sábado, agosto 31, 2013
Trojan Horse
A esa muchacha chilena la conocimos en el bar 8Puertas en la Zona Colonial. Eran los años de las apariciones del ácido. No recuerdo quién fue el primero en hablar con ella, tal vez yo; la seguimos a su apartamento en la Arzobispo Meriño. Ella debía estar intoxicada, ¿quién carga con una manada de fundíos? Otro fundío.
Caminamos las estrechas calles diseñadas por los urbanistas españoles contratados por Ovando u otro asesino, construidas por los taínos, adoquines pegados a la tierra con sangre ignorante de enfermedades venéreas. La madrugada de martes no prometía muchas sorpresas, pero éramos jóvenes y todavía no estábamos contaminados por las decepciones diarias que llegan con las arrugas, con los fracasos, con el segundo corazón roto. Aroma a cloaca, a ciudad vieja.
No sé si alguno pensó en una orgía, tal vez lo comentamos siguiendo los pasos de esta mujer de pelo largo. Raras veces pasaba un carro. Los soñolientos guachimanes nos miraban acariciando sus escopetas. Varios anónimos perros khakis hurgaban en los basureros de las esquinas. Alguien, tal vez yo, iba libremente traduciendo un premonitorio poema de Derek Walcott:
Días que he tenido
Días que he perdido
Días que han crecido
Como hijas
Días que han crecido
Como hijas
Del abrigo de mis brazos.
"Aquí es", debió decir la muchacha chilena. Abrió, con una llave muy grande, una inmensa puerta marrón, extrañamente sin verjas en esta ciudad de ladrones. El apartamento quedaba en un primer piso; al lado había un hotel en el que yo había pasado un fin de semana largo, y una hora (fue el año que atrasaron la hora), con la única mujer que he amado. Tres días de risas, sexo y promesas bajo el encantamiento del sincero triunvirato de la vodka, la cocaína y el amor verdadero. Desde el balcón de nuestra habitación podíamos ver el río Ozama, reprimido por la muralla antigua que alguna vez protegió a Santo Domingo de Francis Drake. Un poco más a la derecha, en el techo de la catedral primada de América, descubrimos una bola de cañón.
Los amigos, durante la tarde y la noche, habíamos agotado todos los temas posibles, ya sólo sonreíamos mirándonos con cariño cómplice. La muchacha chilena hablaba de unos poemas escritos por ella, quería nuestra opinión. Alguien deseó, tal vez yo, que pasara como en El Pozo de Onetti, que de repente la sala de ese sucio apartamento se inundara de un agua dulce y genuina y, rozándonos la nariz con su pequeña aleta trasera, ante nuestros ojos atónitos, nadara un pescadito rojo. Ella se sentó frente a su laptop, empezó a leer versos sobre Ovnis y Jesucristo. No nos burlamos, todos queríamos verla desnuda.
"¿Por qué debemos creer en la Biblia y no en El Caballo de Troya?", preguntó la muchacha chilena, sorprendiéndonos.
"No no, pero yo le doy más crédito a las verdades dudosas, que según Reyes es la literatura, de Homero, que a las crónicas del Génesis o de los milagros de Jesús", dijo alguien, tal vez yo. "Además, parece que la guerra de Troya sí sucedió, claro, no fue por algo tan trivial como la traición de Helena, fue más por invasión de tierras, expansión del imperio griego."
"¿Eh? No, yo hablo de la saga de JJ Benítez", dijo la muchacha chilena.
"Jum, demanding", dijo alguien, tal vez el aganitaleño, y alguien pensó, tal vez yo, que quien lee, y además cree, lo despachado por JJ Benítez se encuentra, sin esperanza de regreso, del otro lado de esa línea invisible que separa la cordura de lo inexplicable. Alguien dijo, estoy seguro que fui yo, "Vámonos"; no quería correr el riesgo de dormirme al lado de esa muchacha chilena y que mi cuerpito fuera encontrado en pedacitos, en una funda plástica negra, por los anónimos perros khakis que cada madrugada hurgan y hurgan en los basureros de las esquinas de Santo Domingo.
"Jum, demanding", dijo alguien, tal vez el aganitaleño, y alguien pensó, tal vez yo, que quien lee, y además cree, lo despachado por JJ Benítez se encuentra, sin esperanza de regreso, del otro lado de esa línea invisible que separa la cordura de lo inexplicable. Alguien dijo, estoy seguro que fui yo, "Vámonos"; no quería correr el riesgo de dormirme al lado de esa muchacha chilena y que mi cuerpito fuera encontrado en pedacitos, en una funda plástica negra, por los anónimos perros khakis que cada madrugada hurgan y hurgan en los basureros de las esquinas de Santo Domingo.
miércoles, agosto 28, 2013
Warning to a Royal Steele salesman
El vendedor de ollas sale de la estación del Subway. Camina cuatro pasos, y se devuelve. Le da todo el menudo en sus bolsillos a la homeless que, con una voz muy dulce, ruega. Empezar la ruta del día con una buena acción, en algunos casos, contribuye a la buena suerte. Tal vez hoy venda su primer set premium.
Los copos de nieve son pequeñitos, se deshacen tan pronto chocan contra cualquier objeto; la nieve acumulada en las aceras pertenece a anoche, a antes de ayer, al martes, a otra época; las temperaturas menos 0 no la han dejado derretirse, es muy posible que llegue a marzo. El invierno cubre la ciudad y las almas de sus habitantes.
El vendedor de ollas camina dejando sus huellas destinadas a desaparecer; una mano en el coat, en la otra carga su bulto de catálogos y muestras. La nieve empaña los lentes; saca la mano del coat, la mete en el bolsillo de adentro, saca un pañuelo y, sin detenerse, con destreza, con la misma mano, frote circular de índice y pulgar, limpia los lentes.
En la encrucijada se detiene para toser, para escoger la calle. A veces un árbol, un perro manchado, una ardilla de cola negra, el color amarillo de una casa, lo decide. Hoy no hay ayuda, el mundo está escondido. La nieve le da el mismo blanco a los techos, lado a lado árboles muertos. El viento pasa lentamente parafraseando en inglés a Monterroso que parafraseó en español a Marco Aurelio que escribió en latín: “Fabio, how cold is New York in January.”
Sin nunca haber escuchado a Rush, 2112 es el número de la primera casa elegida, además no tiene verjas. Parece que en esta calle viven muchos dominicanos, casi todas las casas tienen verjas altas terminadas en puntas. Es la costumbre, en Santo Domingo hasta las ventanitas de los baños en una torre de 21 pisos tienen verjas, y de todos es sabido que la Mercedes Benz está creando un modelo, exclusivo para mi país, rodeado de verjas con alambres de púas y una puerta con cadena y candado y en el asiento trasero un guachimán y un pitbull.
“WHO THE FUCK IS IT?”
“Royal Steele, just give me 5 minutes.”
“FUCK YOU MOTHERFUCKER!!!”
“El que está acostumbrado a viajar, sabe que siempre es necesario partir algún día”, decía la cita optimista de hoy. “Cada mañana abre la agenda y ante de bebé café lee la cita pa empesá el día, eso te va da ánimo”, le dijo Salvador cuando le regaló la agenda; pero muchas veces las citas no significan nada para el vendedor de ollas, o su significado es esotérico.
Nunca ha tenido la suerte de Salvador, “Fabio, una blanquita en Brooklyn, solita, media mañana, leña hata la 5, ademá me compró un set premium hata con paellera.” Pero hoy, lo siente, hoy será diferente. A veces el clima frío ayuda a la venta, los clientes potenciales temen la soledad, el silencio callejero, compran lo que no necesitan para disfrutar de la compañía de otro ser que escuche y hable mierda en cualquier idioma.
“No, pero déjeme mostrarle, cada olla está compuesta de nueve capas, dos de aluminio 1020, una de cobre, dos de aluminio 1030, otra de cobre, y tres de aluminio 1010, creando lo que en Royal Steele llamamos Acero Quirúrgico, olvide el acero inoxidable, eso es cosa del pasado. Con nuestras ollas Royal Steele usted ahorra energía, es decir gas, y tiempo, porque los alimentos que duran media hora en otras ollas sólo toman 4 minutos y medio en las nuestras; ahorra dinero porque jamás tendrá que comprar otra olla, la garantía es de 50 años, mire el fondo, y ahorra nutrientes porque nuestras ollas conservan el caliente para siempre, se acabó el recalentar comida; además el mango es de silicona, de la que usan los bomberos, nunca se quema y no tendrá que bregar con trapitos, jamás; y como si todo esto fuera poco está participando en una rifa de 10 mil dólares el último sábado de febrero en Sábado Gigante con Don Francisco. ¿Quiere más? Pues si compra el set premium le regalamos un set de cucharas…”
“¿Y cúanto vale esa ollita, la chiquita?”
“Doñita, si sólo compra la chiquita sale un poquito cara, pero qué digo cara, un producto con una garantía de 50 años nunca será caro; déjeme ver…, sí…, más 2.5%..., es decir el 3…, sí…, una tapa aparte..., sí..., 499 dólares.”
“¿499 DÓLARE? That shit expensive; si yo compro una olla poi ese precio debe aparecei la caine en foima mágica adentro; hoy quiero pueico, y pum, debe aparecei un pueico enterito en la olla; y brillaise ella mima y hacei mangú ella solita; fucking shit, qué ollita tan cara.”
VILLAS DE SAN ISIDRO
“¿Cómo Fabio, y tú tiene esa cantidad de dinero?”
“Bueno, yo tengo 9 año trabajando allá en Nueva York, ahorrando, se da un down payment fuerte y uno manda una remesa pacá to lo mese hata que la pague.”
A Fabio le gustó la oficina en un edificio lujoso en la Sarasota, muy organizada, computadoras nuevas y una recepcionista secretaria con marcado acento sureño que sin venir a cuento dijo "Yo sor de Cota Rica." Le gustó la maqueta, con carritos en las marquesinas, muñequitos en las calles sin basura, niños con perros. Le gustó la televisión pasando el infomercial una y otra vez, “Cerca y lejos de la capital, cerca del aeropuerto y de la playa, cerca de tu corazón, aquí te espera tu hogar, Villas de San Isidro, tu sueño realizado.” Le gustó la amabilidad del dueño, un canadiense con acento italiano, que lo trató como a un príncipe, pidió café para los dos, “Maritza, due capuchinos”, dejándole Drakkar cuando se estrecharon las manos después de firmar los contratos.
De las Villas de San Isidro quedaron los cascarones de blocks, sin empañetar, sin techos, sin pisos, sin ventanas, sin títulos, ruinas de una urbanización nacida muerta que en un futuro cercano cuando el Caribe desaparezca serán desenterradas del lodo por futuros arqueólogos con la teoría de un desastre volcánico peor que el de Pompeya.
Perdóname Fabio, pero antes de terminar contigo debo preguntarte algo, en este mundo de demonios vestidos de hombres y mujeres, de padres abusando de hijas en sótanos por más de 20 años, de comedores de cerebros, de gárgolas catadoras de hígados humanos, de mujeres muy amables con 13 gatos, ¿no te da un chin de miedo entrar a una casa sin saber quién, o qué diablos se esconde ahí, sin que nadie sepa de tu visita?
Los copos de nieve son pequeñitos, se deshacen tan pronto chocan contra cualquier objeto; la nieve acumulada en las aceras pertenece a anoche, a antes de ayer, al martes, a otra época; las temperaturas menos 0 no la han dejado derretirse, es muy posible que llegue a marzo. El invierno cubre la ciudad y las almas de sus habitantes.
El vendedor de ollas camina dejando sus huellas destinadas a desaparecer; una mano en el coat, en la otra carga su bulto de catálogos y muestras. La nieve empaña los lentes; saca la mano del coat, la mete en el bolsillo de adentro, saca un pañuelo y, sin detenerse, con destreza, con la misma mano, frote circular de índice y pulgar, limpia los lentes.
En la encrucijada se detiene para toser, para escoger la calle. A veces un árbol, un perro manchado, una ardilla de cola negra, el color amarillo de una casa, lo decide. Hoy no hay ayuda, el mundo está escondido. La nieve le da el mismo blanco a los techos, lado a lado árboles muertos. El viento pasa lentamente parafraseando en inglés a Monterroso que parafraseó en español a Marco Aurelio que escribió en latín: “Fabio, how cold is New York in January.”
Sin nunca haber escuchado a Rush, 2112 es el número de la primera casa elegida, además no tiene verjas. Parece que en esta calle viven muchos dominicanos, casi todas las casas tienen verjas altas terminadas en puntas. Es la costumbre, en Santo Domingo hasta las ventanitas de los baños en una torre de 21 pisos tienen verjas, y de todos es sabido que la Mercedes Benz está creando un modelo, exclusivo para mi país, rodeado de verjas con alambres de púas y una puerta con cadena y candado y en el asiento trasero un guachimán y un pitbull.
“WHO THE FUCK IS IT?”
“Royal Steele, just give me 5 minutes.”
“FUCK YOU MOTHERFUCKER!!!”
“El que está acostumbrado a viajar, sabe que siempre es necesario partir algún día”, decía la cita optimista de hoy. “Cada mañana abre la agenda y ante de bebé café lee la cita pa empesá el día, eso te va da ánimo”, le dijo Salvador cuando le regaló la agenda; pero muchas veces las citas no significan nada para el vendedor de ollas, o su significado es esotérico.
Nunca ha tenido la suerte de Salvador, “Fabio, una blanquita en Brooklyn, solita, media mañana, leña hata la 5, ademá me compró un set premium hata con paellera.” Pero hoy, lo siente, hoy será diferente. A veces el clima frío ayuda a la venta, los clientes potenciales temen la soledad, el silencio callejero, compran lo que no necesitan para disfrutar de la compañía de otro ser que escuche y hable mierda en cualquier idioma.
“No, pero déjeme mostrarle, cada olla está compuesta de nueve capas, dos de aluminio 1020, una de cobre, dos de aluminio 1030, otra de cobre, y tres de aluminio 1010, creando lo que en Royal Steele llamamos Acero Quirúrgico, olvide el acero inoxidable, eso es cosa del pasado. Con nuestras ollas Royal Steele usted ahorra energía, es decir gas, y tiempo, porque los alimentos que duran media hora en otras ollas sólo toman 4 minutos y medio en las nuestras; ahorra dinero porque jamás tendrá que comprar otra olla, la garantía es de 50 años, mire el fondo, y ahorra nutrientes porque nuestras ollas conservan el caliente para siempre, se acabó el recalentar comida; además el mango es de silicona, de la que usan los bomberos, nunca se quema y no tendrá que bregar con trapitos, jamás; y como si todo esto fuera poco está participando en una rifa de 10 mil dólares el último sábado de febrero en Sábado Gigante con Don Francisco. ¿Quiere más? Pues si compra el set premium le regalamos un set de cucharas…”
“¿Y cúanto vale esa ollita, la chiquita?”
“Doñita, si sólo compra la chiquita sale un poquito cara, pero qué digo cara, un producto con una garantía de 50 años nunca será caro; déjeme ver…, sí…, más 2.5%..., es decir el 3…, sí…, una tapa aparte..., sí..., 499 dólares.”
“¿499 DÓLARE? That shit expensive; si yo compro una olla poi ese precio debe aparecei la caine en foima mágica adentro; hoy quiero pueico, y pum, debe aparecei un pueico enterito en la olla; y brillaise ella mima y hacei mangú ella solita; fucking shit, qué ollita tan cara.”
VILLAS DE SAN ISIDRO
- CERCA DEL AEROPUERTO
- CERCA DE LA PLAYA
- CERCA Y LEJOS DE LA CAPITAL
- 3 HABITACIONES
- 2 ½ BAÑOS
- GALERíA
- PATIO
- CISTERNA
- ZONA TRANQUILA
“¿Cómo Fabio, y tú tiene esa cantidad de dinero?”
“Bueno, yo tengo 9 año trabajando allá en Nueva York, ahorrando, se da un down payment fuerte y uno manda una remesa pacá to lo mese hata que la pague.”
A Fabio le gustó la oficina en un edificio lujoso en la Sarasota, muy organizada, computadoras nuevas y una recepcionista secretaria con marcado acento sureño que sin venir a cuento dijo "Yo sor de Cota Rica." Le gustó la maqueta, con carritos en las marquesinas, muñequitos en las calles sin basura, niños con perros. Le gustó la televisión pasando el infomercial una y otra vez, “Cerca y lejos de la capital, cerca del aeropuerto y de la playa, cerca de tu corazón, aquí te espera tu hogar, Villas de San Isidro, tu sueño realizado.” Le gustó la amabilidad del dueño, un canadiense con acento italiano, que lo trató como a un príncipe, pidió café para los dos, “Maritza, due capuchinos”, dejándole Drakkar cuando se estrecharon las manos después de firmar los contratos.
De las Villas de San Isidro quedaron los cascarones de blocks, sin empañetar, sin techos, sin pisos, sin ventanas, sin títulos, ruinas de una urbanización nacida muerta que en un futuro cercano cuando el Caribe desaparezca serán desenterradas del lodo por futuros arqueólogos con la teoría de un desastre volcánico peor que el de Pompeya.
Perdóname Fabio, pero antes de terminar contigo debo preguntarte algo, en este mundo de demonios vestidos de hombres y mujeres, de padres abusando de hijas en sótanos por más de 20 años, de comedores de cerebros, de gárgolas catadoras de hígados humanos, de mujeres muy amables con 13 gatos, ¿no te da un chin de miedo entrar a una casa sin saber quién, o qué diablos se esconde ahí, sin que nadie sepa de tu visita?
jueves, agosto 22, 2013
Traffic Jam
El hombre despierta en Santo Domingo sin haber dormido, apagón, calor, mosquitos. El inversor se descargó antes de medianoche. Piensa en una excusa, cualquiera, que no haya usado recientemente para faltar al trabajo. Ya mató a sus abuelos, a los cuatro. Ya ha llevado a su mamá a la clínica, varias veces. Ya ha ido a buscar a familiares y enemigos al aeropuerto, y los vuelos se han atrasado. Ya ha sufrido de gastritis, por comida china y mexicana y patimongo. Ya ha tenido que pasar un día entero esperando al plomero, porque el baño estaba tapado. Ninguna advertencia o aviso de ciclón. Mucho sol.
- Cepillarse 2 minutos
- Cagar 10 minutos
- Pensar 10 minutos
- Maldecir 23 minutos
- Bañarse 5 minutos
Pantalón gris. Camisa gris. Corbata gris. Saco gris. Un vaso de agua tibia. Abrir la puerta y comparar ojeras con la multitud.
El locutor en la radio del carro habla de que el presidente saltó otro charco en El Hoyo de Pepe y además comió con los dedos mazamorra de auyama con salami requetefrito en un caldero requeteprieto. También dice que los apagones generales, introduciendo el término Blackouts entre los muertos de hambre, que afectan el país son una especie de SIDA del sistema energético. Una voz de mujer, entrevistada en la calle, confirma la desolación:
"Mírame lo sojo, no he dormío ni un minuto, tengo un hijo de un año y do mese y me pasé la noche entera meciéndolo en una mecedora y echándole freco con un cartón pa que no se me ajogue y sólo me paré cuando se metió un ladrón que me encañonó pa que le diera mi celular y cuando vino la policía a llevarse una lata de leche Nido sin detapar que taba en la cocina..."
En la Churchill con 27 las bocinas del tapón advertían que los semáforos estaban de adorno y que los AMETs estaban para usar sombreros verdes y abusar en grupo, como pavos o taxistas, de cualquiera que no fuera militar o hijo de militar. Un ventrílocuo invisible movía los labios de un hombre con canas que si duraba diez minutos más ahí le iba a dar un infarto; una mujer murmuraba un padre nuestro mirando el futuro por el retrovisor mientras sus dos niños pegaban las caras al vidrio; cientos de voces se quejaban por estar en el infierno sin haber sido declaradas muertas, oficialmente.
Una mujer AMET habla con un palomo buscando sombra debajo de una palmera sostenida por cuatro palos:
-¿Y a ti te guta ser policía de tránsito?
-Me guta eta vaina.
-¿Y tú ta casá? Ese marío tuyo debe tar pisando fino si no quiere que tú le dé un tiro con esa pitola.
-Sí, él bebía y tenía una quería, pero ahora ta frío conmingo.
-¿Y no te ha encontrao lío en la calle con lo chofere?
-Claro, pero yo me hago la loca, me pasan por el lao y me vocean: "Amet mamañema... Ponte en el medio pa pasate por arriba... Hija de la gran puta", pero yo no caigo al nivel de un guagüero, yo me hago la loca, porque en ete paí
La conversación fue interrumpida por la tierra que se abrió y se los tragó a todos.
viernes, agosto 09, 2013
XXXII by Vallejo
Poema de Vallejo dedicado a los gordos en este verano:
999 calorías
Rumbbb...Trrrapprrr rrach...chaz
Serpentínica u del dizcochero
engirafada al tímpano.
Quién como los hielos. Pero no.
Quién como lo que va ni más ni menos.
Quién como el justo medio.
1,000 calorías.
Azulea y ríe su gran cachaza
el firmamento gringo. Baja
el sol empavado y le alborota los cascos
al más frío.
Remeda al cuco: Roooooooeeeis...
tierno autocarril, móvil de sed,
que corre hasta la playa.
Aire, aire! Hielo!
Si al menos el calor (--------Mejor
no digo nada.
Y hasta la misma pluma
con que escribo por último se troncha.
Treinta y tres trillones trescientos treinta
y tres calorías.
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