miércoles, febrero 20, 2008
One with a Bullet
"I have a gun too", dijo Sam que le contestaría al ladrón en caso de ser el Cajero elegido por doña Suerte para un robo. Antes de eso yo tenía mis sospechas de que ese gringo estaba a little funny in the head, pero asumí que eran mis prejuicios trasnochados de exiliado de un país invadido par de veces por los marines, aumentados cuando nos recitó palabra por palabra, pausa por pausa, el discurso de Bush después del 9/11.
"What? Are you going to bring a gun to the Bank?", preguntó el hombre al que le pagaban por entrenar nuevos empleados en los procedimientos del Sentido Común. En su cara se reflejaba el hastío, el odio de tener que bregar con este payaso de los chistes malos y los comentarios de locura bruta y bobería bestial como lo motejaría Quevedo.
"Maybe, he won't know", contestó Sam, mirando de reojo a la pelirroja de Staten Island. Todos los días él tomaba el ferry con ella y volvía para atrás ahí mismo; ella nos dijo que si el entrenamiento duraba una semana más iba a tirarlo en medio del Hudson.
"Well, I hope you are joking, and let me tell you, it's a very bad joke, as usual", dijo el hombre al que le pagaban por enseñar a los nuevos empleados a decir "Good Morning, my name is Whoever, how may I help you", arrepintiéndose de haber pedido un voluntario para el ejercicio de Safety First.
Sam era un republicano normal, devoto de las armas y de Cristo; coleccionaba balas y crucifijos; cantaba en el coro de la iglesia protestante a la que iba sin falta los miércoles y los domingos vestido de blanco y negro; algunos domingos iba a New Jersey a jugar Paintball con otros dudes. Otra cosa, sus películas favoritas eran "Die Hard" y "Die Hard: With a vengeance", defendidas con fervor lunático durante uno de esos recesos sociales tomados para aliviar el stress del hombre al que le pagaban por enseñar a los nuevos empleados cómo contestar el teléfono. Sí, su ídolo no era Bruce Willis, era John McClane, con sus frasecitas simpáticas en medio de una balacera.
Joshua, dos noches antes del intento de robo al Banco, había golpeado con un martillo a un mexicano para quitarle un Discman y un Motorola en la estación del subway de West 4. No pudo consumar su crimen barato porque otros mexicanos escucharon el grito y lo persiguieron hasta que dobló en Broadway. Su madre dijo en una entrevista para Fox News 5 que en esos días estaba desesperado por la falta de dinero, que la novia puertorriqueña lo estaba volviendo loco con las exigencias naturales de un culo de 14 kilates. Imagino que Joshua tenía esa constante sensación de fracaso sufrida por los pobres viviendo en un Nueva York donde los ricos son verdaderamente ricos y la opulencia te golpea paso a paso como el inclemente viento de febrero; Tántalos con abrigos nunca a la medida pasando por vitrinas que exhiben desde una tv pantalla plana gigante hasta la anhelada felicidad eterna vendida en una botellita del más puro cristal. No voy a decir que Joshua hizo lo que hizo porque su papá está preso en Detroit, o porque la sociedad no hizo lo bastante por él; me llega a la mente la canción de Basehead: "Who should feel more ashamed, the boy for not trying or the world for not helping him succeed?"; en Santo Domingo la policía mató, un pequeño equívoco sin importancia, a un hijo de convicto que en lugar de ser ladrón era un vendedor de pasteles en hojas, so.
¿Tengo que decir que Joshua entró al Banco a robar y que fue Sam el elegido por doña Suerte para ser el Cajero? Sí, así pasó. No voy a especular sobre el enigmático diálogo entre el ladrón y el galloloco. Los hechos son los siguientes, recogidos por una de las cien cámaras de video siempre grabando: Joshua entró, esperó su turno en la fila como cualquier cliente, se dirigió, subiéndose la capucha del abrigo, hacia la ventana de Sam y le pasó un papel (recuperado en la escena del crimen, manchado de sangre) que decía: "HAVE A GUN GIVE ME ALL HONDREDS AND FIFTYS YOU HAVE." Como la cámara no tiene sonido sólo puedo adivinar que Sam, violando todos los procedimientos establecidos en el Robbery Kit, tal vez pensando en lo que haría John McClane, no accedió al requerimiento. En el video se pueden observar intercambiando palabras, ahora perdidas para siempre; después se ve cuando Joshua saca la pistola y le pega un solo tiro en la cabeza. Sam, al caer, parece un títere al que le cortaron las cuerdas (esta terrible escena ha sido disfrutada varias veces por los fanáticos del programa "Most Shocking" de TRU TV). La muerte de Joshua no fue captada por el video, salió del Banco perseguido por la seguridad encontrando a dos policías de frente en Bleecker Street. Recibió 21 balazos.
Four more things:
- El hombre al que le pagan por entrenar nuevos empleados en el Banco se sintió culpable por no alertar a Recursos Humanos sobre la personalidad de Sam. En su defensa diré que aquí en Nueva York las demandas están a la orden del día y por cualquier quítame esta paja.
- Las colecciones de balas y crucifijos de Sam fueron puestas a la venta por su hermano en eBay. 143.00 dólares, al momento de escribir esta crónica, era la última oferta por la de balas, 56.00 por la de crucifijos.
- Si Joshua hubiese esperado un día más sólo hubiese ido a la cárcel: Su mejor amigo pensaba ganarse los mil dólares de recompensa que ofrece el NYPD por la denuncia del porte ilegal de armas.
- A una vieja, digo, senior citizen, que iba todos los días al Banco a retirar 25 dólares, le dio un patatú durante el rebú. Murió en la ambulancia, camino al hospital. "Give me two rolls of quarters, I'm doing the laundry today", fueron sus últimas palabras, dichas al oído de uno de los paramédicos.
jueves, febrero 14, 2008
Be MY Valentine
Después de dos días con un clima catalogado por mi primita de Nasty, Disgusting y Brutal, el sol hizo su aparición, pero de adorno. Como el cerebro en este frío sólo está pendiente de una cosa, me di cuenta que era San Valentín por la rareza de una peruana maya vendiendo flores naturales en un carrito afuera de la estación del Subway. Pasé rápido ignorando las bendiciones de la mujer vendiendo Atalayas montándome en el tren sin la menor idea del uso obligatorio de una prenda roja en esta celebración universal del amor sin interés y la amistad sincera. Corbata, bufanda, falda-pantalón, camisa-blusa, guantes, abrigo, y los más entusiastas o idiotas combinan varias. Me fijé en algo, si el parametro es el rojo en el atuendo de hoy, los latinos somos los más románticos, los chinos los menos. Me fijé en otra cosa, Victoria’s Secret es una gran benefactora de la humanidad. Sentí un poco de envidia hacia ese hombre sentado en la esquina (en el regazo una funda rosada con una foto de una mami brasileña y sus tetas de un millón de dólares) que hoy, después del trabajo, tal vez un poco borracho, verá a una mujer vestida sólo con encajes, o con un collar de perlas como la musa de un admirable verso buesiano ¿o era vargasviliano?
Yo acaricié tus perlas, sin desprender su broche,
y las vi, como nadie nunca más podrá verlas,
pues te tuve en mis brazos, al fin, aquella noche
vestida solamente ¡con tu collar de perlas!
El joven entró al vagón en el molote de la 125, empujadera. Por una azar maldito cayó justo a mi lado, por otro azar aún más maldito cayó frente a una negra muy grande con cara de pocos amigos, tal vez una pobre mujer amargada que hace mucho no escucha un "I love you sweetheart" aunque sea de mentira. En las manos del joven un conejo blanco con una camiseta roja “BE MY VALENTINE” y en las patas del conejo una rosa roja de plástico con tallo, hojitas y hasta una que otra espina. Yo iba admirando el mal gusto puro de este palomo en ayunas, pensando que debió coger un taxi o por lo menos pagarle otro pasaje al conejo cuando el tren hizo un mini zig zag y las manos del joven empujaron las patas del conejo que empujaron la rosa que entró en el ojo de la negra muy grande sentada frente a nosotros.
Llegué al Banco desorientado por el zumbido constante en los oídos, con el lado derecho de la cara palpitando anunciando una hinchazón, con un ojo negro casi cerrado y con unas ganas inmensas de escuchar un dúo de Ricardo Arjona y Michael Bolton.
miércoles, febrero 13, 2008
House of Cards
Mi mujer y yo queremos comprar una casa. Decidimos que ya era tiempo de embarcarnos en una hipoteca a 20 ó 30 años. Nos pasamos el año ahorrando, para completar con los 5 mil dólares, más o menos, devueltos por los impuestos, y dar el down payment; pero para nada, la quimérica infraestructura colapsa, al final de febrero o marzo o abril estamos en cero de nuevo, y con la terrible sensación de ser más viejos y más pobres, y es verdad, lo somos.
"Aló, ¿ta Julia ahí?, e Julito, su papá ta grave", dijo la voz del hermano evangélico de mi mujer cuando contesté el teléfono, abajo se escuchaba una bachata, creo que alguien pedía una cerveza. Y podría haber sido otro día de principios del año pasado, o del antepasado, o del 2004: el tono trágico, la fatalidad esperando un milagro, la falta de cortesía, el ruido del colmadón en el fondo, eran los mismos. Llamé a mi mujer y salí a fumarme un cigarrillo. Afuera la nieve caía en hielitos, cerré los ojos dejándola golpear mi cara. El vecino paleaba en su acera, le gusta, he visto la alegría de loco en sus ojos al inicio de la tormenta; es de esa clase de seres humanos que deben estar haciendo algo físico o se aburren; odia los domingos, se alegra cuando al carro se le pincha una goma; si no tiene nada que hacer, se pone a mover los muebles de sitio a sitio. "Vecino cuánta nieve, ¿no quiere paliá?, no se apure que yo voy a paliá la acera entera."
Mi mujer es una buena hija, no que el papá ha sido un buen papá. La mamá se murió antes de yo conocer a mi mujer, el viejo la mató con cuchillitos de palo. Mi mujer tiene dos hermanos, el evangélico en Bonao, que es un cero a la izquierda, y el otro, que es otro cero, en algún apartamentico decorado con buen gusto en el Village. Ese vino a Nueva York y desapareció. A principios de diciembre lo vi en el Subway. Era sábado y para yo llegar a mi trabajo tuve que tomar un tren hasta la 149 Grand Concourse, de ahí una guagua hasta la 125, de ahí una bicicleta hasta la 96, de ahí un camión de bomberos hasta la 59, y de ahí el N para Brooklyn. Es que los fines de semana los conductores parece que beben y los trenes están de su cuenta. En fin, en Pacific entró Juliandy y a pesar del tiempo sin verlo lo reconocí de una vez, está más joven. No parece dominicano, con su abriguito entallado a la moda, su bufanda de colores llamativos haciendo juego con su boinita de lado, sus cejas sacadas y sus jeans estrechos con correa de hebilla ancha, muy coqueto él. Iba con otro tipo del mismo estilo, diciéndose secretos ante la mirada de los otros pasajeros. Mi mujer dice que él no nos visita porque piensa que nos da vergüenza tenerlo de familia, yo creo que es él el que se avergüenza de nosotros. Nada, que cada vez que el papá se enferma él no ayuda para nada, y la inmensa cuenta de la clínica sale de nuestros bolsillos. Me hice el loco y no lo saludé.
"So, what is it this time?", le pregunté a mi mujer cuando entré, pensando en las borracheras del enfermo, hasta un hígado de acero un día dice basta. Ella me miró con reproche, no le gusta que le hable en inglés. Tiene la teoría de que lo que se dice en un idioma aprendido como segunda lengua no se siente igual, uno miente más fácil: "I love you" se le dice a cualquiera, "Te amo" a nadie.
"Tiene lo pie hinchao, lo tienen con suero to el tiempo, no puede repirá, el hígado no funciona, el corasón no aguanta una operación", me dijo mirando el suelo. Me da pena con ella, ya tiene arrugas en la boca, sus manos llenas de cayos, hace más de cinco años que no toma unas vacaciones, pero estoy seguro que desde que se muera el viejo reservará un vuelo. Es lo de siempre con los pobres, la familia sólo se junta en los entierros. Creo que le da vergüenza conmigo, el dinero también es mío y, sin embargo, yo no cojo ni para comprarme otro coat, que necesito. Mi familia no me pide nada, soy hijo único y, por suerte, huérfano.
Yo sé, lo que importa es la familia, yo lo sé, pero, ¿y qué de nuestros sueños?, ¿no nos hemos matado trabajando para comprar nuestra casita? El compadre Elvis y la comadre Fe tienen su casa, el compadre Miguelo y la comadre Damaris tienen su casa, el compadre Rafelito y la comadre Ada tienen su casa, y mi mujer y yo en este apartamentico. Yo quiero que ustedes nos hubiesen visto antes de esas llamadas del maldito evangélico. Nos sentábamos a buscar en el internet una casa acorde a nuestras posibilidades, en el Bronx, con sótano. Yo me pasé dos años haciendo cálculos, noche a noche. Si alquilábamos el sótano, y dos habitaciones, podíamos pagar las mensualidades con menos de lo que pagamos ahora de renta, y propietarios, sin ningún landlord tocando la puerta un domingo en la mañana con la autoridad que da un título de propiedad. Yo quiero que ustedes nos hubiesen escuchado antes de dormirnos, hablando en la cama firmando el préstamo en el Wamu pintando las paredes de verde claro mirando las estrellas en el techo oscuro. Ya no, cuando se acerca el tiempo de recibir el cheque del Income Tax tememos hacer planes, no queremos invitar a la Desgracia, y aun así, ella nos visita, puntual. Qué maldita coincidencia la enfermedad del papá justo en estos meses, eso es una maldita coincidencia. Es como si el viejo conociera al cartero que trae el cheque quien lo llama para que lo pida para atrás ahí mismo. Qué sensación de impotencia tener ese cheque en la mano sólo para cambiarlo y enviar una remesa a Bonao. Mierda, ojalá que esta vez se muera, y perdóname Dios mío, pero a veces pienso que entre el evangélico y el viejo borrachón y algún doctor vagabundo nos están cogiendo de pendejos.
Suscribirse a Entradas [Atom]