viernes, mayo 02, 2008
Man riding a Burro
El matrimonio presenta 11 hijos, 5 varones y 6 hembras. Que ninguno se haya muerto en la barriga o durante el parto o en la temprana infancia es un milagro de la sobrevivencia de los muertos de hambre tercermundistas. La mujer se cuidaba tanto que en el último embarazo rompió fuente mientras cocinaba la cena del marido, y aun así tuvo la entereza de vocear:
-CABO PERE, DIGA RÁPIDO SI VA A QUERÉ ETO PLÁTANO CON HUEVO O CON SALAMI QUE TOR CASI PARIENDO.
El hombre es ahora sargento de la marina, retirado, pero desde que recuerda ha sido conocido como el Cabo Pere. Y el Cabo Pere nació con la ayuda de una comadrona en la loma y se crió en la loma. Yo me pasé una temporada en el Candongo, una crecida del Yuna transformó una aventura de fin de semana en una pesadilla de un mes, y puedo decirte cómo era, o es, la vida de un campesino dominicano. Una vida hija de la gran puta, donde la soledad y el duro trabajo diario te acompañan desde niño y no te permiten ni siquiera el consuelo de un amigo imaginario, tal vez un perro. La casa vecina queda a varios kilómetros de caminos entre cuestas de lodo porque siempre va a llover, y está lloviendo. La falta de energía eléctrica es penumbra de jumeadora, es silencio profundo a veces atenuado por un radito de pilas con Radio Santamaría y los acordes despechados de una bachata o alguna noticia trágica que habla de algo tan lejano y extraño como la vida en La Vega o en Santiago o en Saturno. Los hombres son serios, una pelea de gallos puede terminar con un machete en una cabeza. Plagiando a Pound puedo decirte a ti, generación del consumismo y del Infernet y de la inconformidad, maldito niño que nunca serás un hombre actuando como si el mundo te debíera algo, que yo he visto a los campesinos trabajando bajo el solazo o el aguacero, que yo he visto a sus familias analfabetas con bocas sin dientes y que nunca he escuchado sus risas, mucho menos sus quejas, y tú compras zapatos todas las semanas, y yo compro zapatos cuando me hacen falta, y ellos pescan jaivas en los ríos y siempre andan descalzos.
El Cabo Pere quedó huérfano de madre a los pocos años, una apendicitis tratada como una indigestión, con una amarga infusión de sábila, la hizo agonizar sola escuchando a un pájaro carpintero picotear una palmera mientras el esposo y los dos hijitos araban la tierra para sembrar maíz; regresaron al rancho con un hambre de atardecer, encontraron el fogón tan frío como a la mamá. Pocas fueron las lágrimas, pocos los sentidos pésames, mucha la lucha para bajar el ataúd hacia el cementerio de Los Quemaos. Ahora mismo, donde está enterrada la mujer, hay una mata de coco.
Pero bueno, basta de cosas tristes, a mí me gusta que la gente ría cuando cuento un cuento, déjame ver si encuentro alguna anécdota simpática durante la niñez y la adolescencia del Cabo Pere... No, lo siento, deja de leer, no la encuentro. Muere el papá de una insolación o de pulmonía o un caballo le dio una patá, who cares, y el Cabo Pere es la imagen del infierno de Dostoievsky, una sombra de 17 años bajando montado en una sombra de burro a vivir en una sombra de pueblo llamado Bonao siguiendo al hermano que trabajará matando pollos en el mercado hasta reunir un dinero para un pasaje de clase turística en una yola para Puerto Rico para de nuevo matar pollos en Aguadillas hasta reunir un dinero para un certificado de matrimonio con una boricua y por fin saltar a recoger dólares y cadenas de oro en las cunetas de Nueva York.
El Cabo Pere ya está en Bonao, todavía hiede a hojas. Imagina a un hombre joven con el vocabulario de un niño, medio bruto, de 6 años, que ha vivido toda su vida rodeado sólo por su papá, su hermano y otros mamíferos, de repente cruzando calles entre bocinas de carros y maldiciones de choferes; caminando alrededor de un parque donde una banda de música toca en una glorieta adornada con luces navideñas compadre Pedro Juan baile el merengue que las muchachas de Bonao son bonita y bailan bien pero tienen un defecto pues se ríen de to el que ven chupando helados sacando sus lenguas; ahora imagina que una de esas muchachas, no la más linda, tal vez la peor vestida, sí la más bruta, lo mira se queda mirándolo. Para este hombre joven, más o menos en salud si obviamos sus caries, cuyo único contacto placentero ha sido con sus manos y con alguna mula, esa muchacha es ya su esposa.
Ahora te voy a decir algo sobre esa muchacha. Primero debo advertirte que no conozco bien su historia; según me dijeron era del Sur, de la zona más pobre de un país pobre. Llegó a Bonao con el resto de la manada, y perdona, pero es que la vida de esta clase de gente es semejante a la de una manada de bestias donde nadie le dice a nadie te quiero y las demostraciones de amor no existen más allá de un plato de arroz con habichuelas; donde hay un macho alpha que tiene sexo con todas las hembras, de hecho, un sobrino de ella era también su hermano. Es una vida de animales con harapos, y lo más lógico es querer escapar, y esa vía de escape era el futuro Cabo Pere, en ese momento aprendiz de sastre ganando lo suficiente para una casucha en Juma, y donde come uno comen dos.
Así que el Cabo Pere piensa, no, el verbo es excesivo, se engancha a la Marina. Después de varios meses de lagartijas sí señor y ejercicios con armas de fuego sí señor que no tendrán ninguna utilidad futura en estos hombres sí señor que no sean el asesinato o el suicidio inducidos por los celos y el ron sí señor sí señor, regresa a Bonao con un uniforme blanco. En su comportamiento se puede adivinar que el campesino de la loma ha conocido la playa y enriquecido su léxico con palabras marinas (langosta al ajillo, la marea ta baja, tiren el ancla), se ha emborrachado en algún antro de la Máximo Gómez en la Capital, ha tenido comercio con una o varias mujeres sucias, y casi casi estoy seguro de que ha conocido los encantos de la gonorrea. El Cabo Pere está maravillado con la energía eléctrica, con el olor de la gasolina, con su pistola de reglamento. En los próximos años pasará muchos meses lejos de su familia; alcanzará el grado de Cabo un 27 de febrero desfilando por el malecón ante la mirada siniestra del Dr. Balaguer; estará de puesto en Cabo Engaño, en la Isla Cabrito, en Pedernales, etc.; cuidará los pastores alemanes de un coronel; será asignado a la cocina de la fragata Mella patrullando la belleza del Mar Caribe esperando una invasión haitiana que nunca llega y por último lo pensionaron el octubre pasado con el grado de sargento. En esos mismos años el Cabo Pere ve su familia crecer como si fueran conejos. ¿Cómo se mantienen con el sueldo de un cabo? ¿Es que nadie en esa familia se enferma? ¿Van los hijos a la escuela? No tengo la más mínima idea, tal vez la mujer tenía o tiene un trabajo del que no me he enterado.
Y yo no sé decirte si el Cabo Pere ha sido feliz o no, es muy difícil inferir nada en esta clase de criaturas que casi nunca sonríen, no son dados al sentimentalismo y sólo se muestran preocupados cuando las noticias anuncian alzas en los alimentos de la funda familiar o el gobierno amenaza con quitarle el suicidio, digo, subsidio al gas (perdón, pero así escuché al Cabo Pere exclamar una vez: "Oye eso, le van a quitá el suicidio al ga"). Sólo puedo decirte que en marzo se enteró de algo que para mí, tal vez para ti, es trascendente. El hermano empezó a hacerle los papeles para traerlo a Nueva York, con la familia. A todos los hijos examen de sangre y sólo cinco, de los once, tienen el ADN del Cabo Pere. El hermano temía una tragedia de compartir portada en la revista Sucesos con un gato al que le dieron Viagra, y para que tú veas que uno nunca sabe cómo van a proceder estas gentes, el Cabo Pere le informó a su mujer los resultados sanguíneos con la indolencia de un flemático ciudadano de Londres, a lo que ella, sin pestañear, contestó: "Bueno pue se equivocó er dotor", y eso fue todo. El Cabo Pere no ha vuelto a mencionarle a esa cuernera este pequeño equívoco sin importancia, junto con su hermano está tratando con un abogado experto en asuntos de inmigración para ver cómo pueden resolver esta confusión de tubos de ensayo, que él, sin su mujer y sus 11 hijos, no deja la isla.
Me gustaría terminar diciéndote que el Cabo Pere y su familia vendrán este próximo invierno a coger frío aquí a Nueva York, y que se asombrarán en el avión mirando la nube sallá bajo, y aplaudirán el aterrizaje ete piloto e un toro, y mira mira qué alto e el Ampai Etei, y aquí se pue comé pavo to lo día, y qué invento señore trene bajo tierra, y er diablo cuánto chino santísimo, y nieve nieve nieve; pero no puedo, yo mismo no sé en qué parará esta letanía. De algo estoy seguro, si vienen, de una vez van a querer volver para atrás a la vida que dejaron en mi Quisqueya, una vida llena de necesidades gracias a los malditos asesinos ladrones políticos dominicanos.
Drawing by Diego Rivera.
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