sábado, mayo 09, 2009
A Man and a Woman sitting at a table at the McDonald's in JFK
Para H.M.
La mujer dejó al hombre. Esa es una forma de empezar esta historia. Los motivos que llevaron a la mujer a dejar al hombre, a mi querido amigo, nunca serán descubiertos. Siempre estarán las teorías de otro hombre, de mujer mala, calculadora, de villana de telenovela venezolana. "Cuando una mujer deja a un hombre, es que ya hay otro de por medio", dice un tipo cuadragenario, solterón, amargado porque quiere que una muchachita de 20 años se enamore locamente de él, cuando el amigo le cuenta la historia, sin darse cuenta de que poco a poco hay menos whisky en la botella, aunque muy bien podría ser ron o varias cervezas.
Pero bueno, empezar la historia por el final no es aconsejable cuando el escritor no tiene el talento de un De Quincey, de un García Márquez. Pero bueno, el final empieza con un fin de semana largo. Aquí sería bueno decir que el hombre vive en Nueva York y la mujer en Santo Domingo; por favor, no musites (me gusta ese verbo, estoy tratando de revivirlo) amor de lejos, amor de pendejo, amor de lejos, felices los cuatro, you are smarter than that.
Entonces, la mujer viene a pasarse un fin de semana largo a Nueva York; ella no trabaja de 8 a 5, ella es, digamos, actriz de teatro, su sueño es participar en La Casa de Bernarda Alba, y en el primer responso se desmayó la Magdalena, en alguna producción seria en Madrid o cualquier capital europea. Allá en Santo Domingo trabajó en Grease, Cabaret, Jesucristo Superstar, La Bella y la Bestia, Victor/Victoria, y ya le confirmaron que será Bombalurina, en Cats, a estrenarse en diciembre en el Teatro Nacional. En su favor hay que decir que rechazó un papel en la exitosa y asquerosa cosa "¿Qué sexo prefiere Javier?" El hombre sí trabaja horario de oficina. ¿Cuál trabajo escogemos? Deja ver, nada que tenga que ver con sudar ni bregar con tuberías o maquinarias pesadas, digamos, ah coño, no se me ocurre nada, digamos que tú vas a escoger la profesión del hombre, usa tu imaginación, pero por favor, nada que ver con las finanzas, podría ser publicista por eso de artista frustrado, a él le gusta pintar, dibujitos de viejos con boinas en parques rodeados de otoño; escribir, algún poema con una línea bella; tocar la guitarra, participó en un tributo a Soda Stereo en Cinema Café, hace par de años, y sólo se cruzó en La Ciudad de la Furia; pero le salen mejor los slogans, y le pagan bien.
¿Los describimos? Él es un hombre común y corriente, estoy hablando de su físico, se ve bien en sacos oscuros pero no tan bien en jeans; estatura normal, ojos marrones, digamos que nadie se voltea a verlo. Ahora bien, si lo conoces lo amas right away, empiezas a descubrir a un ser humano bondadoso, que lloró viendo The Visitor, que cuando se emborracha te hace reír y no busca peleas. Ella tiene piernas de ballerina, cabellos salvajes, su belleza hizo que fuera la protagonista de una serie de anuncios de Toallas Sanitarias donde se le veía vestida de ejecutiva, haciendo aeróbicos en el gimnasio, pasando a buscar a un niño rubio al colegio, cocinando pastas en una cocina blanca y aséptica, abrazando a un hombre rubio con camisa de rayas, una mujer moderna que muy bien podría ser el equivalente de un pulpo infeliz. Pero en la vida real ella no es así, es una mujer divertida que le gusta dormir hasta tarde en la tarde y bailar hasta temprano en la mañana. Inteligente, muchas veces graciosa, devota de Lorca, y exuda una atracción sexual que puede provocarle una erección a un eunuco.
Muy bien, la tarde del jueves de una primavera robada, mucha lluvia, humedad, el hombre esperaba a la mujer en el JFK. En la mañana había terminado una presentación para el mercado latino y fue un éxito, mejicanizó palabras para unos anuncios de una aerolínea en el Subway, jaigüey por highway... Estaba contento por esa pequeña victoria, pero más porque iba a pasar varios días con el amor de su vida; cansado del Skype anhelaba el cuerpo de su prometida. Sí, olvidé decir que estaban comprometidos con anillo de 5,000 dólares diseñado por él y la diseñadora de una exclusiva joyería del Upper West Side, diamantes sobre platino or something like that, y todas las situaciones incómodas de cenas familiares y padres interviniendo en la planificación de un futuro en New Jersey. Habían decidido vivir en Hoboken, para que ella estudiara en una escuela de drama y participara en las obras del estado jardín, menos rigurosas en sus castings que este Nueva York de Arthur Miller y Eugene O'Neill, no de Lloyd Webber. Después de pasar un centro de varias producciones mediocres y varios profesores de dicción, tratarían Off-Broadway con una Nina que arrastrara menos las erres.
El vuelo, como todos los vuelos, se atrasó. El hombre miraba una y otra vez la pantalla de las llegadas, la multitud que salía feliz de aterrizar en un Nueva York donde desde que llegas eres newyorkino, encontrando a su mujer en rubias y pelirojas y negras y morenas que venían desde Denver, Chicago, Buenos Aires, Berlín, nunca de Asunción. Mierda, ahí aparece. Y claro, está más linda que la mujer de su memoria. Sabía que iba a recordar esa imagen para siempre, hey, sin exageración, para siempre. Una cosa que notó, de nuevo, de una vez, su buen gusto. Ella vestía sin tratar de explotar sus tetas, sus piernas, su culo. Cómoda, con una colita que apenas podía contener sus rizos. Pantalón negro, camisa negra, that's it. La cartera amarilla era lo único llamativo, con la correa amarilla que bajaba del hombro como una correa amarilla que baja del hombro de una mujer bonita. Sorry, no tengo metáforas.
Aquí debo decir que el hombre, mi amigo, es una persona metódica, le gusta planificar. Hizo un itinerario de todo lo que iban a hacer en los días y horas y minutos y segundos que estuvieran juntos:
- Jueves, salimos del aeropuerto a las 7 y algo. Comemos lo que sea, PIZZA!!!, y llegamos al apartamento. Dejamos los bultos y salimos a un bar a darnos unos tragos. Como a ella le gusta bailar, la voy a llevar al Key Bar en la calle 13, a veces hay DJ y saxofonista acompañando, o al Sullivan Room, después podemos ir a Barraza en la ciudad alfabeto, para que me siga enseñando a bailar merengue y salsa; entre canción y canción hablamos y catch up. También podríamos quedarnos en el apartamento, el loco de mi primo se fue para Washington detrás de una republicana, haciendo el amor hasta que la gripe porcina acabe con el mundo, bebiendo vino y escuchando mil veces Climbing up the walls, que a ella le gusta tanto y que es tan bueno para hacer el amor. Open up your skull, I'll be there. Fumaríamos la kriptonita que fui a buscar al Bronx y así sus besos serían más largos, más profundos, como si quisiera tragarme o que yo me la trague. Pero es su opción, ella decide, no la voy a presionar.
- Viernes, despertamos cuando ella despierte. Pancakes, me quedan más buenos, jugo de naranja, un tabaco. Museos. El MOMA. También quiero llevarla por Park Slope, me gusta ese barrio, tal vez haya concierto en Prospect Park, alguna banda haitiana, pero sólo por un rato. Una librería, claro. En la noche vamos a ir, tengo los tickets, a ver The Seagull, con Kristin Scott Thomas, le va a encantar, se va a imaginar que es ella la que está allá arriba, en una Rusia olvidada, como yo cuando voy a un concierto de Ceratti o Calamaro o Manu Chao o Beck. Luego vamos a ir al restaurant griego que me gusta mucho, y que nunca puedo recordar el nombre, que queda en West 4, tal vez nos juntemos con Jaclyn y Damian. Ojalá que no quiera ir a bares, me gustaría que después de cenar nos fuéramos para el apartamento para hablar de la boda, la fecha y todo eso. Me gusta Octubre.
- Sábado, lo que sea, podemos quedarnos acostados hasta tarde, viendo las películas que bajé y que, aunque he visto, quiero ver con ella. Amarcord, Dr Strange Love, Milk, The Man Who Wasn't There, Ratatouille, In Bruges, Annie Hall. Hacemos el amor. Pedimos al restaurant mexicano de la esquina. Cayendo el sol salimos al parque. Nos vamos de tienda, ella querrá comprar ropa, of course, yo quiero ir de compras con ella. Vamos a la Apple Store que parece del futuro, con sus escalones de luz blanca Billie Jean, le voy a regalar un iPhone, SURPRISE!!!
- Domingo, vamos a New Jersey a la casa de los viejos. Mamá nos va a hacer una comida bien dominicana, es decir, un sancocho de 7 carnes con arroz y aguacate. Papá estará muy ocupado decidiendo cuál juego quiere ver. Estará mi hermano con su odioso uniforme de policía y su esposa de Kansas City todavía más odiosa y mi sobrino de ojos azules tan adorable. Seguro van mis tías y tíos y primos, y tío Bautista, cuando se emborrache, o se haga el borracho, le va a agarrar el culo. Pondrán bachata, discutirán de política, de lo mal que está mi querida Quisqueya, asustarán a los perros que se pondrán a ladrar, y nos rodearán de ese amor fraternal que es imposible no sentir, no apreciar, no abrumarse. Mi familia. Regresaremos a Manhattan temprano en la noche, pero como su vuelo es para el otro día, no tendremos deseos de hacer nada. Nos quedaremos callados mucho tiempo y si llueve haremos el amor sin mirarnos a los ojos. Tal vez lloremos.
- Lunes, el vuelo es a las 9 de la mañana, no se encontró otro más tarde.
El hombre nota, imposible no notarlo, que contrario a lo que imaginó, la mujer no lo besa en la boca. Cosa extraña, un beso seco en la mejilla después de tanta distancia. No sólo eso, nota que sus ojos están rojos. Ok. Todos hemos enfrentado este momento. La persona que uno ama no quiere mirarlo a los ojos, y uno sabe que cuando abra la boca lo que salga nos va a herir. Eso cuando la persona que deja tiene la integridad de decirlo cara a cara, coger un avión para enfrentar y ver el sufrimiento crecer poco a poco en la cara de la persona dejada como si fuera un cáncer. Los cobardes, no, los leves, los sin alma, no hacen esto, prefieren usar el email, el Facebook, y, según dicen, Phil Collins terminó con su mujer a través de un fax, es decir, además de regalarle al mundo Sussussussusudio, el tipo es un patán. Pero el ser humano, Dios bendiga a este animal optimista, piensa que no importa lo que diga la persona amada, siempre tendrá la oportunidad de convencer, de exponer razones, de transformar una despedida en una reconciliación. Pero bueno, no es mi papel estar dando opiniones, sólo diré lo que pasó. Ella le dijo que, claro, tenían que hablar, ahora, ahora, aquí, en el aeropuerto. No encontraron bancos, entraron al McDonald's. Para usar una mesa para dos, al lado de los zafacones, el hombre compró dos botellas de agua. Y allí, entre niños hermosos, mujeres obesas, hombres obesos, mujeres esbeltas, hombres esbeltos, rubios, negros, latinos, inglés, español, portugués, french, piccoli equivoci senza importanza, el hombre sintió envidia de esos seres que parecían haber encontrado la felicidad genuina, que disfrutaban de una vida con rutinas establecidas por siglos, con sus penas sí, pero también con sus alegrías cotidianas, tan simples, tan perfectas, ser un niño que se recupera de una fiebre empezando el verano, ser el padre de ese niño que abraza a la madre sonriendo ante el apetito renovado. Y allí, en ese McDonald's en el JFK, la mujer metió la mano en su cartera amarilla y le devolvió el anillo.
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