en la revolución gringa, nos hicimos amigos de unos vagabundos que hablaban un inglés perfecto, antes de Bush habían sido guías turísticos.

"Debiste llamarme antes de irte del restaurant", le dije.

Tomé un bulto, metí par de jeans, par de camisas y cogí mi laptop. Antes de eso, y gracias a No Country for Old Men, revisé los fajos uno por uno, buscaba algún dispositivo electrónico que revelara dónde diablos estábamos. No encontré nada. "Aquí no nos podemos quedar", le dije. "Ay Dios, Benito", me dijo. Benito era su gato. Ya ella sabía que no podía acercarse por su apartamento. También sabía, imagino, que en poco tiempo su celular iba a sonar varias veces con el número de la hermana de padre, que vivía en Queens y cuya dirección Rodrigo conocía por haber ido a un barbecue el verano pasado, y que tendría que tomar la terrible decisión de si borrar los mensajes sin escucharlos o sufrir la agonía en esa voz querida.

Nos conocimos cuando yo trabajaba de bartender en Montezuma y ella era mesera. Si, Montezuma, el mellizo malvado de Moctezuma. Es un bar en el Bronx, por Kingsbridge, donde para entrar te revisan veinte veces, pistolas, a cada rato hay karaoke, y niños de 10 años acompañan a adultos en canciones de Sophie a las 2 de la mañana de un martes, recibiendo ovaciones de minutos, tan lindos. Una noche nos fuimos juntos. Ella me jura que nadie sabe de mí, cosa que, muy adentro, me molesta. Ella dice que yo soy la parte dulce y buena de su vida que siente sólo de ella, que no quiere compartirme con nadie. No decimos que es amor, somos hijos de una época práctica; ella tiene sus agarres y yo tengo los míos, pero nos respetamos y no alardeamos de conquistas fáciles. Don't ask, don't tell. Ahora bien, cuando estamos juntos somos felices. No sólo es el sexo, es que de verdad nos confortamos. Vemos películas en blanco y negro, nos emborrachamos, bailamos, leemos a dos voces cuentos de Raymond Carver, actuamos como si nos acabáramos de conocer, nos contamos secretos y anhelos, soñamos despiertos con sacarnos el Mega Million e irnos a vivir a una playa de nuestra querida isla. Creamos un mundo para nosotros y cuando salimos a la calle tenemos que volver a adaptarnos al mundo allá afuera. Guardamos en la memoria cosas interesantes para contárnoslas cuando nos veamos de nuevo. Somos sinceros el uno con el otro y, sobre todo, nos ayudábamos a vivir en esa ciudad tan grande. Si eso no es amor, yo no sé qué coño es.

Estamos en un hotel en las afueras de Delaware. La luz de este sol de final de invierno es pálida y choca contra una pared pálida donde hay un cuadro de un velero blanco en un mar que no es azul. En la habitación hay una limpieza de hospital, pero estoy seguro que si alguien apagara la luz de la lámpara y encendiera una luz ultravioleta revelaría manchas de semen, orín y hasta sangre. Tal vez si buscamos bien debajo de la cama es muy posible que aparezca una lengua. En la madrugada, cuando estamos intoxicados, el peligro está lejos, es mínimo, y hacemos planes de irnos a Cuba y abrir un hotel en la playa. En el New York Post salió la noticia de los asesinatos. La policía dice que busca a una mujer, se reservan el nombre, para interrogarla. Claudia se rapó a caco y se compró una peluca; con esta luz, en este silencio, con la nueva palidez que crece día a día en su hermosa cara, parece una enferma de cáncer que se resigna a sufrir su sesión diaria de quimioterapia.

miércoles, abril 22, 2009

not THERE


Mi abuelo murió loco.
Bueno, eso de morir es un eufemismo, se suicidó.
Bueno, tal vez no fue suicidio,
apareció ahorcado con una correa en una celda de la 40.
El sumario del juicio explicó que él mató a su compadre,
a su mejor amigo.
Alguien llamó al compadre en la madrugada,
cuando estaba durmiendo;
el compadre preguntó quién era:
Dicent, dijo una voz en la oscuridad,
dijo la esposa del compadre, la comadre, en el juicio.

Que mi abuela haya testificado
que mi abuelo sólo se paró de su cama
cuando la policía lo fue a buscar, ya amaneciendo,
no produjo ningún efecto en la decisión del juez.
Se lo llevaron para la 40
y cuando lo fueron a visitar tenía los ojos llenos de monte,
not THERE,
como si mirara el bosque de cacao
que él mismo ayudó a sembrar,
trabajando par a par con los peones
en la tierra heredada de un antepasado francés
tal vez ladrón
tal vez asesino
que muchos porfiaban fue hombre de confianza de Napoleón.

La razón de esta maldad,
alega mi familia,
fue la falta de entusiasmo de mi abuelo hacia Trujillo.
No iba a sus fiestas en el Country Club,
especialmente después que Petán Trujillo
mostró mucho interés por mi hermosa tía de 13 años.
Tuvieron que exiliarla en la loma, entre cocuyos y jaivas.

Por eso cuando yo leía la parte de Darl,
en As I lay dying de Faulkner,
con sus ojos llenos de monte,
no podía evitar que se me aguaran los ojos
recordando lo que Madre me contó
sobre la última vez que vio a mi abuelo con vida.

De niño me pasé parte de un verano inolvidable
leyendo el Conde de Montecristo,
sentado en una piedra frente a una cascada.
Mis primos me arrebatan el libro,
buscaban dibujitos,
y abrumados por las letras me decían
que si seguía leyendo me iba a volver loco,
como mi abuelo.
La crueldad infantil no tiene límites.

La trama del Conde de Montecristo me cautiva.
¿Quién no ha pensado en perderse por años,
y regresar buenmozo,
con un título nobiliario y más rico que Midas?
Claro, sin haber estado preso.
Y encontrar a la muchacha que te dejó
y restregarle en la cara su mala decisión.
Si ahora hiciera eso,
regresaría a mi pueblo un hombre calvo,
con título de Administrador de Empresas
y sin un chele en los bolsillos,
que encontraría a una doña,
gorda como una vaca,
con más hijos que una ratona
y bruta como una mula.

¿Cómo puede un ser humano causarle dolor a otro ser humano?
¿De dónde viene esta maldad Mr Mallick?
¿Locura pura Sr Quevedo?
¿Personalidad Psicótica Mr Lynch?
¿Infancia abusada Mr Joker?
¿Veneno producido por el cerebro Dear Vonnegut?
Yo mismo no sé,
si veo sangre me desmayo.

martes, abril 21, 2009

Jury Duty... Yankee go home

Si quieres hacer reír a Dios, haz planes, dice un refrán dicho por alguien al que todo le salía mal. Mi tío consiguió un ticket para el juego inaugural de los Yankees en su nuevo estadio y lo miraba todos los días, y lo volvía a guardar en la caja fuerte que el hijo teenager abre a cada rato para robarle 10 ó 20 dólares para yerba, I want to marry Juana. Nunca le roba mucho para que no se dé cuenta, aunque mi tío se da cuenta y se hace el loco para no confrontar al tecatico que no va a la escuela. Eso no es efecto de la yerba, si no del Bacardi blanco.

Digo consiguió porque nadie sabe cómo diablos un tipo tan tacaño como mi tío se hizo con un ticket que costaba desde cientos de dólares hasta un par de córneas por un asiento en los bleechers.

Pero he aquí que una semana antes del juego mi tío recibe una carta de la Ciudad, o por lo menos de alguien que trabaja en el área de la justicia. Mi tío, como todo inmigrante, desconfía grandemente de cualquier correspondencia con el sello de New York City; y no es para menos, siempre hay un asunto oficial, alguna multa atrasada, o peor aún, en este caso requerían su presencia en la 161 con Grand Concourse en la Corte del Bronx, lo habían elegido para Jury Duty, precisamente el día del juego.

"Coñazo, quieren que yo sea jurado, mierda, coñazo, mierda."

Mi tío es un hombre inteligente, después de maldecir por par de horas, empezó a resignarse; no, empezó a maquinar qué coño se inventaba para que lo dejaran ir de una vez. Eso de que no sabe inglés está muy gastado, especialmente después del ya legendario truco del juez Silverstain:

"Ok, if you don't undestand english go to the second floor, room 204 and sign the release form..."

Y cuando todas las vacas se pararon:

"Ok, it seems to me that everybody understood every word I said, sit down again and I don't wanna hear any excuses about language or I will hold you in contempt of the Court, and I am sure you know what I mean."

Así que mi tío no volvió a dormir bien en una semana, dormitaba. Por cierto, déjame ver si Dormitar existe... Estar o quedarse medio dormido. Pero la gente casi no usa ese verbo, como tampoco usa Musitar... Susurrar o hablar entre dientes... Musitando, palabras de amor, ansiedad, de tener tus encantos, y en la boca vol ver te a be sar... Oh, but I digress Mr King Cole. Y como, aunque muchos no lo crean, cuando la gente se pone a pensar casi siempre encuentra la solución, un día mientras llevaba a un cliente al aeropuerto, mi tío sintió un corrientazo en el cerebro traducido en sonrisa que alcanzó la carcajada y en una leve confusión que lo hizo pasarse de la terminal de JetBlue.

"José, hame el favor y llévame un bill tuyo a la casa, no importa, puede se del teléfono o del cable o de Con Edison, pero que diga tu diresión y tu nombre." 

The last two days, the rain was unstoppable... Pero el día del juego amaneció precioso. Parece que Mr Cashman, el gerente general de los Yankees, sobornó a Natura. Desde temprano el Bronx hervía con hombres y mujeres de apellido Jeter y Rodríguez, escritos en sus jerseys blancos con rayas azules. Mi tío no participaba de la algarabía que mantenía al canal del Tránsito aconsejando que usaran el tren, que en la zona no cabía un carro más. No, mi tío estaba leyendo una Atalaya en una solemne sala silenciosa hasta que lo llamaron.

Mr Juge, I can not be a jury, I'm sorry, my english no good
Let me be the Judge of that, what do you do?
I am a taxidriving
So, you must speak with your customers
No Mr Juge, they say address I take them and don't talk
Well I think your english is good enough
Yes Mr Juge, but I don't live in the Bronx 
Where do you live?
In Bay Ridge, in Brooklyn
Do you have a proof of address?
Yes Sir Mr Juge, here, Con Edison bill
José Ortiz... Well, go to the second floor and get your release...
Thank you Sir Mr Juge.

Y es que en mi familia hay como diez José Ortiz: mi tío, mi hermano, un sobrino, un cuñado, una prima, etc.

Mi tío no pudo ir al juego de los Yankees porque lo soltaron a las cinco de la tarde y el juego empezaba a la una; por lo menos vendió el ticket por un pasaje de ida y vuelta a Santo Domingo y dos noches de romo y cuatro gomas nuevas para el carro. Otra cosa que lo alegró fue que los Yankees perdieron 10 a 2. A nadie le gusta ir al estadio a ver a su equipo perder. 

No entiendo cómo un dominicano, o cualquier latino de la edad de mi tío, puede ser fanático de los Yankees, especialmente después de haber visto la foto del marine con su ametralladora y el dominicano con su piedra. En mi niñez decir Yankee era decir Invasor, y ahora también, pregunten en Bagdad y en Palestina. Mi primo Julito, que se volvió loco por leer poesía y a Marx, me hablaba de la opresión ejercida por los Yankees a los países como el mío. De hecho, invadieron par de veces. Ayudaron a derrocar a un gobierno elegido por el pueblo, el gobierno de Bosch que, acusado de anti norteamericano, dijo, "Nadie que haya leído a Mark Twain puede ser anti norteamericano." Y es que la literatura gringa es tan buena Mr Pound, and the fish swim in the lake and do not even own clothing; contrario a sus gobiernos Mr Bush, eh? Anyway, desde niño escuché eso de Yankee Go Home... 

En lo más escondido de aquel monte
alguien veo triste llorar
es Quisqueya la que llora
de martirios y pesar
ella gime y se lamenta
cuando al gringo ve pasar
llevándose sus riquezas
y nadie lo ha de atrapar
Qué Quisqueya más limpia y pura
veremos ya disfrutar
cuando logremos a los gringos
de Quisqueya pues, echar
porque en un tiempo no muy lejano
nuestra patria reventará
de sus entrañas vomitará
todo aquel mal que la daña
que llenaron de patrañas
los gringos y traficantes
alerta, alerta
Duarte, Mella y Sánchez
nuestra patria está maldita
y el producto de esa inmundicia
es el imperialismo Yankee.

Mi primo Julito escribió ese poema. Lo recitábamos en las tertulias culturales de años atrás. Hoy en esas tertulias sólo se chambonea con Omega, whatever that means. Hoy todos los pueblos dominicanos han cerrado sus teatros, y los cines han sido sustituidos por colmadones reguetoneros e iglesias evangélicas. Por eso odio el equipo de los Yankees de Nueva York, pero me gustan los Mets.

martes, abril 14, 2009

My cousin Eduardo

Mi primo Eduardo me lleva dos años, mi hermano José como 5, creo, la verdad no sé. Siempre iban delante de mí en el colegio y sus notas eran recordadas por los profesores cuando pasaban lista y leían mi nombre y apellido.

Presente 

¿Tú eres familia de Eduardo? 

Primo 

¿Y de José? 

Hermano 

Bueno, esos dos han sido los mejores estudiantes que he tenido, yo espero que le sigas los pasos.

Ese diálogo se repetía cada año, curso tras curso, asignatura tras asignatura. Recuerdo, cómo no recordarlo, que en primero o segundo de primaria la profesora de Matemáticas llamó al de Gramática y a la de Geografía y a la de Moral y Cívica:

“Vengan a ver, ustedes verán como este muchachito resuelve esta división empezando el curso, es primo de Eduardo y hermano de José, esos muchachos llegan al colegio sabiendo.”

Después de este discursito me pasó la tiza que agarré como si fuera un animalito venenoso. En la pizarra los arcanos imposibles de 120 entre 6. Algunos niños me miraban con odio, otros con envidia, otros con algún sentimiento al que todavía no le conocían el nombre; yo empecé a llorar, “No sé profesora, no sé profesora...” Las risas infantiles aumentaron cuando se dieron cuenta que me había orinado en los pantaloncitos cortos. Llamaron a José para que me llevara a la casa burlándose de mí todo el camino. Pasé la semana con fiebre.

¿Por qué no puedes ser como Eduardo? No era que yo era bruto, pasaba mis cursos con muy buenas notas, pero mi conducta evitaba que ganara una de las tres becas que el colegio ofrecía cada año a los tres mejores estudiantes, es decir, a José, a Eduardo, y al bizco de los Pichardo.

¿Quién arrojó un pupitre desde el tercer piso?
¿Quién consiguió unas pinzas e hizo un hoyo en la malla ciclónica del patio para escaparse todos los viernes después del recreo?
¿Quién, para no salir a practicar basketball en el solazo, pinchó todas las bolas?
¿Quién pinchó las cuatro gomas del Datsun de la directora?
¿Quién fue el responsable de que el laboratorio se quemara?
¿Quién se robó las balanzas y los dos microscopios?
Nadie supo, pero yo fui uno de los principales sospechosos durante las investigaciones.

Una última cosita de mi infancia rencorosa. "José, José, José, María es pura, María es buena, todo ha sido obra del Espíritu Santo", eran las palabras a decir por el niño que actuaría la parte del ángel Gabriel en el nacimiento navideño de la iglesia. Yo pensé que iba a ser yo, un papel protagónico con líneas y alas, no una voz perdida en el coro desafinado al que no le exigían ni batas ni sandalias; pero, claro, escogieron a Eduardo.

Cuando terminé el bachillerato renuncié a seguir los pasos primos hacia la Universidad Católica de Santiago, con su obispo rector criador de Rott Wielers siempre pegado con el gobierno de turno; me marché a la capital a buscar trabajo, a vivir en una pensión de la calle El Conde, a estudiar en la UASD, la universidad del pueblo, la universidad de los pobres, la universidad de los quemagomas, la universidad de los que no quieren aceptar el concondiciones dinero familiar. Con esa decisión perdí chin a chin a mi familia; sólo iba a Bonao para eventos especiales como bodas y velorios. Eduardo iba a Santiago todas las tardes y regresaba a cenar a su casa; en uno de esos regresos llevó a una santiaguera muy bonita y muy inestable con la que se casó desde que terminó la carrera. ¿Debo decir que se graduó SUMMA CUM LAUDE? Yo también.

Una de las tantas primas se casaba con uno de los tantos Cáceres, yo tenía vacaciones del trabajo y como no tenía dinero para irme a la playa, como quería, decidí pasarme las dos semanas en Bonao y conformarme con una piscina asquerosa y la plebería del Río Yuna. En ese tiempo intimé con la esposa de Eduardo. Pasábamos las tardes en la piscina del club bebiendo vinos caros a costillas de él, muertos de la risa. Es mejor decirlo de una vez, metidos en el agua, rodeados de gente, nos tocábamos con los pies. La noche de la boda me agarró de la mano hacia el jardín, hacia las palmeras africanas. Me besó, “¿Quieres veime las tetas?”; me besó de nuevo, “¿Quieres agarraime ei toto?” Por unos minutos nos comportamos como lo que éramos: ella como una mujer enferma, borracha, yo como un hijo de la gran puta sin moral lleno de envidia y resentimiento. Ella me empujó con un grito y empezó a arreglarse el vestido. Por sus ojos supe que Eduardo estaba detrás de mí, empecé a caminar hacia los invitados con la bragueta abierta y él llamándome varios pasos atrás. Mi hermano vio la escena, sumó dos más dos y detuvo a Eduardo, “Primo yo quiero bebeme un trago con uté.” Yo salí de la casa sin mirar para atrás, prefería recibir un balazo en la espalda antes de mirarlo a los ojos. Mi hermano me encontró frente a la iglesia de San Antonio, “Sube”, me dijo. Entré al carro, mi hermano frenó frente al cementerio y me golpeó en la cara con la mano abierta, con ese golpe reservado para los cobardes.

Eduardo se separó de su esposa poco tiempo después; ella regresó a Santiago y se suicidó el mismo día que recibió los papeles del divorcio. Supe que en el entierro Eduardo dio un mini show abrazando el ataúd gritando incoherencias, llorando en lengua... Ay Dios mío.

martes, abril 07, 2009

45 Mercy Street by Anne Sexton


En mi sueño,
perforando en el tuétano
de mi hueso entero,
mi verdadero sueño,
andando de arriba para abajo Beacon Hill
buscando una señal de la calle
a saber CALLE PIEDAD.
No allí.

Trato la Bahía trasera.
No allí.
No allí.
Y todavía me sé el número.
45 de Calle Piedad.
Conozco la ventana de vidrio manchado
del vestíbulo,
los tres pisos de la casa
con sus suelos de parquet.
Conozco el mobiliario y
madre, abuela, bisabuela,
los criados.
Conozco el armario de Spode
el barco de hielo, plata sólida,
donde la mantequilla se sienta en cuadrados ordenados
como los dientes de un gigante extraño
en la mesa de caoba grande.
Lo conozco bien.
No allí.

¿Dónde te fuiste?
45 de Calle Piedad,
con la bisabuela
arrodillándose en su corsé de hueso de ballena
y rezando suavemente pero ferozmente
al lavamanos,
a las cinco de la mañana.
en mediodía
dormitando en su mecedora wiggy,
abuelo tomando siesta en la despensa,
abuela tocando la campana para la criada de abajo,
y Nana meciendo a Madre con una flor de gran tamaño
en su frente para cubrir el rizo
de cuando ella estaba bien y cuando ella era...
Y donde ella fue procreada
y en una generación
la tercera que ella procreará,
yo,
con el florecimiento de semilla del forastero
en la flor llamada Horroroso.

Camino en un vestido amarillo
y una cartera blanca llena de cigarrillos,
bastantes píldoras, mi cartera, mis llaves,
y tener veintiocho, ¿o son cuarenta y cinco?
Camino. Camino.
Sostengo fósforos en los letreros de calles
ya que es oscuro,
tan oscuro como los muertos curtidos
y he perdido mi Ford verde,
mi casa en los suburbios,
dos pequeños niños
sorbidos como polen por la abeja en mí
y un marido
quien ha borrado sus ojos
para no ver mi revés
y estoy caminando y mirando
y este no es un sueño
sólo mi vida aceitosa
donde la gente son coartadas
y la calle es inencontrable durante una
vida entera.

Cierra las cortinas en las ventanas
¡No me importa!
Cierra la puerta, piedad,
borra el número,
rasga el letrero de la calle,
lo que lo puede importar,
lo que le puede importar a este mezquino
¿quién quiere poseer el pasado
que salió en un barco muerto
y me dejó sólo con papel?

No allí.

Abro mi cartera,
como las mujeres hacen,
y nado de acá para allá
entre los dólares y los pintalabios.
Los elijo,
uno tras otro
y los lanzo a los letreros de la calle,
y arrojé mi cartera
al Charles River.
Después llevo a cabo el sueño
y golpeo en la pared de cemento
del calendario torpe
Vivo en,
mi vida,
y sus remolcados
cuadernos.

viernes, abril 03, 2009

Tic Tac

El sábado por la mañana voy a una relojería en Plaza Central. Después de diez años el reloj, como buen suizo, se paró. Pensé en la pila, tarde o temprano debía gastarse. 

En Plaza Central un molote. Criaturas que trabajan de lunes a viernes para el fin de semana pasarlo en plazas y supermercados. Allí viven. El hombre camina delante de la mujer sin abrirle las puertas. La mujer cela al hombre con ombligos en barrigas sin estrías. Los niños corren con el anhelo de perderse. Al final del día tratan de acarrear un poco de esperanza y fe en fundas plásticas de Los Muchachos y El Corte Fiel. 

El relojero elogió el reloj. Un modelo único, dijo. En cinco minutos buscó pinzas, cambió pila y lo lustró por dentro y por fuera, eso de gratis. El reloj estaba nuevo. A la realidad le gustan las simetrías, escribió Borges, le gustan las coincidencias. En la escalera mecánica, la mujer que me regaló el reloj. 

—Muchacho. 
—Muchacha. 

Casi diez años sin verla. Los matrimonios esconden la juventud. Olvidan los bares. Cenan con otras parejas. Las borracheras toman lugar al lado del barbecue, entre hamburgers y salchichas. 

—Estoy en proceso de divorcio, de mutuo acuerdo. 

Tiene hijos, unas fotos en la cartera y la vasta cadera eran pruebas irrefutables. Yo no tenía mucho que contar. Un intento de matrimonio frustrado por una prueba de embarazo negativa. La última novia se fue a Europa, Barcelona decía un email de un año y siete meses. 

Nos sentamos en Pizza Hut. La algarabía de los palomos jugando Mortal Kombat en las máquinas de Fun Town nos hacía hablar a gritos. Nos ganó el pasado. Ella se aferró a mi brazo. Paseamos las tiendas. Me compró una camisa roja muy fea que no voy a usar. Le compré unos zapatos rojos de tacón alto, a todas luces apretados. La vendedora no paraba de decir su esposa se ve muy chic su esposa es muy elegante y otros disparates. Ella insinuó posar desnuda con ellos, la imagen no me excitó ni un chin chin. En la tarde nos sentamos en Alí Babá. Tú tienes que probar estos quipes, me dijo. Con tres cervezas estaba realmente contenta. Tuve la impresión de que no había reído en una década. 

—Ahora recuerdo porque me emperré contigo. 

Yo, la verdad, recordaba a otra muchacha. En esos años ella pudo haber sido una musa de Brodsky: Escribía poemas, conmigo ensayaba ser Julieta, afinaba su voz con Bjorg. Ahora, a juzgar por su conversación, se había vuelto bastante idiota. Tenía la mala costumbre de toparme cada vez que empezaba una palabra, si yo miraba para otro lado tomaba mi cara entre sus manos para total atención. Irritante. Pero algo pasó. Un gesto, tal vez el verde de sus ojos todavía verdes, me hizo ver a la muchacha que una tarde, mientras se caía el cielo, tuvo las ganas y el coraje de ir conmigo a un motel en un taxi. 

No teníamos carros. Madre todavía vivía. Ella llegó con la esperanza de encontrarme solo. Madre estaba en uno de esos días en que le era imposible no ofrecer a cada minuto un jugo de cerezas acabado de hacer, un dulce de cerezas acabado de hacer, o simplemente sentarse entre los dos a comentar las noticias trágicas de la television. La menopausia la hacía moverse de aquí para allá como un colibrí. Pobrecita. 

—Tengo una gana de singá grandísima… 
—Vamo a un motel. 
—¿Y cómo? 
—En taxi. 

Abrió los ojos. La idea le era repugnante. Los moteles son cultivos de pestes. Además, permitía a otros participar de nuestra intimidad, y ya se sabe, todos los dominicanos somos primos, frescos, bullosos, imprudentes, groseros, metiches y chismosos. Imaginó ojos al acecho, lenguas corresponsales de Radio Bemba, una ciudad de taxistas que señalan y juzgan en cada esquina, en cada radio operador. Tal vez pensó, yo sí, que con el novio que dejó esto no habría pasado: Carro y casa en la playa. 

El aguacero anegaba la tarde. El cielo estaba negro a las 3. Madre me gritó para que la ayudara a cubrir las ventanas con toallas y sábanas. La lluvia se colaba por los intersticios en las celosías. Regresé junto a ella, estaba decidida. Se puso un pañuelo y gafas a lo Greta Garbo de incógnita. Hermosa. Madre nos despidió en la puerta del taxi con ustedes están locos salir en este aguacero. El taxista era joven. Me acerqué y le susurré nuestro destino. Ella se escudó bajo mi omóplato derecho.

—¿A LAS CABAÑAS PRESIDENTE DEL MALECÓN? ¡JUM! OJALÁ NO ETÉN FULL CON ETE AGUACERO…

La sentí desaparecer detrás de mí, me apretaba el brazo con las dos manos. La abracé y le dije te quiero mucho mi amor. Nos dedicamos a mirar las calles como si navegáramos en una canoa. No se veía el asfalto, la ciudad era del color del lodo. No abrimos la boca con la esperanza de contagiar el silencio al hombre que hablaba hasta por los codos. Imposible. De vez en cuando giraba la cabeza esperando respuestas a insolencias no escuchadas. El mar estaba sucio. Las olas carecían de espuma. 

La predicción del Nostradamus del volante fue cierta. Los carros hacían filas al lado de las puertas con semáforos en rojo. Muchos lo hacían mientras esperaban. Chinos con impermeables amarillos, detergentes en una mano y toallas y sábanas en la otra, hormigueaban por todas partes. 

—MÍRALO AHÍ, SE LO DIJE, EN ETE PAÍ DEDE QUE CAEN DO GOTA DE AGUA LA GENTE NADA MÁ PIENSA EN 
—Amigo, cállese la boca y cruce al Tía Tania. 
—¿AL TÍA TANIA? BUENO, NO E TAN BUENO COMO ETE, VAMO A VER SI HAY SUERTE… 

Al cruzar la George Washington los camiones aterraban. Más de una vez tuve que advertirle de un Mack de Haina cargado de gasoil, estrépito y temeridad. En la segunda hilera apareció el oasis de un bungalow en verde. 

—¿CABALLO, EN CUÁNTO TIEMPO TÚ RESUELVE ETO? ¿VUELVO EN UNA HORA O DO?
—No, no vuelva— le contesté escupiendo hacia las gomas del carro.

Tiramos la ropa al piso. Tocaron la ventanita para cobrar, y por cuatro horas, sin música, sin pornografía de 52 pulgadas, sin protección, sin mañana, fuimos uno como sólo se puede ser en la primera juventud. A las cuatro horas nos interrumpió una voz en chino en el intercom: 

—VELDUGO, SI VA A SEGUIL TIENE QUE PAGAL OTLA VE… 

Pagamos otra vez. Ella brincó y brincó y brincó y brincó y brincó en la cama como trampolín. 

—Sí. Sí. Sí. Sí. Sí… 

Otras cuatro horas pasaron. Eran casi las once. Afuera la lluvia, adentro nosotros. No nos bañamos. Ella dijo yo quiero dormir con tu olor. Yo no me bañé por asco. Por nada del mundo pisaba esa tina descalzo. 

El taxi del regreso era un Chevrolet viejo, un viejo conducía. No habló una palabra, subió el volumen de la radio y escuchamos los boleros de Tito Rodríguez, La Lupe, Javier Solís, Felipe Pirela y otros en Cien Canciones y Un Millón de Recuerdos. 


Picture by Sahira Fontana

This page is powered by Blogger. Isn't yours?

Suscribirse a Entradas [Atom]