viernes, marzo 30, 2007

Flags and Cats

Las banderas a lo largo de esta calle del Bronx pueden hacer pensar al transeúnte que ha entrado a una zona exclusiva para locales de la Organización de Naciones Unidas Pobres, la ONUP.

La bandera de Puerto Rico debajo del letrero "around the block LAUNDROMAT" induce a inferir que el encargado de esta lavandería do-it-yourself es boricua. Es un hombre casi anciano, con un llavero de cien llaves enganchado a un tirillo del pantalón. Trata de ser amable con los clientes, especialmente con aquellos callados, robotizados, que siguen al pie de la letra las instrucciones en los avisos con la palabra NO distribuidos encima de las lavadoras alfabéticas que piden, tintineando, 3 dólares en monedas para empezar a dar vueltas. Pero, pobrecito, el encargado sufre de los riñones, del hígado, de migrañas, de la próstata, y esa obstinada uña enterrada lo mantiene cojeando de mal humor. Tal vez por eso le molesta la alegría en los demás.

El negro vestido de rojo, bajo el ojo vigilante del encargado, ha acabado de lavar; toma un carrito cargándolo con sábanas, toallas, pantaloncillos, pantalones de lana y otras prendas necesarias para el hombre moderno. Está feliz, con esa felicidad producida por la marihuana enrolada en corteza de Phillies y consumida antes de las 3 de la tarde y después de varios pancakes con Fanta de naranja. Mientras arroja la ropa a la secadora canta:

"Tripping in the laundry
just a little bit
Washing all my sheets
just a little bit
Gonna sleep very well tonite
just a little bit
Got Downy in my hands
just a little bit
Putting quarters in the dryer
just a little bit
All women watching
just a little bit
yeah
c'mon..."

El negro vestido de rojo termina de meter monedas en la secadora, presiona Start y, sobre una mesa para ser usada exclusivamente para doblar ropa seca, con sus grandes manos, toca un redoble de tumbadora muy contagioso ante la indignación del encargado que desaparece detrás de una puerta con el letrero de "NO ADMITTANCE."

El negro vestido de rojo sale un momento a la bodega. Al minuto llega una patrulla. Los policías entran, miran alrededor y deciden que yo soy la persona que luce más sospechosa.
"What is your problem?", me pregunta el rubio peinándose el bigote con el índice y el pulgar.
"It's not me, I got Social", contesto mirando cómo en la secadora un t-shirt blanco siempre cae encima de un t-shirt negro. En ese momento entra el negro vestido de rojo, en ese momento aparece el encargado señalándolo. Los policías salen con el negro vestido de rojo. En la acera le explican muy amablemente lo conveniente que es para todos si él no regresa a esta lavandería tan cerca de su casa. El negro vestido de rojo entra escoltado por los policías; saca su ropa, todavía humeda, de la secadora y mirando al encargado se lamenta: "I can't believe you called the cops on me pops."

Cuatro gatos, al lado de un buzón, miran a la patrulla alejarse.

Más allá, en la otra acera, la bandera de Etiopía contrasta con el blanco de la madera. En un cartel, con los mismos colores, está escrita tres veces la musical palabra NKULELE; creo que significa Libertad. El hombre que vive aquí es un negro esbelto, sombrero de colores, tal vez educado en Inglaterra, tal vez exiliado por razones políticas. Su esposa es hermosa, dreads cortos, piernas largas y un culo más lindo que el de Vida Guerra. Son personas amables sin ser pendencieros. Nunca levantan la voz, y si lo hicieran nadie entendiera, siempre hablan en su lengua antigua, que agoniza.

La casa vecina no tiene una, tiene tres banderas dominicanas. El constante olor a fritura hace suponer que la estufa dura 24 horas prendida friendo algo; un merengue o una bachata se puede escuchar, y bailar, desde la acera y los hombres y mujeres viviendo aquí no saben hablar si no es voceando. En el verano celebran barbecue cada sábado trayendo familiares desde Queens, Brooklyn y Washington Heights. Ese día la fiesta es usualmente acabada por la policía.

El jueves de Thanks Giving, el día del pavo, el etíope cumplía con la ley reciclando en su zafacón. Un vecino dominicano se bajó de un taxi tropenzando con sus cordones sueltos.
"Happy San Guivin África", saluda el dominicano al etíope. Estaba feliz, con esa felicidad producida por medio pote de ron consumido antes de las tres de la tarde y después de un lonche de víveres con salami; con esa felicidad producida por no tener que ir a empacar carne dentro de un congelador gigante por los próximos tres días.
"I do not celebrate the killing of indians", contesta el etíope serio, con esa seriedad producida por haber visto a uno o varios hombres morir de hambre.
"¿Qué le pasa a ete moreno?", piensa el dominicano taconeando "ZAPE ZAPE" para espantar a cinco gatos entretenidos admirando la cola de una ardilla.

Un poco más abajo la bandera de México está amarrada a una escalera para escapar de los incendios. La otra noche, en esa casa de dos pisos, celebraron el cumpleaños de alguien. La temperatura era agradable; los hombres sin mujeres estaban felices, con esa felicidad producida por varias coronas y tequila consumidas antes de comer nada. La fiesta se trasladó afuera para fumar libremente, para discutir de fútbol, de leyes migratorias. Primero hubo risas y estas son las mañanitas, después gritos, después la sirena de una ambulancia, después las sirenas de dos carros de policía. A medianoche, una mujer sacó una manguera para limpiar la sangre en la acera cuando vio a varios gatos lamiéndola.

Casi en la esquina, alejada de los conflictos, la bandera de Costa Rica cubre la mitad de una de las ventanas de esta casa de ladrillos en la que cada mañana puede escucharse alguna sonata para violín de Bach. La mujer vive sola, su hermoso nombre es gritado los domingos por una niña con la voz tan dulce como un maullido: "Ya llegamos Abueladriana." Esta mujer, dos veces al día, sin esperar recompensas, coloca en sus escalones varios platos con atún y otras delicias para los gatos sin dueños y aterrados de los ratones de Nueva York, que tienen uñas como navajas y colas largas y afiladas como matavacas. Esta mujer, sin saberlo, como un verso oculto en el poema Los Justos de Borges, está tratando de salvar al mundo. Bueno, al menos esta calle, y en vano.


Picture by Martin Fuchs.





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