domingo, julio 27, 2008
7 Uncles
Kafka tuvo once hijos, y yo tengo siete tíos.
El primero es un viejo, de hecho, es más viejo de lo que era mi abuelo cuando se murió, pero él se tiñe los cabellos de negro y se mira mucho al espejo. Cuando está borracho dice que se siente de 15 y, sin embargo, también en esos momentos yo lo he visto quedarse callado, mirando el aire ante una canción de Los Ángeles Negros, y a mis ojos parece un anciano desdichado. Una cosa que admiro en él es la persistencia para buscar el amor. Se divorció después de 25 años, la mujer prefirió a un africano que trabajaba con ellos en el Lincoln Hospital, y esto no lo hizo cínico sobre las relaciones, todo lo contrario, lo ha hecho darse cuenta de que no puede vivir solo y, sin embargo, hoy está solo, y sin esperanzas.
El segundo vino a Nueva York hace décadas. Era buenmozo y bailaba bien y cantaba y todas las mujeres lo deseaban. Se casó con una prima boricua, consiguió su greencard y en esta ciudad se enamoró locamente de la cocaína. La boricua lo dejó y se llevó al hijo para Miami, y él continuó peinando a Nueva York tocando con "Los Hijos de Quisqueya y Borinquen", llevando a su apartamento una mujer diferente todas las noches. Hoy maneja un taxi y no gasta ni un centavo porque está ahorrando para comprar un terreno en Bonao y construir un edificio de apartamentos para pasar los últimos años de su vida bregando con inquilinos pobres. En algunos parties familiares regresa el artista periquero, y baila toda la noche, y cuenta historias de sus conquistas pasadas; pero atrás quedaron esos años en que lo llamaban "El Gallo", de sentirse orgulloso de su melena negra; hoy, aun con el espíritu de canela mezclado con shampoo para caballos, untado antes de dormir, la calvice avanza sin piedad, y El Gallo siente que sus espuelas ya están botas.
El tercero vino a Nueva York con la greencard y el pasaporte del segundo. "I am a musician" fue todo el inglés que aprendió para cuando en Migración lo interrogaran, pero no lo hicieron. Como no tenía ningún talento ni preparación empezó a trabajar en una bodega y hoy trabaja en esa misma bodega. Los dueños lo quieren y le tienen confianza. El mes pasado fue a Bonao por primera vez en 15 años y allá se enamoró de una muchachita de 17 y ahora está triste porque no se siente feliz con su esposa, y cuando la ve desnuda no puede evitar pensar que se casó con una ballena. Como quiere volver sin barriga a Bonao, en diciembre, ha empezado una dieta de lechugas con nueces y un programa de ejercicios que lo mantiene haciendo lagartijas hasta en el tren 5, haciendo que los pasajeros cambien de vagón.
El cuarto vino a Nueva York con la greencard y el pasaporte del segundo. Se fue a vivir para Lawrence, Massachusetts, y allá un grupo de gringos lo agarraron y le desencajaron la mandíbula; también le dieron un batazo en la cabeza que lo convirtió en un devoto de Jesús; cada vez que se emborracha empieza a predicar sobre la bondad de Dios y se ha quedado sin amigos. No se le ha conocido mujer y todos nos preguntamos cómo puede vivir esa vida de solterón ermitaño en New Brunswick, New Jersey, y yo no creo que lleve una vida buena allá, bien rica, bien chévere, y temo esa llamada de la policía anunciando el hallazgo de su cuerpo al lado de un frasco vacío de pastillas para dormir.
El quinto vino a Nueva York ya viejo. Tiene muchas hijas y todas trabajan en bayuses bailando por un sueño, las bachatas a 2 dólares y medio, el reguetón a 5, tomando turnos para salir preñadas. A veces siente vergüenza por la vida que ellas llevan, y les pelea cuando las ve vestirse para enfrentar una noche de manoseos de borrachos, pero ellas se le paran en frente y le dicen, "Cállese la boca, que esa casita hay que levantarla"; entonces él recuerda el rancho en Bonao, con techo de zinc y tablas sin pintar, y se resigna, y les dice que se cuiden mucho en esas calles de Dios.
El sexto vino a Nueva York con la greencard y el pasaporte del segundo. Como no se parecía en nada y ya era calvo tuvo que ponerse una peluca con coquí, y eligió un 31 de diciembre para aprovechar el espíritu navideño y engañar a los inspectores de Migración; los engañó, y pasaron cuatro meses para que la peluca, con mucha acetona, pudiera ser totalmente removida de su cuero cabelludo, dejándolo colorado y con manchas marrones que él cubre con una gorra de los Yankees. Desde muchacho se interesó por la refrigeración y la ebanistería, hoy tiene un buen trabajo, amparado por un poderoso sindicato, y vive en una casa propia en Queens, con dos plantas alquiladas. Como todos mis tíos, como todomundo, ha fracasado en el amor, se divorció de su mujer, y tuvieron un pleito grandísimo en la corte, y le impusieron el temido "Child Support." Según los chismosos de la familia, el dinero lo gasta en prostitutas.
El séptimo vino a Nueva York con papeles propios gracias a mi abuela. Como fue el último en llegar todos le metieron la mano. Es el más joven de todos y nunca será un hombre. Todos los años agarra los tres mil dólares que le devuelve el Income Tax y se va para Bonao a pasarse tres meses bebiendo, regresa con una deuda de varios miles de pesos. Tiene una mujer en Bonao con un hijo que son mantenidos por el cheque del Social Security gringo de mi abuela. Es el hermano más querido, y cuando se emborracha maldice su vida en Nueva York, y grita que si él hubiese sabido que iba a venir aquí a trabajar en una bomba de gasolina se hubiera quedado trabajando en una zona franca allá, pero eso es de la boca para afuera, si él de verdad quisiera lo pudiera hacer, pero bien sabe que vivir en República Dominicana se ha vuelto imposible.
Estos son mis siete tíos.
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