lunes, enero 29, 2007
Don't let the bed bugs bite
"Don't let the bed bugs bite" es el hermoso fraseo en inglés equivalente a nuestro tierno "Que sueñes con los angelitos." Bed bug es el eufónico nombre usado por los gringos para, en este país del muchas veces ridículo Politically Correct, referirse a la chinche o chincha, ese bicho tan asquerosamente indeseable que con el espíritu de un trasnochador consuetudinario no deja dormir a nadie chupando sangre como si fuera un pelirojo belicoso bebiendo cerveza espesa en una taverna irlandesa el día de St. Patrick.
Y parece que aquí en Nueva York hay una plaga de estas fétidas esclavas de la glotonería. La otra noche escuché a mi tía hablando por teléfono con su tía: "Ay ombe tía Lala uté lo primero que tiene que hacé e botá esa cama y lavá to la ropa y póngale a la secadora mucha cuara pa que esa degracimaíta se quemen y no se preocupe que le voá decí a Rafelito que la lleve adonde él compró la suya y e por aquí mimito por el Bron y e un sitio donde venden toa clase de fornichur bueno y bonito y barato y fiao."
Por fin supe por qué veía tantos colchones en buenas condiciones en las aceras. Yo pensaba que se debía al consumismo exagerado que obliga a una persona a comprar un vehículo más grande que un barco en una ciudad sin parqueos en un país que tiene que inventar excusas para invadir a otro país cuyo pecado es poseer un suelo rico en petróleo. Pero no, el gasto fuera del presupuesto mensual de un inmigrante, o un gringo, para comprar una cama es debido a que las chinches se han adueñado de su sagrado lecho inaugurando sangrientos restaurantes abiertos all night long.
Imagino que cuando sacan los colchones a la intemperie, para ser llevados al cielo del reciclaje, las chinches copulan con frenesí presintiendo que este cambio de tibio a hielo en la temperatura sólo puede indicar el fin de sus cortas vidas.
Ahora cuando camino con mis manos en los bolsillos, envuelto en esa arrogante seguridad legal que me brinda mi greencard, cantando a sotto voce "Mama was queen of the bongo, Papa was king of the Congo, deep down in the jungle I started banging my first bongo" y diviso un colchón en la acera dejo de cantar, y a la carrera pero sin ruido cruzo la calle, no vaya a ser vaina que este maldito viento transporte a las agonizantes chinches a disfrutar de sus orgías de sangre entre las costuras de mi abrigo.
Y parece que aquí en Nueva York hay una plaga de estas fétidas esclavas de la glotonería. La otra noche escuché a mi tía hablando por teléfono con su tía: "Ay ombe tía Lala uté lo primero que tiene que hacé e botá esa cama y lavá to la ropa y póngale a la secadora mucha cuara pa que esa degracimaíta se quemen y no se preocupe que le voá decí a Rafelito que la lleve adonde él compró la suya y e por aquí mimito por el Bron y e un sitio donde venden toa clase de fornichur bueno y bonito y barato y fiao."
Por fin supe por qué veía tantos colchones en buenas condiciones en las aceras. Yo pensaba que se debía al consumismo exagerado que obliga a una persona a comprar un vehículo más grande que un barco en una ciudad sin parqueos en un país que tiene que inventar excusas para invadir a otro país cuyo pecado es poseer un suelo rico en petróleo. Pero no, el gasto fuera del presupuesto mensual de un inmigrante, o un gringo, para comprar una cama es debido a que las chinches se han adueñado de su sagrado lecho inaugurando sangrientos restaurantes abiertos all night long.
Imagino que cuando sacan los colchones a la intemperie, para ser llevados al cielo del reciclaje, las chinches copulan con frenesí presintiendo que este cambio de tibio a hielo en la temperatura sólo puede indicar el fin de sus cortas vidas.
Ahora cuando camino con mis manos en los bolsillos, envuelto en esa arrogante seguridad legal que me brinda mi greencard, cantando a sotto voce "Mama was queen of the bongo, Papa was king of the Congo, deep down in the jungle I started banging my first bongo" y diviso un colchón en la acera dejo de cantar, y a la carrera pero sin ruido cruzo la calle, no vaya a ser vaina que este maldito viento transporte a las agonizantes chinches a disfrutar de sus orgías de sangre entre las costuras de mi abrigo.
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