lunes, octubre 31, 2005

Citrus Aurantium

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Anoche, antes de la cena, vino tía Carmen y le pidió permiso a Mamatita para que me dejara ir con ella a La Vega. Mamatita no quería, no le gusta que su nietecito viaje por la autopista de noche, y menos con una mujer manejando. Tía Carmen la convenció enfermando a su madre, además le prometió que dormiríamos allá.

Tía Carmen es esposa de tío Rafael. Ella es de La Vega y todavía la familia la mira como a una extraña. Yo creo que eso es porque es muy bonita y no se enferma. Siempre viste a la moda, es la única con bikini en el río Yuna sin importarle las murmuraciones de las celulitis in law. Es un show verla caminando entre las piedras como si estuviera en la pasarela del club donde fue coronada Miss La Vega, diez años atrás. Tío Rafael está en Detroit, antes Pittsburgh. La Falconbridge lo trasladó para allá hace más de dos años. Esperábamos que pudiera venir para las vacaciones de navidad, pero no puede.

El carro huele como ella. Es como si el aire que entra a sus pulmones sale con olor a azahar. Muchas veces he llegado a la casa y me he dado cuenta de que me perdí su visita. Puedo desandar todos sus pasos, donde se sentó, los objetos que sus manos tocaron. Le gusta dormir siestas en mi cama.

—¿Y la novia? —me pregunta. Su mano aparta los cabellos de mis ojos. Aprieta mi nariz al mismo tiempo que toca la bocina, dos veces.
—No tengo —le digo. No hablo de Natalia, de las cabalgatas en la finca de su abuelo que invariablemente terminan en la profundidad del cacaotal con labios pegajosos de pulpa. Chulo me dijo que si algo no soportan las mujeres es un hombre tacaño e indiscreto.
—¿Que no tienes? Será que no tienes una sola, con esos ojos —me dice acariciando mis labios con sus dedos, entra un dedo en mi boca—. Yo supe que te gusta el cacao, no me muerdas duro, deja ver la lengua...

La autopista es una lengua de petróleo. Las luces del carro alumbran por segundos los kilómetros que faltan: La Vega 31 Km, La Vega 20 Km... Yo no quiero llegar, yo quiero seguir hasta Puerto Plata, hasta el mar. El carro sale de la autopista. Tía Carmen me pregunta si tengo hambre, no espera respuesta. El Viejo Madrid, Hotel Restaurant. Tía Carmen saca el dedo de mi boca y estaciona lejos de la puerta.

Camarones a la mariposa. Vino. Una copa roja hasta el borde, me acerco para no derramarla sobre el mantel rojo. El mozo no tiene cara. En la mesa de la esquina un hombre con sombrero y tres mujeres son voces y risas bajo una luz roja. La silueta viene a mí, toma mi mano, me guía por unos escalones de alfombra roja, paredes de arabescos rojos. La silueta abre la puerta 222.

Una mujer desnuda entre dos leopardos frente a la cama se duplica en el espejo del espaldar. Sábanas y almohadas en terciopelo rojo. El zumbido del aire acondicionado apenas deja espacio para Julio Iglesias. La flor del naranjo es el olor del fin de la pubertad, y el olor, que no supe hasta que leí a Salinger, de la sordidez.

Tía Carmen me llevó de regreso a Mamatita con el sol allá arriba. Me pone cien pesos en la mano, no entiendo lo que veo en sus ojos.

—Pórtate bien para que te dejen los reyes mi dulce de leche.

Entro a la casa sin mirar a nadie, directo para el baño. Me miro en el espejo mucho tiempo. Podría jurar que los bigotes me crecieron de la noche a la mañana.

jueves, octubre 27, 2005

A Gift from Heaven

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El hombre no tiene trabajo hace más de 6 meses. Piensa que un hoyo negro lo ha atrapado. Las deudas son sustos constantes que se manifiestan en avisos legales y llamadas telefónicas automáticas en la madrugada: "Mensaje para USTED tiene 7 cuotas vencidas." Ha pedido prestado a todomundo. En los cuatros colmados ya no le fían. No sale de su casa, hace mucho que una mujer no repite su nombre con los ojos cerrados, podríamos decir que está pasando hambre. Encuentra una libreta de ahorro del Banco Popular inactiva hace más de un año. El balance es de 23 pesos sin contar los intereses. Llama al banco para comprobar el balance esperando un milagro financiero:

—Sí, su balance al día de hoy son 100,031.73 pesos.
—¿Cómo?
—Su balance al día de hoy son cien mil treinta y un pesos con 73 centavos.
—¿Etá segura que metió el número que le di? ¿A nombre de quién etá esa cuenta?

No había dudas, la cuenta estaba a su nombre, ese era el balance, un milagro de 100,000 pesos había sido depositado a su cuenta por un ángel, y él no le había rezado a Dios desde su tiempo como monaguillo en la iglesia Nuestra Señora de Fátima en Bonao. El hombre se pasea como un ratón que huele el queso detrás de una pared. No encuentra sitio. Llama a un amigo para consultarle. El amigo, visitador a médico, que le paga el teléfono para que lo llamen ahí, llega con una cerveza en la mano y muchas muestras médicas en el maletín. Se sienta sudando, tiene acidez por el stress que le causa estar casado y tener una novia en cada pueblo que visita. Su esposa sospecha y está embarazada de cuatro meses; su novia principal presiona un compromiso y sospecha que está casado. No encuentra excusas para ninguna de las dos.

—Me toy volviendo loco, yo me tengo que divorciá...
—Oye hablamo deso depué, oye lo que me ta pasando...

El amigo lo escucha y con toda la sabiduría de un discípulo del Dalai Lama que ha reencarnado varias veces le dice:
—A mí no me guta da consejo, porque hay que tar en lo pie del otro pa sabé qué hacé uno en cada situación, tú sabe que yo soy un tipo que no me gutan lo rebú, pero si yo fuera tú ya hubiera sacao ese dinero hoy mimo, eso e un regalo del cielo, sácalo y prétame 30 mil peso que necesito urgente —concluye tragando un antiácido rosado que le causa una mueca de asco, que ayuda a bajar con un trago de cerveza.

Dicho y hecho. El hombre espera que amanezca, se pone su mejor ropa y arranca para el banco. En el carro público, lo que él toma por una señal divina, discuten sobre un maletín de dólares que apareció milagrosamente en el aeropuerto y que fue devuelto intacto, a la administración, por un sargento al que le dieron las gracias ganándose la recompensa de salir en el periódico y en los noticiarios de la noche.

—Eso e lo que se llama ser un pendejo, si yo me encuentro un dinero así eso e un regalo del cielo, y depué se quejan que Dio no lo ayuda, ¿y qué e lo que eperan?, ¿que Dio baje él mimo y le ponga el dinero en la mano? No ombe, no sea tú pendejo...
—Eso mimo digo yo, si yo fuera la eposa de ese animal lo boto por pendejo, pa que otro se lo robe como vacer el aminitrador del aeropuerto me lo cojo yo pa mí...
—Yo soy evangélico, yo puedo hablar, nada de lo que entra por la boca hace daño si no lo que sale dice la Biblia, ese dinero de seguro viene de negocios turbios, yo lo tomaría para hacer el bien, después de darle el diezmo al pastor, me iría en peregrinaje por todas las playas de la isla, para llevarle el Verbo y las buenas nuevas a las turistas alemanas en tangas, y a los sanky pankies que venden sus cuerpos negros y musculosos a mujeres rubias por una promesa de viajes, me compraría otro megáfono que este no suena muy duro, además, trat
—Sí sí hermano, pero apunte ese aparato pa otro lao y saque la mano de ahí que me etá agarrando la cédula...

El hombre llega al banco, la puerta se abre automáticamente y él da un brinco con el corazón en la garganta. Siente que todas las miradas son para su sudor. Imagina que el guachimán hizo una seña sospechosa a una cajera. Se acerca a llenar el retiro y tiene que escribir cien mil pesos varias veces. Otras personas esperan el lapicero. En la fila habla con desconocidos sobre hijos que no ha tenido, sobre un origen de caballos corriendo al atardecer en una pradera verde full de mariposas amarillas y blancas vacas heredadas, sobre países visitados en Discovery Channel. "Próximo", dice la cajera evitándole continuar el ridículo.

—Buenos días.
—Saludo, quiero hacé ete retiro.
—Sí, permítame, un momento por favor, veo que hizo este depósito sin libreta, déjeme primero actualizar su libreta, sí, ahora déjeme mandar a buscar aprobación —dice amablemente la cajera y le pasa el retiro y la libreta a un mensajero. Procedimiento habitual que el hombre toma por sospecha. Quiere correr, los pies no responden. Observa como su libreta viaja de mano en mano hasta llegar donde un joven que acaba de recibir una promoción a Oficial de Servicios al Cliente y que tiene orden de tratar de convertir en depósitos a plazos a 160 días todos los retiros sobre 20 mil pesos: el banco necesita liquidez para mantener el encaje legal, whatever that means. Este joven ha descubierto que le gusta sacarse las cejas, 12 pelos de lado y lado, con unas pinzas. En todas las conversaciones trata de meter las palabras "color, hormiga, matemática, financiera, menester, rave".

—Buen día, siéntese, siéntese, ¿desea un café? Es menester que nos conozcamos, yo soy su oficial de cuenta, creemos que lo mejor para su economía es depositar la cantidad que usted desea retirar en un depósito a plazo fijo a 160 días, es la mejor época para ahorrar en los bancos más cuando el jefe del FBI le ordenó a Faraonel que continuara la causa a los banqueros que cometieron la indiscreción de hurtar más de 80 mil millones de pesos a sus ahorrantes y cantidad que pagó cada uno de los dominicanos y ahora estos banqueros están en villas en las playas porque juegan basketball con el presidente Leonel Fernández Reyna, digo, Faraonel, y cuando yo estudié Matemática Financiera comprendí que no hay nada mejor para el futuro que ahorrar, porque si no será color de hormiga, además, cuando abra su certificado le daremos una taquilla VIP para la fiesta Rave que hará el banco en su parqueo con motivo de Halloween donde todos sus ejecutivos vendrán vestidos de monstruos...

—Excúsenos, ¿cómo lo quiere?
—¿El qué?
—Que cómo desea el dinero, ¿en qué billetes?
—Jajaja, claro, sí, jajaja, yo, ayer, eh, la navidá que viene, jajajaja, bueno, en bibibillete de quiquiquiniento y mimimil y cicicien...

El hombre paga la luz, 3 meses de renta, dos colmados y ya. Se va de safari por todas las tiendas de Daimond Plaza. Invita a cenar a un restaurant italiano a una divorciada del barrio que le hacía ojos bonitos. Se va con la divorciada de fin de semana para Bávaro Sunscape a disfrutar de unas vacaciones bien merecidas para su cerebro. El hombre vuelve a vivir.

El amanecer del lunes abre los ojos sintiéndose una línea repetida mil veces en un libro de auto ayuda: "Yo Puedo." A las doce tocan la puerta. Abre en pantaloncillos esperando encontrar a la mujer que vio desnuda, por primera vez, bebiendo Moet Chandon en la playa a la luz de una luna grande grande como una montaña.

—Sí, buenos días, somos del Banco Popular —lo saludan tres hombres con sacos oscuros y gafas oscuras, detrás de ellos el Oficial de Servicios al Cliente con una camisa rosada preciosa.
—Jajaja, eh, jajaja, sí, yo, ayer, la navidá que viene, jajajaja, bueno, ¿hay un eeerror con mi cucucuenta?

martes, octubre 25, 2005

Doña Pura's Boarding House

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La pensión de Doña Pura se encuentra en el último piso de un edificio antiguo de techo alto con muchas ventanas en la calle El Conde. Doña Pura es la dueña, junto con Doña Niña, su madre, tratan de que los inquilinos paguen a tiempo cada mes, tarea no muy fácil entre pintores, escritores y bailarinas de Night Club.

Doña Pura y Doña Niña poseen espaldas y batas de algodón idénticas, de frente la diferencian 8 dientes y diez arrugas, más o menos. Doña Pura a veces bebe cerveza con algún inquilino que desea un trueque por varios meses de renta, como mínimo tres. Se pone contenta y pasa una semana entera cantando a La Lupe por los pasillos: "Teatro, lo tuyo e puro teatro, falsedá bien ensayá, etudiao simulacro, fue tu mejor atuación, detrosá mi corasón." En esos días todos los pensionistas se materializan y la vida en la pensión se alegra con tertulias bohemias en la azotea del edificio con vista al mar.

Cuando pasa la felicidad las puertas vuelven a trancarse. Nadie escucha el sonido de los nudillos de las viejas sobre las verdes puertas numeradas del 1 al 27. Todomundo apaga los radios y si tienen visita hablan en murmullos hasta que las piernas en paréntesis de Doña Pura o Doña Niña se alejan arrastrando las chancletas.

Un pintor, un escritor, que aún no escribe su primer cuento o poema, y un pintor de brocha gorda discuten, bebiendo una botella de ginebra en la habitación del pintor, sobre quién debería sacrificarse esta semana. Una moneda decide la víctima: El pintor de brocha gorda.

—Bueno, déjame bebeme eto rápido, ¿no queda jugo de naranja?

Y así las cosas. Eso pasa cada semana. Las bailarinas estaban encantadas con estos sacrificios masculinos. Claro, hay quienes no necesitan sacrificarse porque trabajan en Rotten, en Los Muchachos, en el Banco del Progreso, o en cualquier otro negocio de la calle El Conde; jóvenes universitarios que se levantan temprano y se acuestan temprano, con novias y proyectos para una época que llaman "Futuro", alguno le dice "El Mañana." Pero los artistas no piensan en eso. No importa que hace años no escriben, no exponen, no pintan, continúan criticando y bebiendo, eso es vivir según el código de Rimbaud y Van Gogh y Radio Ñema.

El pintor de brocha gorda dirigió sus pasos a través del laberinto de pasillos que conduce al regazo de gallina vieja de Doña Pura. Sólo tiene que llamarla con un tono de voz entre un ruego y una orden, ella sabe. "Epéreme en su habitación", dirá la vieja, "pa que resolvamo las deuda de lo meses pendiente". Un escalofrío recorrerá el cuerpo entero del artista al escuchar esta condena. Después llegará La Lupe y todo sobre ruedas por una semana. A veces alguno de los artistas recuerda el sabor del arroz con habichuela y pollo y mantiene la felicidad de la vejez por más de una semana, pero muchos prefieren pasar hambre.

El pintor de brocha gorda tragó saliva, tocó la puerta con el ánimo de alguien que debe enfrentarse desnudo a una criatura con la cara de Medusa, el cuerpo de Whoppie Goldberg y la edad de Matusalén. "Un momento", escuchó una voz de hombre contestar. "Tal vez se me adelantó uno, ay, ojalá", rogó a Buda o a cualquiera que estuviera escuchando. Un hombre grande, gordo y con actitud de dueño abrió la puerta. Lo miró de arribabajo y esperó a que hablara.

—¿Y Doña Pura?
—Dígame qué quiere con ella, yo soy su sobrino Enriquillo, yo vine hoy de Navarrete, yo toy encargao de la pensión ahora, yo soy abogado graduao en la etensión de UTESA de Navarrete, ¿quién la buca?

De más está decir que además de no poder llevar a cabo el trueque, el pintor de brocha gorda salió de este encuentro con una deuda detallada y un pagaré notarial firmado y la amenaza de "si no paga ante del lune yo mimo lo saco".

—Nos jodimo
—Mierda qué fuerte
—¿Y e abogado ademá?

Pero las Musas cuidan de sus hijos, todo se resolvió en beneficio del arte. Enriquillo fue a cobrar puerta por puerta, topándose con una de las bailarinas que inmediatamente le adelantó un masaje, digo, un mes de renta. Este es el trato ahora: Una semana el sacrificio le toca a las mujeres, otra semana le toca a los hombres. La única diferencia en los pasillos es que, en lugar de La Lupe, la voz de hombre tararea a Wilkins, a Braulio, a Raphael, o tal vez es una composición propia: Enriquillo olvida los términos "Pagaré" "Embargo" "Desalojo" tocando la guitarra durante las tertulias bohemias en la azotea del edificio con vista al mar.

lunes, octubre 24, 2005

Forever blowing bubbles

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Matilda consiguió su primer trabajo a los 14 años. Señores mayores y un joven de 21 años que a la semana fue dirigido por el romo a su cama. Después, desamor sirviendo el arroz con guandules.

Trabajó para dos viejas jamonas que se disputaban el amor de una poodle llamada Katiushka; trabajó para un hombre que lloraba viendo las noticias; trabajó cuidando a un loco que se embarraba los cabellos de mierda gritando "Quiero una novia"; trabajó en la Zona Franca de Haina soldando diodos en boards de beepers y su último trabajo fue con un matrimonio joven que estrenaba apartamento en una torre de la Anacaona.

Los señores estaban contentos con Matilda: contestaba el teléfono "Residencia de los señores..." y anotaba los mensajes con pocas faltas ortográficas y letras legibles; usaba el pañuelo en la cabeza y el uniforme gris de enfermera; el piso de mármol blanco, calié de migajas, brillaba; cocinaba un pastelón de berenjena que era un apogeo; se afeitaba las piernas y los sobacos; casi no hablaba por teléfono; no tenía bochinches ni compinches con las otras sirvientas ni con el guachimán del edificio; no hedía a gente; leía poemas de José Ángel Buesa y estaban casi seguros que no robaba. El único boche con coños se lo dieron por dejar quemar unas chuletas entretenida con la televisión.

Sí, Matilda pertenecía a esa multitud de criaturas que de 11 a 12 son María Fernanda, limpiando vidrios de carros en una esquina de Caracas, enamorada del millonario Luis Eduardo, ignorando su condición de heredera de un imperio de petróleo; de 12 a 1 María Cristina, llorando todos los días porque Luis Arturo, creyéndola muerta, se fue de monje al Tibet; de 7 a 8 María Laura, presa en una cárcel de Cuernavaca por un crimen que cometió Laura Trevi; de 9 a 10 María Dolores, maltratada en la casa de los Montenegro y cuyo verdadero padre era el mismísimo señor Montenegro, pater putatibus de Luis Francisco... Sí, Matilda era devota de Venevisión y Televisa.

La señora parió. Matilda hasta sintió los dolores de parto. Desde el primer momento que trajeron a Gustavito vestido de encajes Matilda lo consideró suyo. Se consagró a él y revoloteaba como una mariposa negra cada vez que alguien lo cargaba. El niño la adoraba, si otra persona lo cargaba, incluso su mamá, él extendía los bracitos hacia Matilda y se rajaba a dar gritos. La señora se sentía más segura dejándolo con Matilda que con cualquiera de las abuelas, especialmente Doña Meche, que hablaba durísimo y en medio de cualquier tema decía "Yo soy doctora".

Matilda compró un frasquito de hacer burbujas para Gustavito, y al atardecer, antes de que los señores llegaran, salía al balcón, mirando los árboles del Mirador Sur; sentaba al niño en sus piernas soplando y soplando burbujas que en el aire reventaban en rojo, mamey, amarillo, verde, azul, añil y morado entre los gritos alegres de Gustavito.

Duarte es uno de los tres padres de la patria, aquí no basta con uno solo. Formaron la sociedad secreta La Trinitaria, cada miembro debía reclutar tres revolucionarios más, ad infinitum o hasta que los haitianos se fueran. Se necesitaban tres, tomando turnos, para aguantar las odas de 50 páginas a los ojos de las vacas de Moca de Duarte, quien nació un 26 de enero y por eso los dominicanos disfrutamos de un fin de semana largo. Matilda pensaba ir a visitar a una tía en Nagua. No la veía desde chiquita, y estaba el mar, y comer pescado frito con moro de guandules con coco, y el primo Juan todavía soltero.

—Matilda, nos vamos para la casa de Constanza y queremos que vayas con nosotros, por Gustavito.
—Pero, yo...

La señora la miró esperando un desafío, Matilda bajó los ojos, olvidó el mar, borró el recuerdo del primo Juan y dijo que sí, que claro, que como no, que muy bien.

El viaje era el sábado. Decidieron irse el viernes por la tarde. Si salían a las cuatro podrían estar zambullidos en el jacuzzi a las seis y media, un trago de Chivas y burbujas tibias. Ya a las 8 estarían en la parrillada del español considerada por el señor, que había visitado Madrid y Buenos Aires, como la mejor carne que había probado.

—Volvemo ante de la doce, cualquier cosa llama al celular.

Así que Matilde hizo un puré de yautía con una tortilla, se desquitó echándole mucho jamón de dieta de la señora, y un pancake a Gustavito. Fregó los platos pensando en los ratones y por fin pudo sentarse a las 9 frente la televisión. Gustavito jugaba con su Bob Esponja montado en un camión Tonka amarillo y rojo, el viaje lo había excitado, no tenía sueño, para él era de día. Pero he aquí que por fin la vieja paralítica en silla de ruedas de la mansión de los Montenegro va a decir quién es el verdadero padre de María Dolores, pero he aquí que la vieja abre la boca: ... ¿Y quién va a lavar? Oh Daewoo, la mejor lavadora, ahora con su modelo...

—Coño —grita Matilda, se tapa la boca mirando hacia Gustavito y sólo ve el Tonka con las gomas para arriba.
—Gutavito.
—Gutavito, Gutavito.
—Gutavito, Gutavito, Gutavito.
—Gutavito, Gutavito, Gutavito, Gutavito
—Gutavito, Gutavito, Gutavito, Gutavito, Gutavito...

Matilda busca en la sala, en la otra sala, en la otra sala, en la cocina, en el baño, en el otro baño, en las habitaciones, arriba, afuera, lo encuentra al lado de Bob Esponja, boca abajo y azul en el medio del jacuzzi, sin burbujas.

La policía busca a Matilda, cuando la encuentren no hablará, no podrá obsequiarle a los señores ese último instante en la vida de Gustavito, esa imagen que los ayude a hundirse de manera definitiva en el infierno. Ahora, justo ahora, Matilda sale de un colmado de Nagua, frente al mar, donde un banilejo con un t-shirt que dice "We are the champions" le vendió una botella de agua y un sobre de Tres Pasitos, el veneno para ratas más efectivo del mercado, según el anuncio que pasan de lunes a viernes durante la transmisión de La Gata Salvaje.

viernes, octubre 21, 2005

The Traveller

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Otro amanecer en este pueblo, en este país. Abro los ojos y las paredes, el armario, los gallos, me deportan. En Nueva York no hay gallos, si los hay son mudos; tampoco hay armarios, la ropa se guarda en closets dentro de las paredes.

Me quedo en la cama. Trato de recordar el color del coat que vestía, la textura de la nieve en mis dedos. Cada vez es más real. Anoche viví el vuelo, el avión cerquita de una inmensa luna llena, las azafatas mandando a apagar los radios de bachata a todo volumen, diciéndole a los hombres que se sienten que hay turbulencia, con las botellas de whisky de pasajero a pasajero; conseguí trabajo cosiendo ruedos de Levi's en una factoría de judíos en New Jersey, y besé a una gringa de ojos azules que repetía: "I love you Orlando.”

De todos mis hermanos soy el único que no está en Nueva York. Se fueron con la residencia de Salvador, claro, son igualitos: caras finas, melena. Yo tuve la mala suerte de salir a los Rodríguez, calvo a los 20 y nariz ancha. Una vez intenté irme con una peluca pegada con coquí, un 31 de diciembre porque dizque casi no chequeaban en Migración por el rebú de navidad y, además de pasar Año Nuevo preso, quedé como la víctima del guerrero Sioux Caballo Loco: el cráneo en carne viva hediendo a acetona.

Mamá esta vieja. Dios no quiere que yo la deje sola. Tal vez cuando se muera la suerte me cambia.

En los 80 la cosa era bien fácil. Te pedían, sin tener que ser ciudadano, y a los 9 meses, como un hijo, te salía la cita. Ahora si un hermano te pide dura diez años. Diez años, diez años. Salvador me dijo que es mejor conseguir otra ciudadana o gringa o boricua para casarse. Si él me hubiese pedido ya estuviera allá, pero no. Y si tengo que esperar diez años más aquí, voy a la capital y me tiro del puente Duarte.

Desde que recuerdo mi futuro ha estado en Nueva York. No estudié, no busqué trabajo, no me casé. La única novia me botó, después de tres años, se casó con un guardia. No entendió que tenía que estar soltero para cuando aparezca la mujer con papeles. Además, el matrimonio complica el papeleo.

Una vez apareció una boricua. Salvador me llamó, contento:

—Ya te conseguí la boricua, va el sábado pallá, tienes que ir al aeropuerto a bucala, se llama Évelin...

Desvelos, nostalgia por dejar el pueblo. Cuando uno se va mira las cosas con otros ojos. Bebí mucho romo con los amigos, con mi compadre Tito en el río Yuna pescando jaivas. El sábado le pago la gasolina a Fausto, nos vamos para el aeropuerto. Me paro entre la gente que salía del vuelo de American con "Évelin" escrito en un folder amarillo. La boricua se acerca, me mira de arriba abajo, mira a Fausto y le pasa la maleta:

—Quiero una cerveza.

Yo, como siempre que importa, me quedo callado todo el viaje. Fausto habló como un perico, de hecho, creo que se estaba dando unos fuetazos; la boricua risa y risa. "Otra cerveza", decía cada vez que Fausto se paraba a orinar y a meter en las paradas a todo lo largo de la carretera. Llegaron borrachos y abrazados. Esa misma noche durmió con Fausto en el hotel de Jacaranda. A los dos días se casaron. A los 9 meses Fausto tenía su greencard, llegó a Nueva York, se divorció de la boricua, agarró una esquina y a los pocos meses lo mandaron maquillado con un balazo entre ceja y ceja y algodones en la nariz. Salvador perdió los mil dólares del avance a la boricua.

¿Y Luisito? Ese bárbaro se fue en yola, por Miches. Llegó a Puerto Rico, eso sí, con la piel despellejada del sol y deshidratado; se casó con una boricua, cruzó a Nueva York a manejar un taxi. A los dos años regresó con el dinero para que sus cuatro hermanos se fueran en yola, "que eso no e na". Los hermanos se metieron en miedo, "ni por el diablo hacemo esa travesía". Entonces, él mismo, Luisito, los acompañó a Miches y se montó en la yola con ellos, teniendo greencard, que si los Guarda Costas lo agarraban iba a decir que estaba paseando por el Canal de la Mona, que él tenía papeles. Allá están los cinco, gordos y con las mejillas rosadas y sin espinillas.

Yo trato de irme en yola, un viaje organizado por Polemí, que tiene contactos. Vendemos vacas y caballos para el pasaje. El día del viaje no le digo nada a nadie, no hay nada más azaroso que la envidia. En una mochila meto una muda de ropa en una funda plástica, hay que tirarse al mar desde que se ve la costa de Aguadilla y es bueno estar seco para no despertar sospechas; también meto un doble litro de Pepsi, trece paquetes de galletas de soda, un salami entero y una fundita de bolones rojos para ir chupando. A las once de la noche voy donde Polemí, en la cola de un motoconcho. Me fijo que hay como muchos carros con las luces prendidas, muchos hombres en actitud de alerta. "Familiares de los otros pasajeros", pienso. Sale Polemí entre dos hombres, "sus contactos", pienso. Me tiro del motoconcho y le voceo:

—Polemí, ¿ya nos vamos?

Polemí me corta los ojos y uno de los hombres dijo algo como: "Ahí hay otro." De la nada aparece un gorila que me agarra y en un dos por tres me esposa con las manos atrás.

—Tú tiene la carita como de niño, ¿tú ere menor de edá? —me pregunta el gorila.
—No señor, si quiere mire mi cédula, yo tengo 28 año.
—Ah bueno —contesta el gorila, me arranca la mochila con los bolones y me zambulle en un carro negro, al lado de Polemí, directo para la capital. Polemí no me dirigió la palabra en todo el trayecto. Tres meses en la cárcel de la Victoria, cómplice de Polemí, respirando inmundicia, protagonista de una pesadilla, mamá pagándole al Pinto quinientos pesos semanales para que no me violaran.

Ahora debo pararme de esta cama, lavarme la cara, beberme un café con Mamá; ir a la carnicería a observar cómo el carnicero convierte un perro en chivo mientras un millón de moscas chupan la cabeza de una vaca.

miércoles, octubre 19, 2005

The Man Next Door

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Vivo en una especie de búnker arriba de una casa en la calle Paseo de los Indios esquina Fuerzas Armadas en El Millón. El lugar es excelente, especialmente ahora que un vecino, por sugerencia de la Junta de Vecinos, se llevó un gallo madrugador llamado Hipólito para Los Mina. Una mata de mango gigante, que ofrece mangos al alcance de mi mano, protege mi habitación del sol. En las mañanas los pájaros trinan picoteando la fruta mientras yo me doy una ducha cantando y es verdad soy un payaso, pero qué le voy hacer...

Mi casera es una señora horrible con los cabellos rojos como una antorcha y una voz estridente de pato salvaje. Trato de salir para el trabajo cuando ella termina de regar las cayenas amarillas, si le veo la cara en la mañana el día se me azara. Victor Hugo es su hijo: camisas planchadas con almidón, pantalones con filos, zapatos brillosos, lisonjero, devoto de La Ilíada y La Odisea, léxico de erudito full de adjetivos, gestos de teatro, 46 años, sin trabajo. En Suiza este hombre estaría medicado, o tal vez recluido en una institución con paredes cubiertas con colchones. No sé bien la historia de Victor Hugo, he podido deducir por las indirectas que le grita doña Antorcha, cuando se cansa de verlo el día entero sentado con la Ilíada en una mecedora esperando que le caiga una olla de oro del cielo, que la mujer lo dejó por otro y se fue a vivir para Nueva York.

Cada vez que regreso de trabajar uno de los dos me espera. Doña Antorcha me pregunta por mi día y deja caer alguna indiscreción de una de las vecinas universitarias. No importa que mi cara y mi actitud sean la de alguien que no le interesa en lo más mínimo esa información, ella me persigue por los escalones graznando su secreto lavado por la sordidez de su cerebro. Le tranco la puerta en las narices. La necedad de Victor Hugo es diferente. No le importa lo que hagan las vecinas, a él le importan mis finanzas, desea ayudarme a vivir en confort bordeando la ilegalidad; no sé por qué le interesan mis gastos fijos.

—Oh divino Dino, ¿cuánto usted desembolsa cada mes para pagar la inexistente electricidad? No maravilloso Aquiles, no, yo tengo un entrañable amigo que guarda un parentesco sanguíneo con un primo tercero que tiene una honesta tiendecita de telas y chucherías para famélicos en la astrosa calle Duarte con un inesperado cuñado que su ilustre hermano de crianza es supervisor de la Corporación Dominicana de Empresas Eléctricas Estatales, antigua CDE, ahora CDEEE, este Ulises de cables y alicates arregla y modifica levemente el hiperbólico contador por dos mil execrables pesitos, y esa odiosa factura mensual no subirá, jamás, de 500 pírricos pesitos, y no descubren este acto de justificada justicia, jamás, jamás...

—Oh divino Dino, ¿y usted desembolsa efectivo para pagar el cable? No, efebo oculto en el vientre de un corcel bancario, no, yo tengo una lujuriosa amiga que conoce al ligero jockey de un negro caballo llamado con incongruencia Conejo que le pertenece a la vasta finca de los señores Ramírez Fernández donde un enemigo efímero de una tía diabética que vive en Santurce y que se casó por interés de papeles legales residenciales con un delicado hijo de un misterioso señor que muchas veces bailó vals bajo los acordes románticos de la Santa Cecilia en el Jaragua con la dudosa abuela de un mal pago supervisor de Telecable Nacional que por dos mil miserables pesitos, este Arquímedes caribeño de las parábolas y diodos, arregla y modifica levemente la misteriosa cajita que milagrosamente brindará, para siempre, como una moderna esclava etíope, todos los canales premiun con entretenimiento erótico adulto, o como lo conoce la reggaetoniana plebe: Porno...

Ayer llegué y era el turno de Victor Hugo. De una vez noté que tenía algo especial que decirme. Sus movimientos eran de zorro en acecho, miraba a todos lados como supongo lo hacen los más buscados por el FBI, como saca la cabeza de una cueva un miembro de Al Qaeda. Se acercó y, tratando de bajar la voz y contener sin éxito sus ademanes, me dijo:
—Oh divino Dino, yo sé que usted y su linaje no sienten atracción alguna por la lotería, que el azar de cien bolos numéricos previamente calibrados dando vueltas en una caprichosa tómbola y la ludopatía asiática le son indiferentes e inverosímiles, pero, y en esto, movido por el sentimiento fraternal que le profeso, estoy cometiendo una indiscreción profesional, un hermano putativo, o como lo conoce la merenguiana plebe, hermanastro, de una amiga de un admirable conocido que estudió conmigo detectivismo, fotografía y pendolismo por correspondencia en la Hemphill School es supervisor en la Lotería Nacional, una cosa segura, como su asesor especial le aconsejo que juegue el 48 para mañana, será el primer premio, ya yo jugué mil atónitos pesitos, una cosa segura, como la salida de Helios cada mañana, o como lo conoce la bachataniana plebe, el sol...

A mí me quedaban 500 pesos hasta el día 30. Esa es la clase de cosa que te hace odiar a una persona. Este loco me presentaba una encrucijada: A) jugaba lo que podía y corría el riesgo de perder; B) no jugaba y si salía el 48 me maldecía por no jugar y perder esa oportunidad. Le contesté cualquier cosa y subí a bañarme. Me acosté sin pensar mucho en el 48: Soñé que compraba unos zapatos que costaban 48 pesos y que el número de la tienda era 48 y que un mendigo con un bocio en una mejilla me pedía 48 pesos para un sandwich y una malta morena.

En el Banco lo comenté como un chiste, entre risas, advirtiendo del carácter fantasioso de Victor Hugo a mis compañeros, aun así enviaron de una vez a Campeche, el mensajero, a la Banca y yo mismo gasté 400 pesos en la quimera del 48.

Llego de trabajar, le tocaba darme la bienvenida a doña Antorcha y su reporte de las actividades nocturnas de la universitaria en carros estacionados por horas frente a su ventana. "Y ese no era el carro del dique novio, porque el del dique novio e rojo y ete era gri, con ete mimo duró la otra madrugá do sora depidiéndose, parecían una sola persona gorda...". Traté de no cortarle los ojos y cerré la puerta. Tomé un baño, cené mangú con aceite verde y aguacate y esperé fumándome dos cigarrillos al mismo tiempo los cinco minutos de la suerte.

El sorteo empezó faltando 10 minutos para las 10. Después de un vocabulario de ristras, bolos, globos, notarios, testigos, acercaron a tres ciegos del Instituto de los Ciegos con innecesarias vendas negras e innecesarios guantes blancos, parecían víctimas de un fusilamiento, quienes tomaron los bolos de las tómbolas para garantizar la pulcritud de un sorteo tantas veces viciado: El tercer premio fue el 33; el segundo premio fue el 67 y el primer premio fue el 11.

No habían pasado cinco minutos cuando tocaron mi puerta. Sabía que del otro lado estaba Victor Hugo, camisa rosada planchada para un mejor escenario que la galería de una calle salpicada de pétalos amarillos. Abrí la puerta aguantando la respiración:
—Oh mi valiente y desafortunado Petroclo, nos pelamos, nos pelamos, nos pe la mos, la esquiva Fortuna nos eludió en este aciago día, hay que continuar jugando el 48, seguro que sale el festivo domingo..., en otro orden de ideas y cambiando bruscamente la línea de pensamiento, ¿podría usted, inmortal griego, prestarme 300 místicos pesitos hasta el esperanzador domingo?

—El gran Patroclo ya no existe, pero el ruin Térsites vive aún —le contesté señalándolo, transformándome por un instante en el Pavel Pavlovich de Dostoyevsky. Acto seguido cerré la excluyente puerta sin atenuante consideración hacia su insignificante persona. Mierda, ya estoy hablando como Victor Hugo.

viernes, octubre 14, 2005

Waiting for a pizza

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Pienso que el aguacero no dejará que el delivery de Pizzarelli llegue.

Pienso que el internet está lento.

Pienso que la gatica Dostoyeski no aparece y es muy linda y tímida.

Pienso que ya es viernes.

Pienso que mañana es sábado.

Pienso que pasado mañana es domingo.

Pienso que el mundo se va acabar si no llega esa pizza.

Pienso que mi mujer hizo su primera Toracocentesis, puyó el tórax de un hombre que se ahogaba con una jeringuilla de un metro por encima de la costilla en la zona del espacio pleural esta tarde.

Pienso que si presencio una Toracocentesis me desmayo.

Pienso que Toracocentesis puede ser el nombre de un animal prehistórico.

Prienso que si yo fuera un cavernícola gruñiría: "Hey, cuidao con ese Toracocentesi".

Pienso que prefiero enfrentarme a un Toracocentesis a que me hagan una Toracocentesis.

Pienso que a Borges no le dieron el Nobel por ir donde Pinoche a buscar nada.

Pienso que prefiero a Benedetti de vecino que a Borges

Pienso que prefiero mil veces los libros de Borges a Benedetti.

Pienso que Ab ovo es dificil de traducir.

Pienso que everybody knows that you've been discreet but there were so many people that you have to meet without your clothes.

Pienso que esa línea es de Everybody knows by Leonard Cohen.

Pienso en un verso que me da risa: "Dear, losing your looks, go to live in a village".

Pienso que se acabaron los cigarrillos.

Pienso que el rojo no es azul.

Pienso que la descripción de Henry James de la señora Headway puede ser aplicada a los dominicanos: "Tenía esa curiosidad especial que tienen las personas que vienen de un país donde todo es nuevo y muchas cosas son feas".

Pienso que las cosas bonitas de este país son las cosas que no ha hecho el hombre.

Pienso que el agua no mitiga el hambre.

Pienso que tal vez en un universo bizarro el skimice cura el cáncer.

Pienso que el mangú con cebolla y aguacate es más importante que el diccionario.

Pienso que cualquiera se come entera una caja de chocolates.

Pienso qu

jueves, octubre 13, 2005

Odysseus to Telemachus

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Hijo bienamado,

Mi bajel fue destrozado en los arrecifes de coral y la tripulación desapareció en un viento bíblico llamado huracán.
Te diré que esta isla es una rareza de vastas playas blancas y anónimos perros kakhis.
República Dominicana fue el nombre escogido por alguien que odiaba la poesía.
A mí me gusta llamarla Quisqueya, más adecuado a los versos.
Un genovés financiado por una reina de España llamó a la capital Santo Domingo, tal vez porque Domingo era el nombre de su padre al que él creía un santo, tal vez porque llegó un domingo, quién sabe, era un loco viejo ladrón asesino de apellido Colón.
Sí, no hay forma de decir el gentilicio, los que viven en esta ciudad son llamados capitaleños.
La isla está dividida en dos y del otro lado se habla creole, derivado del francés.
De este lado no puedo decirte. Creo que es latín sin gramática, una lengua de eufemismos que los españoles cambiaron por las palabras sin mentiras de los indígenas.
Sí, los dos pueblos no han aprendido a convivir en fraternidad.

No puedo decirte nada sobre la apariencia de los nativos, por favor lee a Brodsky: "To a wanderer the faces of all islands resemble one another".
Aquí la gente anda por las calles en duermevela.
Montados en una motocicleta Honda 70 sueñan que van en un Mercedes Benz, chupando skimice y tirando las envolturas al suelo.
El skimice es un juguito congelado de laboratorio artesanal, que entretiene el calor y que junto con los políticos acabará con la isla.
Olvidando sus ratoneras, los nativos son felices cuando destruyen un parque para construir una torre cuadrada.
Nunca concientes de su clase se suicidan en las elecciones cada dos años, posando de la forma más extraña.
Miran a los políticos ladrones y en lugar de aborrecerlos y lincharlos sienten admiración por estas gárgolas.
Perdona, los políticos dominicanos son una clase de monstruos peores que Polifemo, mantienen esta isla secuestrada.
Cualquiera diría que son humanos, tienen narices, ombligos y manos, pero si uno los mira detenidamente puede ver la pestilencia que los rodea, igual que a Caribdis, excepto que este hedor es más fuerte.

Aunque nada es más querido que mi Itaca, te diré que me duele lo que estos hombres sucios están haciéndole a este retazo de paraíso que se pierde.
Lo último es una especie de isla artificial, un anexo a la hermosa costa existente.
Detrás de este engendro de la arquitectura están, again and again, el gobierno y un español llamado Boffil, y son tan cínicos que piensan llamarla Novo Mundo XXI.
Sí, Nuevo Mundo, un nombre cuyo significado histórico es masacre, es esclavitud.

No te asombres, el presidente y sus loros prefieren las flores plásticas a las verdaderas.
Sí, ya entiendes mi pesar.
Sí, el mal gusto y la corrupción son inmortales.
Sí, el gobierno es dirigido por un faraón de la chopería, perdón, del mal gusto.

La lluvia cae, las calles se inundan, la luz se va.
El sol sale, el calor es infierno, la luz se va.
Sí, el gobierno tiene un atraco personal con la electricidad.

La gripe del pueblo se nombra por la desgracia de turno: La Privatización, El Túnel, El Metro, El bulevar de la 27, El PEME, RENOVE, BANINTER, La Suprema, La Isla Artificial, La Reforma...

He tratado de conseguir otra embarcación para llegar a ustedes.
Todas las yolas, perdón, barcas, están llenas para ir a Puerto Rico.
Esa es otra isla cercana, los dominicanos tratan de emigrar en frágiles tablas pegadas con sus esperanzas.
Es una pena, no saben navegar, venden vacas y caballos y gastan sus ahorros en un funeral de mandíbulas.

Sí, los nativos se llaman dominicanos.
Sí, Dominus canes (gracias Abbynahdher), perros de Dios.
Y sin ofender a mi fiel Argos, aun en el cristianismo, ser llamado perro es una ofensa.

Dile a Penélope que la amo y que siga tejiendo y destejiendo su lienzo de amor infinito.

Pienso en ustedes todo el tiempo,
Odiseo.

martes, octubre 11, 2005

Tornado, Heavy Metal and Friday

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Dejó de llover como a las 10. Meteorología anunció amenaza de tornado desde La Romana a Pedernales. Afuera del bar un amigo guitarrista con el chevrolet quedao.
—Vengo a bucá un cheque y mira eso, ahora ete carro no prende, toy eperando a ver si se seca el carburador, ¿tú tiene cigarrillo?

Ahora siempre toca un grupo de rock dominicano. Es una loto, un día tocan mal, otro día tocan pésimo. El rock dominicano deberían prohibirlo. Aquí los músicos son buenos tocando bachata, reggaetón, merengue y hasta salsa. "Los rockeros dominicanos deberían meterse a evangélicos", me dice un amigo vegetariano que la falta de carne lo mantiene de mal humor hasta durmiendo. Uno desea escuchar música filtrada bebiéndose un trago, no un grupo de hombres golpeando una batería como si fuera una enemiga. El cartel prometía Heavy Metal: Un siglo de odio. El odio no combina con amenaza de tornado, y viernes.

De la nada aparece un hombre dejando fragmentos de sí mismo en cada sílaba.
—Dame algo pa la cena—dice rascándose la barba y los brazos—. No crean que yo soy un vago, soy ténico eletricita, trabajaba en Musicarro, en la Kenedy, pero un día voy donde un cliente a hacé un trabajo aparte y cuando toy allá caen lo de la DNCD y encuentran 33 kilo de cocaína, preso to el mundo, a mí me llevaron pa interrogame y pasé año y medio en La Vitoria, de seguro utede lo vieron en el periódico, fue el caso de El Pinto Ramire…
Nadie había escuchado ese nombre. El guitarrista lo miró de arriba abajo. Yo buscaba unos pesos en los bolsillos.
—¿Cuanto vale un cigarrillo en La Vitoria? —pregunta el guitarrista.
—Yo no sé yo no fumo creo que un peso.
—Mire lacra, uté lo que e e un craquero, saca saca lacra.
El hombre tomó las monedas y se desvaneció.

—No debite dale nada— escupió el guitarrista—, to lo que dijo ese e mentira. El panadero de la panadería por mi casa tuvo preso en La Vitoria, adentro trabajó en el colmado que tenía un tipo que era su padrino, un cigarrillo vale como 10 peso.
—¿Y por qué cayó preso el panadero?
—Por vendé crack—dijo y entró al carro. Trató de encenderlo, sin fe—. Bueno, yo me voy en un taxi, voy a dejá eta mierda aquí mimo, ojalá y se lo roben y me hacen ese favor.

Empieza a llover de nuevo, entro al bar. El grupo empieza a tocar. I wanna fuck you up, I wanna mess you up, I hate you, I hate you. Los acordes caen como granadas de mano. La gente trata de salir. Estamos atrapados entre un tornado y el Heavy Metal. Me paro en una esquina, lejos de las bocinas, y desaparezco en la multitud como el hombre de Poe.

viernes, octubre 07, 2005

La Yola, a child's game

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Pictures by Jaime Guerra

Los viajes en yola desde República Dominicana a Puerto Rico han existido desde el siglo pasado. A principios de siglo era al revés, desde Puerto Rico venían en yola a cortar caña aquí. Pero más de cien años de corrupción gubernamental ha dejado a Quisqueya, y Haití, como un destino no deseado si no se viene con dólares o euros o se tiene un puesto en el gobierno para robar y salir en las páginas de sociales.

Un hombre, o mujer, está en olla, no vislumbra su divorcio con la miseria como un proyecto a corto o mediano o largo plazo. La única salida del hoyo, piensa, viene de la mano de un ser que algunos llaman Capitán y que por miles de pesos lo traslada a un restaurant en el medio del Canal de la Mona donde los comensales son los escualos, digo, los tiburones.

El aspirante a suicida vende vacas, chivos, caballos, dura años ahorrando. Ya tiene pasaje de ida hacia el infinito. Debe ir a Miches o a cualquier pueblo bendecido por una costa. Allí debe esconderse en unos matorrales a esperar el llamado, me dijo Borges, de la incertidumbre, del peligro, de la derrota. Tal vez pasan varios días antes de que el asesino, digo, Capitán, decida que el mar los recibirá abriéndoles un camino de oscuridad que hará invisible a la yola, como el avión de la Mujer Maravilla, a los ojos de la Marina dominicana, si no ha sido sobornada, o a las pupilas iracundas e insobornables de la Guardia Costera Boricua/Gringa.

Ya el aspirante a cena de tiburones empacó su mochila: Un doble litro de Pepsi, un doble litro de Pepsi pero con agua, una funda de bolones con chicle para ir chupando y aumentar la sed, una caja de galletas de soda, un salami entero para hacer menos aburridas las galletas de soda y una muda de ropa envuelta en una funda plástica negra para mantenerla seca cuando tenga que tirarse al mar, si llegan, al divisar la costa de Aguadilla.

Ya el aspirante a desayuno de campeones, digo, de tiburones, se ha despedido de sus amigos íntimos y de su familia. Recomendó que en el pueblo no se supiera de su partida porque es conocimiento general que la envidia azara. Sintió nostalgia por el río, por las tertulias de cervezas en el colmadón, por su esposa/o e hijos, por el sancocho de los domingos en la casa de la abuela. Va preparado mentalmente para trabajar como un burro donde sea y conseguir una boricua dispuesta a casarse por dólares y obtener la greencard para, por fin, llegar a Nueva York. Allí le espera la nieve de la madrugada que lo llevará a la cocina de un restaurant a lavar platos por 20 horas al día y así, los domingos, podrá beber en un apartamento de una habitación que compartirá con 20 infelices y emborracharse y llorar como un niño por la vida perdida golpeando una mesa con la mano gritando: "Mi mujer... Mis hijos... Mi tierra ". Eso si tiene suerte.

El Capitán da la orden de zarpar. En una yola para 10 se montan 33 hombres, 12 mujeres y un chino. El mar presenta una calma chicha. Deben hacer silencio para que el sónar de los submarinos no los escuche. Las primeras horas todo va bien, ya han vomitado más de la mitad. Nadie sonríe, pocos respiran, todos tienen taquicardia. De repente el mar no está tan calmado. Cada ola que viene es más grande. El silencio pasa a ser gritos que ruegan Dios mete tu mano. Dios está sordo, varios caen al mar. Las olas son rascacielos que prometen derrumbarse sin la ayuda de Al Qaeda. ¿Qué es eso tan grande y con tantos dientes esperando en el agua?

Esta clase de travesía es tan común en nuestros pueblos que hasta se ha convertido en un juego de niños. Estaba en Dudu Lake, una piscina natural en la Costa Norte, y unos niños jugaban con una yola que se iban para Puerto Rico. Llegaban al centro del lago y hundían la yola gritando: "Ahí viene la Marina... tan tirando tiro... un tiburón... se hunde la yola... la Marina le va a prendé fuego a la yola..."

Yo prefiero enfrentarme a Frankestein, al Hombre Lobo, a George Bush, al mismo Lucifer any day. Los dominicanos queremos irnos de este país, de este paraíso de impunidad para los políticos y banqueros ladrones. Cambiamos un paisaje de vastas playas blancas, de montañas con flores amarillas in bloom por edificios cancerosos, por dólares, no muchos, y por cucarachas tan grandes como ratones. Ya lo dice Brodsky en su New York Lullaby: "Buenas noches. Don't mind the roaches".

—Run away to sea, huir al mar, era el rompimiento de los ingleses con los padres —me dijo Borges anoche en Cinema Café.
—Aquí e el deseo de lo pobre de rompé con la miseria —le contesté cogiendo cuerda. Se quedó pensativo, dijo:
—Mirá Bonao, en la Biblia hay un pasaje en Salmos, 107, que tomé para mi infame cuentito El Impostor Inverosímil, dice: "Los que bajan en barcas a la mar, los que comercian en las grandes aguas; esos ven las obras de Dios y sus maravillas en los abismos".
—Tu maldita madre Borge —le dije, me fui a buscar un vodkatonic y lo dejé murmurando algo de La Odisea.

jueves, octubre 06, 2005

Modafoca Loves Me

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Amaneció aguacero. Truenos, rayos, ráfagas de viento: the whole works. Si vamos a creer en Juan Bosch a las ánimas del purgatorio otra vieja Remigia les ofrendó por lo menos mil pesos en velas, por la inflación.

Santo Domingo era un charco. Las cunetas demostraban una vez más su ineficiencia de tragar agua con basura adornada por envolturas de skimice. Aquí dos chinos orinan y hay que andar en yola. Yo estaba asustado. Comparto con los perros el temor al ruido. Los truenos, los tiros, los fuegos artificiales, la bomba atómica me ponen a caminar de aquí para allá con los ojazos abiertos como un chihuahua. Para colmo, dos rayos cayeron cerca y el edificio se estremeció, se fue el cable, se fue la luz, se dispararon 55 alarmas japonesas.

Tocan la puerta. Una bala perdida, pienso. Debajo de una sombrilla amarilla estaba la mujer que dice que me ama. Uno de los paquetes en su mano era una porción de chuletas con papas fritas de Tony Roma's capaz de atragantar un caballo; el otro, en papel de regalo, un t-shirt de Blue is the new red: "Modafoca Me Ama".

Los amores se vuelven grandes con cosas así. Ahí estaba yo, asustado, muriéndome del hambre, mirando como la lluvia convertía al mundo en un cuadro de un Van Gogh miope en medio de un apagón y esta mujer llega para salvar a mi cuerpo de mi cerebro, me rescata de mí mismo. Who could say she is not the best person in the world?

Después del sexo uno puede confesar hasta un asesinato. Al cigarrillo le sigue un séquito de fe, esperanza, sueños, risas, nostalgia por el presente.

— ¿Qué hora es?

Siempre es tarde cuando se pega cuernos. Al segundo de encender su Nokia suena Mozart:
— ¿Eh?, con un paciente en la Plaza de la Salud —se levanta de la cama, desde el baño escucho su voz, tan diferente ahora—. Voy a llegar tarde, ¿fuiste a buscar a la niña? ¿Comió? No la dejes dormir mucho que después se desvela, ok.

Otra mujer regresa. Esta mujer tiene la cara de una muchacha que está perdida y le da vergüenza o miedo preguntar una dirección. Trata de mantener el entusiasmo organizando los libros en la mesita de noche. Se sienta en la cama, tal vez llora.
— Quiero ver como te queda el t-shirt —dice para ahuyentar el silencio—. Qué papi, de seguro te levantas una loca hoy, ¿vas a salir esta noche?
— Sí, voy pa la calle —le contesto para mortificarla, para que tenga que llamarme en la madrugada, susurrando desde el baño de su casa. Yo no quiero salir. Yo quiero dormir y despertar con ella. Yo quiero llevármelas a vivir a Sabana de la Mar; ella curaría a los pescadores por pescados, la niña se convertiría en un pez como un personaje de Faulkner, yo escribiría un best seller de amor taíno con el seudónimo Dulus Dominicus Dulidae, digo, Cigua Palmera, y cultivara yuca para prepararles casabe con ajo y aceite de oliva. Why be a song when you can be a simphony?, escuchamos a Tim Booth cantar sólo para nosotros dos aquí adentro. Afuera, la lluvia y el viento nos advierten que se acerca un huracán.

martes, octubre 04, 2005

Red Cadillac

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Picture by Nicola Kuperus

El hombre camina cargado de fundas plásticas: tennis para la hija que empieza el tennis el miércoles, toalla gigante The Incredibles para la playa, platos para la cena del sábado con la familia de la mujer, cartera feísima para la mujer, mochila Power Puff Girls para la hija, bermudas para él con un 70% de descuento por el otoño de Benetton.

El hombre odia los parqueos de las plazas. El smog se respira como si fuera el túnel de la 27. El calor se hace más intenso que los 40 grados en la calle. Siempre alguien toca una bocina ecualizada por el eco del confinamiento. Algunas luces del techo sucio de catacumba están quemadas y cualquier paso o sombra te pone en alerta. En el parqueo de una plaza en Santo Domingo se pide a gritos ser atracado, piensa.

El hombre saca la llave haciendo malabares con las fundas, mira hacia su carro y el cerebro dura unos segundos para decodificar la imagen: las piernas de una mujer con zapatos rojos salen del baúl de un Cadillac rojo al lado de su Toyota.

El hombre abre la boca y se detiene, mira a todas partes encontrando una soledad full de sombras. Empieza a correr sin saberlo. Las fundas chocan con su pies, es posible que par de platos se hayan roto. Se le cae la funda de los platos.

El hombre llega a la caseta del guachimán que le dio un ticket con una advertencia: "Tiene que sellalo donde compre sino tiene que pagá el parqueo". Nadie en la caseta, un líquido oscuro en el piso refleja la luz del paloelú de la calle. El hombre siente una mano en el hombro, corre sin mirar atrás.

La desesperación del hombre tartamudea, encuentra un policía y varios mirones: "Enen... unun... cacarrorro... unouno pipipie... afufufueera". Aparecen 6 pistolas transformando la cobardía en temeridad. Todos van al parqueo sintiéndose Harry el Sucio. El policía se acerca a la caseta del guachimán apuntando con una mano que tiembla. Nadie.

—¿Y la mujer en el carro?

Los hombres suben, agachándose, apuntando, hacia el tercer nivel del parqueo. Ven a un hombre montándose en, o desmontándose de, un Honda 70 con una actitud, asumen, sospechosa. El policía vocea una onomatopeya. El sospechoso se hace el loco, tal vez no escucha por el casco con el que su hijito juega al astronauta debajo de una mesa mientras él devora mangú con salami a la luz de una vela. Dispara, disparan.

Al lado del Honda 70 el delivery de Pizzarelli deja este mundo con un techo sucio de catacumba como última imagen. No hay piernas de mujer con zapatos rojos saliendo de un baúl. No hay Cadillac rojo.

lunes, octubre 03, 2005

Singing at Playa Grande

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Playa Grande estaba perfecta: no había nadie. Porque eso de ir a una playa full de bañistas es una pela. El merengue bachata reggaetón me gusta para bailarlo pegao con mi mujer, no para estar en el sol escuchando "A ella le guta la gasolina, dame má gasolina" frente a un paisaje tan antiguo y hermoso como la fábula, mexicana y flamenca, con azules y verdores insolentes me comentó Rimbaud. Prefiero fumar con la cabeza en blanco, como una reencarnación de Caonabo, atónito frente al mar antes de que los españoles lo engañaran diciéndole que los grilletes eran pulseras de adorno, una vaina fashion. Detrás de nosotros se escuchan voces de nativos del lugar. Dos hombres discuten sobre quién canta.

—Tú sólo canta a Julio Iglesia poique no tiene vo, canta ai Puma y a José José pa que vea como te ahoga.
—A Dio vea, yo canto a Julio Iglesia poique me guta, yo tengo ma vo que uté.

El devoto de Julio Iglesias divisa al grupo y viene a demostrar que él canta bien. Sobre los hombros carga una canasta de mimbre que supuse llena de pastelitos pescados almejas...

—¿Cómo tamo? Díganme si no e igualito a Julio Iglesia: "Hey, tú nunca me ha querío ya lo sé, yo nunca he sío tuyo ya lo sé, pue sólo poi oigullo e ei querei, hey, ya ve, hey..."
—Te parece sí.
—Y también canto como Luisa María Güell...
—No no, ta bien te creemo, ¿y qué tú vende ahí?
—Ah eto son animale hecho con aiboi fósii, que e como piedra pero e un aiboi

El cantante vendedor se sienta en la arena, le faltan como cinco dientes, la piel está curtida por el sol, la cara muestra arrugas prematuras: el hambre, no sólo de estómago, envejece al hombre. Despliega la obra del artista de árbol fósil sobre la arena.

—A Dio vea, una toituga, un alagaito, un elefante, deifín, iguana, otra toituga, otro alagaito, un maco, una toituga con una toituguita monta arriba, su hijito, eto yo no sé bien que animai e, pero parece otro alagaito, lo elefante e pa la sueite, la toituga pa la alegría y ei deifín pa la amitá, pa hacé amigo, que e que ei hombre tiene 7 época, y una de esa e que tó le sale mai, y yo taba en esa época y puse un elefante arriba dei techo con la cola pa la calle, y a lo 3 día vinién a mi pueita uno americano, negro, que taban bucando mujere y yo se la buqué, mujere seria y limpia e que yo buco y me dieron como 350 dólare, cuando taba al 50 por 1, pero me enamoré y me comí ese dinero, poique yo me vueivo loco cuando me enamoro, le compré uno pantalone a la muchacha...

Su nombre es Miguel. Nació en Río San Juan, una familia de quince hermanos mantenidos por la red, triste según Neruda, del Papá que golpeaba a la madre. Pudieron sobrevivir porque el mar es un supermercado para los pobres. Una dieta de pescado y cangrejos siempre es más sabrosa, y saludable, que el pollo.

—A Dio vea, un día que papá le quería dai goipe a mamá, ya yo taba grandesito, le dije si le topa lo mato y así dejó de daile goipe, pero e que eso papá lo aprendió de su papá que un día, tando yo chiquito, mi abuelo le metió pimienta ajo y sai a mi abuela poi su paite, y ella taba mala en la cama, pero tó se paga poique cuando ella se murió mi abuelo se voivió loco que ella le salía de noche, se le montaba ahí y no lo dejaba doimí, lo que se hace se paga aunque ei catigo dure mucho pa vení siempre viene...

Miguel no estudió. Pescaba con su papá y los hermanos desde que salía el sol hasta que el supermercado marino le entregaba el fruto de plata, Neruda again, de cristal o de luna que pertenece a todas las cocinas pobres de la tierra. Ahora bien, Miguel es inquieto, se hace preguntas y trata de informarse sobre las cosas del mundo, desde la biblia hasta algún libro de historia escrito o narrado por alguien que sabe menos que él. Miguel tiene un anacrónico sancocho de conocimientos en la cabeza.

—A Dio vea, a mi no me guta la iglesia católica poique lo romano mataron a Jesú, Aifonso Pilato fue, y poi Roma fue que empezó la segunda guerra mundiai, que Maitín Lutei King le dijeron uno musulmane que a Hitlei no le gutaban lo hombre chiquito y poi eso empezó a matai judio que son chiquito todito, que la gente no sabe lo que pasa en ei mundo de veidá, a Trujillo no lo mataron aquí como la gente cree, Trujillo murió en Francia que la reina de Francia taba enamoraita de Trujillo y le dijo: " Trujillo a ti na má te matamo do peisona, Dio y yo" y Trujillo se fue pa Francia que ya mandaba caballo y vaca poi un tunei que tenía en su casa de San Critobai.
—¿Y tú no ta casao Miguel?
—No si me mudé con una mujei que casi no conocía y me dejó 2 muchacho que yo mimo crié como pai y mai, poique esa mujei era como una gallina loca que va poniendo huevo poi toá paite sin empollalo, ahora tá en Cotuí y dique allá tiene má muchacho, yo ei otro día conocí una americana, negra, pero e muy delicá, ella vive en Califoinia, pero e muy delicá, ella e maetra, y habla con mucha gramática...

Miguel sueña con conseguir una mujer que sea seria, tranquila, romántica, que le limpie, le cocine y le lave la ropa mientras él recorre la playa con su zoológigo sobre los hombros, cantando a Julio Iglesias bajo el sol de la costa norte. Hey, ya ven, a Miguei nunca lo han querío ya lo ven, Miguei nunca ha sío de nadie ya lo ven, pue sólo poi oigullo e ei querei, hey.

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