martes, enero 24, 2006
Singing before the rain
Llegué de cenar y encontré una clase de insecto gigante sobre mi cama.
Era un bicho raro, marrón, no negro ni verde, alas transparentes, cabeza color coco seco y con puntos oscuros.
No quería matarlo. Soy bastante viejo para esas alegrías y conozco el remordimiento y al Dalai Lama. Tampoco lo quería dentro, esperando un descuido para empezar a revolotear.
Me senté a mirarlo. Podía tomar una funda, atraparlo con cuidado y soltarlo en el jardín. Eso hice.
Cansado de CNN y el Oriente miraba el techo de telarañas.
Percibía los sonidos de la madrugada: La televisión del vecino murmurando en italiano, truenos, un carro, un perro, otro carro, un gallo que nadie sabe dónde está, un Honda 70 y unas manos que arrojan noticias de simios, y una chicharra.
El insecto no era una mosca ni un grillo ni una esperanza, era su primo con talento chicharra.
Recuerdo ese sonido de grillo de ópera en el Bonao de mi infancia.
Esa aria que acompañó el correr en bicicleta, el sabor de la mandarina, el olor de los cabellos de Natalia.
Imaginé a mi breve huesped afuera, mirando este enero con burla; inflando el pecho para atraer hembras antes del aguacero.
Era un bicho raro, marrón, no negro ni verde, alas transparentes, cabeza color coco seco y con puntos oscuros.
No quería matarlo. Soy bastante viejo para esas alegrías y conozco el remordimiento y al Dalai Lama. Tampoco lo quería dentro, esperando un descuido para empezar a revolotear.
Me senté a mirarlo. Podía tomar una funda, atraparlo con cuidado y soltarlo en el jardín. Eso hice.
Cansado de CNN y el Oriente miraba el techo de telarañas.
Percibía los sonidos de la madrugada: La televisión del vecino murmurando en italiano, truenos, un carro, un perro, otro carro, un gallo que nadie sabe dónde está, un Honda 70 y unas manos que arrojan noticias de simios, y una chicharra.
El insecto no era una mosca ni un grillo ni una esperanza, era su primo con talento chicharra.
Recuerdo ese sonido de grillo de ópera en el Bonao de mi infancia.
Esa aria que acompañó el correr en bicicleta, el sabor de la mandarina, el olor de los cabellos de Natalia.
Imaginé a mi breve huesped afuera, mirando este enero con burla; inflando el pecho para atraer hembras antes del aguacero.
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