martes, agosto 23, 2005

Pictures from Cabarete

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El Nokia de la mujer tocó a Mozart. El caller ID le apretó los labios en una mueca de desprecio.
—Dime.
La voz del hombre hablaba de fotos tomadas por él en una habitación de hotel en la playa, abajo se escuchaba a Leonard Cohen, cuando ella lo llamaba papichulo: "La propaganda del morbo en el Infernet es demasiado fácil y rápida" if you want another kind of love I'll wear a mask for you; "tú verás la cadena de mails indiscretos de imbéciles que no tienen un chin de caballerosidad" the beast won't go to sleep; "tu papá consternado hasta las lágrimas y el infarto" but a man never got a woman back not by begging on his knees; "mira a la Chica Rakata que salió hasta en Remolacha" and I'd howl at your beauty like a dog in heat; "se te va a crear una mala reputación de cuero del diablo" and I'd claw at your heart; "yo cambio silencio por nalga" here I stand I'm your man…

—Yo no puedo creé que tú haría eso.
No contestaron, ella sintió que era capaz de matarlo.
—¿Sólo una vez? ¿Y cómo yo sé que tú no va a seguí jodiendo con esa vaina?
Colgaron. Los dedos quedaron inmóviles sobre el keyboard, los ojos quedaron inmóviles sobre el parpadeo del cursor.

Mozart la trajo de vuelta, otra mueca, la voz de otro hombre.
—No sé, no tengo mucha gana de salí hoy, no, no e eso.
La voz del otro hombre rogaba confianza, oportunidades, tiempo para demostraciones de un amor a lo Shakespeare o de una sentencia de veinte años de aburrimiento y sin fetiches.
—E algo personal, sí, ya sé. Déjame conocete mejor, depué te digo.

El beep de la computadora anunció el mail, inicio de la incertidumbre.
Presionó Enter. Esa era ella. Sintió un escalofrío al recordar por qué reía en las fotos. Una extraña desnuda posando de la forma más curiosa con la cara deforme por el vicio y la dicha. La autenticidad era palpable, esa era ella. Presionó Delete.
—Oye, mi jefa me ta llamando, tengo que colgá, depué hablamo.
Se paró, fue al baño. Una intención en forma de saliva cayó en el inodoro.

El día del trueque, en los escalones de la sordidez, le dio la bienvenida un olor a moho, una barba de tres días que le dejaría cuello y hombros y tetas full de arañazos. La mujer entró, el hombre cerró la puerta.

La mujer, acurrucada en la cama, observaba a su hombre buscar la máscara en una gaveta. Sonrió con la cara de las fotos y, después de mirar una telaraña en el techo, se envolvió en las sábanas sucias como una momia, como si fuera a dormir cien años.





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