martes, enero 03, 2006
Dec. 29, the bets of the bets
Picture by J. González
Buenos días Señor Acantilado. ¿Cómo amaneció Señor Mar? Otro día de sol en el nordeste, otro día para la memoria de la risa. Una leve resaca me indica que, tal vez, anoche bebí mucho, que necesito comer ya. Una de las vacacionistas prepara pan pita relleno de queso, tomate, albahaca, rúcula, romero u otra vaina verde. No deja de asombrarme la gente que cocina sólo por el placer de alimentar a otros. Esa amabilidad me conmueve.
Hacemos lo que se convirtió en rutina desde el primer día: Primero playas (Preciosa, Diamante, Playa Grande); después agua dulce para quitarnos el agua salada (Dudú Lake, Blue Lake) y, al anochecer, visitamos a un pana que tiene una casa con una alfombra de gramas en La Entrada. Nos sentamos en la grama, alguien, mirando un cielo ahíto de luces, dice que estamos en un hotel de un millón de estrellas.
—¿Qué contelación e esa?
—Esa e la contelación de Yadirys, la vendedora de patele en hoja.
Antes de llegar a La Entrada pasamos por el supermercado de Cabrera para comprar bebida. Dos hombres beben a la salud de la dueña detrás del mostrador que, además de su escondida belleza, tiene carro, casa e internet. Uno de ellos, con canas, se mantiene repitiendo:
—The bets of the bets, lo mejoi de lo mejoi...
El otro hombre con camisa hawaiana no dice ni pío. La verdad es que siente que su ignorancia lingüística le hace perder terreno ante los ojos de la dueña que entre frase y frase bebe cerveza tarareando una bachata.
—The bets of the bets, lo mejoi de lo mejoi...
No importa cuántas veces lo diga, el hombre con canas siempre sentirá satisfacción, siempre sentirá que es la primera vez que lo dice, siempre hará sonar su lengua contra el paladar.
—The bets of the bets, lo mejoi de lo mejoi...
Los dos hombres saben que es un piropo a la mujer y, aunque ella se hace la loca, la intención oculta en la eufonía de estas palabras en dos idiomas le pintan una sonrisa de ojos y labios. También ayuda la cerveza, también ayuda diciembre.
—The bets of the bets, lo mejoi de lo mejoi...
En este instante entra un turista vegetariano de la capital, sin nada mejor que hacer que meterse en lo que no le importa, e incapaz de dejar pasar una mala pronunciación dice:
—Es best...
El hombre con camisa hawaiana se siente renacer, la ayuda que esperaba del cielo le llegó en forma de un turista vegetariano de la capital; hincha el pecho como un grillo en celo y, con un desdén digno de un ciudadano romano hacia un esclavo galo, y, con un desprecio digno de un dominicano que vende frituras en una esquina hacia un haitiano que vende frutas en otra esquina, exclama a viva voz:
—Míralo ahí, si yo hablara inglé me gutaría hablailo correitamente, no con faita...
El hombre con canas se queda callado, disimula su ofuscamiento llenándole el vaso de cerveza a la dueña; para borrar la impresión de su ignorancia siente que necesita decir algo profundo, una frase que lo vuelva a colocar entre Platón y Descartes, por fin recuerda, bebe un trago de cerveza y limpiándose el bigote con la lengua le pregunta al turista vegetariano de la capital:
—¿A que uté no sabe cuái ha sío la mejoi navidá?
Todomundo tiene una respuesta incorrecta. El hombre con canas respira con la intensidad de alguien rescatado de un fuego y, aunque la pregunta se la hizo al turista vegetariano de la capital, mirando al hombre con camisa hawaiana responde:
-Oh, eta, poique eta e la que tamo viviendo ahora mimo...
Por fin nos entregan la vodka, la tónica, las fundas de hielo y nos vamos dejando este peculiar triángulo amoroso de la misma forma que lo encontramos: bebiendo cerveza cantando una canción de Black Sabbath acompañada por los acordes misóginos de la guitarra de Anthony Santos:
Ei día que te conocí
ya taba mirando ei cielo
cuando ei soi se ocureció
y la nube de trueno huyeron
ei mai empezó a temblai
y ei viento empezó a gemí
debí de tomailo como una señai
pa ime corriendo de aquí...
Buenos días Señor Acantilado. ¿Cómo amaneció Señor Mar? Otro día de sol en el nordeste, otro día para la memoria de la risa. Una leve resaca me indica que, tal vez, anoche bebí mucho, que necesito comer ya. Una de las vacacionistas prepara pan pita relleno de queso, tomate, albahaca, rúcula, romero u otra vaina verde. No deja de asombrarme la gente que cocina sólo por el placer de alimentar a otros. Esa amabilidad me conmueve.
Hacemos lo que se convirtió en rutina desde el primer día: Primero playas (Preciosa, Diamante, Playa Grande); después agua dulce para quitarnos el agua salada (Dudú Lake, Blue Lake) y, al anochecer, visitamos a un pana que tiene una casa con una alfombra de gramas en La Entrada. Nos sentamos en la grama, alguien, mirando un cielo ahíto de luces, dice que estamos en un hotel de un millón de estrellas.
—¿Qué contelación e esa?
—Esa e la contelación de Yadirys, la vendedora de patele en hoja.
Antes de llegar a La Entrada pasamos por el supermercado de Cabrera para comprar bebida. Dos hombres beben a la salud de la dueña detrás del mostrador que, además de su escondida belleza, tiene carro, casa e internet. Uno de ellos, con canas, se mantiene repitiendo:
—The bets of the bets, lo mejoi de lo mejoi...
El otro hombre con camisa hawaiana no dice ni pío. La verdad es que siente que su ignorancia lingüística le hace perder terreno ante los ojos de la dueña que entre frase y frase bebe cerveza tarareando una bachata.
—The bets of the bets, lo mejoi de lo mejoi...
No importa cuántas veces lo diga, el hombre con canas siempre sentirá satisfacción, siempre sentirá que es la primera vez que lo dice, siempre hará sonar su lengua contra el paladar.
—The bets of the bets, lo mejoi de lo mejoi...
Los dos hombres saben que es un piropo a la mujer y, aunque ella se hace la loca, la intención oculta en la eufonía de estas palabras en dos idiomas le pintan una sonrisa de ojos y labios. También ayuda la cerveza, también ayuda diciembre.
—The bets of the bets, lo mejoi de lo mejoi...
En este instante entra un turista vegetariano de la capital, sin nada mejor que hacer que meterse en lo que no le importa, e incapaz de dejar pasar una mala pronunciación dice:
—Es best...
El hombre con camisa hawaiana se siente renacer, la ayuda que esperaba del cielo le llegó en forma de un turista vegetariano de la capital; hincha el pecho como un grillo en celo y, con un desdén digno de un ciudadano romano hacia un esclavo galo, y, con un desprecio digno de un dominicano que vende frituras en una esquina hacia un haitiano que vende frutas en otra esquina, exclama a viva voz:
—Míralo ahí, si yo hablara inglé me gutaría hablailo correitamente, no con faita...
El hombre con canas se queda callado, disimula su ofuscamiento llenándole el vaso de cerveza a la dueña; para borrar la impresión de su ignorancia siente que necesita decir algo profundo, una frase que lo vuelva a colocar entre Platón y Descartes, por fin recuerda, bebe un trago de cerveza y limpiándose el bigote con la lengua le pregunta al turista vegetariano de la capital:
—¿A que uté no sabe cuái ha sío la mejoi navidá?
Todomundo tiene una respuesta incorrecta. El hombre con canas respira con la intensidad de alguien rescatado de un fuego y, aunque la pregunta se la hizo al turista vegetariano de la capital, mirando al hombre con camisa hawaiana responde:
-Oh, eta, poique eta e la que tamo viviendo ahora mimo...
Por fin nos entregan la vodka, la tónica, las fundas de hielo y nos vamos dejando este peculiar triángulo amoroso de la misma forma que lo encontramos: bebiendo cerveza cantando una canción de Black Sabbath acompañada por los acordes misóginos de la guitarra de Anthony Santos:
Ei día que te conocí
ya taba mirando ei cielo
cuando ei soi se ocureció
y la nube de trueno huyeron
ei mai empezó a temblai
y ei viento empezó a gemí
debí de tomailo como una señai
pa ime corriendo de aquí...
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