miércoles, mayo 10, 2006
Lazy
Una de las cosas que me gusta, bueno, tal vez la única, de mi trabajo en Banca Corporativa es salir a buscar, a visitar clientes en sus empresas. Muchos lunes me regalan un paisaje de mar al lado de una Zona Franca como en Haina; otras veces puedo acelerar mi peugeot nuevecito en la autopista de un jueves llegando a Villa Altagracia en 12 minutos para comer galletas de ajo con queso. En fin, tengo libertad para desaparecer de esa prisión del aburrimiento llamado cubículo cuando la corbata le recuerda a mi cuello una forma italiana del suicidio.
Y aprovecho estas oportunidades. "Tengo que i a cobrá pa la calle", digo, y la desesperación de timbres no me deja esperar el ascensor. En la calle me fumo un cigarrillo mirando las nubes aguaceras. Si tengo sol llamo a alguna vaga y me voy para la playa. A veces me voy a dormir, son tan buenos esos sueñitos a las 11 de la mañana, sobre todo si llueve, te hacen sentir más rico que Salomón.
Sólo los ciudadanos comunes y sanos sufrimos los tapones en Santo Domingo. Todos los días, a las 8 y 43, violando el rojo del semáforo de la Bolívar con Tiradentes, pasa un subsecretario, con dos policías franqueadores, hacia una cita importante sólo para su bolsillo; al minuto pasa una ambulancia con su sirena. Parece que siempre hay un enfermo a esa hora, pensé el miércoles, tenía una cita con un distribuidor de repuestos que aumentaría mi cartera de préstamos por lo menos en 20 millones, además buena paga según su CICLA; pero el viernes, cuando la ambulancia pasó a la misma hora con su bulla, pensé que era una vagabundería del conductor para no aguantar el tapón. Yo, la verdad, no tenía muchas ganas de sentarme en ese cubículo a escuchar planes de fin de semana de un hombre casado con 4 hijos y un pastor alemán; no tenía ni un chin chin de deseo de amar a esa turquita bonita y estéril que adora a sus sobrinos hasta desear la muerte de su hermana, así que en un impulso digno de Batman decidí seguir la ambulancia para desenmascarar al abusador en la casa de alguna querida.
Metiéndome en la Bolívar casi choco con una guagua de San Cristóbal, atrás tenía un afiche gigante de Leivin, tu diputado; tuve que esperar por el grupo de avivatos que se pegan a la ambulancia como si fueran familiares detrás de una desgracia. En la Lincoln por poco y me quedo, pero mi pericia logró evadir al delivery que dobló por Vimenca con cervezas y cigarrillos para un after. La ambulancia subió la Churchill conmigo a sólo dos carros de distancia, dobló la 27 hacia la Nuñez de Cáceres sin disminuir la velocidad, qué aventura.
Se detuvo por Los Prados, cerca del club. Mis sospechas aumentaron cuando no vi a nadie en bata recibir a la ambulancia en la calle. Se apearon tres hombres sin camillas, creo que hablaban de pelota, uno de ellos miró calle arriba y calle abajo antes de entrar en una casa sin verjas y sin perro. Eso debe ser una pensión de estudiantes campesinas, deben haber por lo menos tres futuras contadoras ahí adentro, pensé encendiendo un cigarrillo, planificando el próximo paso. Podía entrar y sorprenderlos en pleno coito, en plena orgía, en pleno mangú. Podía anotar la placa y llamar a MOVIMED para informar el mal uso de sus vehículos y privilegios de tránsito. Podía no hacer nada e ir a trabajar. Después de mucho pensar decidí llamar a Somalia, una banileja que debe verse buenísima en un trajebaño amarillo.
Y aprovecho estas oportunidades. "Tengo que i a cobrá pa la calle", digo, y la desesperación de timbres no me deja esperar el ascensor. En la calle me fumo un cigarrillo mirando las nubes aguaceras. Si tengo sol llamo a alguna vaga y me voy para la playa. A veces me voy a dormir, son tan buenos esos sueñitos a las 11 de la mañana, sobre todo si llueve, te hacen sentir más rico que Salomón.
Sólo los ciudadanos comunes y sanos sufrimos los tapones en Santo Domingo. Todos los días, a las 8 y 43, violando el rojo del semáforo de la Bolívar con Tiradentes, pasa un subsecretario, con dos policías franqueadores, hacia una cita importante sólo para su bolsillo; al minuto pasa una ambulancia con su sirena. Parece que siempre hay un enfermo a esa hora, pensé el miércoles, tenía una cita con un distribuidor de repuestos que aumentaría mi cartera de préstamos por lo menos en 20 millones, además buena paga según su CICLA; pero el viernes, cuando la ambulancia pasó a la misma hora con su bulla, pensé que era una vagabundería del conductor para no aguantar el tapón. Yo, la verdad, no tenía muchas ganas de sentarme en ese cubículo a escuchar planes de fin de semana de un hombre casado con 4 hijos y un pastor alemán; no tenía ni un chin chin de deseo de amar a esa turquita bonita y estéril que adora a sus sobrinos hasta desear la muerte de su hermana, así que en un impulso digno de Batman decidí seguir la ambulancia para desenmascarar al abusador en la casa de alguna querida.
Metiéndome en la Bolívar casi choco con una guagua de San Cristóbal, atrás tenía un afiche gigante de Leivin, tu diputado; tuve que esperar por el grupo de avivatos que se pegan a la ambulancia como si fueran familiares detrás de una desgracia. En la Lincoln por poco y me quedo, pero mi pericia logró evadir al delivery que dobló por Vimenca con cervezas y cigarrillos para un after. La ambulancia subió la Churchill conmigo a sólo dos carros de distancia, dobló la 27 hacia la Nuñez de Cáceres sin disminuir la velocidad, qué aventura.
Se detuvo por Los Prados, cerca del club. Mis sospechas aumentaron cuando no vi a nadie en bata recibir a la ambulancia en la calle. Se apearon tres hombres sin camillas, creo que hablaban de pelota, uno de ellos miró calle arriba y calle abajo antes de entrar en una casa sin verjas y sin perro. Eso debe ser una pensión de estudiantes campesinas, deben haber por lo menos tres futuras contadoras ahí adentro, pensé encendiendo un cigarrillo, planificando el próximo paso. Podía entrar y sorprenderlos en pleno coito, en plena orgía, en pleno mangú. Podía anotar la placa y llamar a MOVIMED para informar el mal uso de sus vehículos y privilegios de tránsito. Podía no hacer nada e ir a trabajar. Después de mucho pensar decidí llamar a Somalia, una banileja que debe verse buenísima en un trajebaño amarillo.
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