sábado, agosto 22, 2009

Wall Street Dance

Anthony es un gringo hijo de un dominicano y una boricua. Un ente producto del Merengue y la Salsa y el pop y la Bachata y el reguetón y el Jazz. No importa el orden. Fue a un community college graduándose de no recuerda el qué, ¿accounting? Se fue a España, trabajó cuidando locos, muchacho de supermercado, bañando perros, de mozo en un restaurant especializado en comidas latinas, whatever con grasa y picante, tomó clases de flamenco con alguien que conocía a un primo de Joaquín Cortés; cuando iba a legalizar su status se hizo amigo de un ecuatoriano siguiéndolo en su regreso de fracaso al pueblo serrano de San Pedro de Riobamba. 140,000 habitantes.

Además de la remesa enviada por su mamá, Anthony volvió a empezar de nuevo, ahora en el Tercer Mundo. Con esas dos entradas los dos amigos vivían como dos miembros respetables de la clase pobre alta. En el almacén les daban crédito, en el bar les fíaban. Claro, habían los sobresaltos, los préstamos al módico 20 hasta el 30, la vergüenza de decir apúntamelo ahí descifrando en los ojos del almacenero la desaparición del respeto. La verdad es que a Anthony no le importaba mucho, ni el supuesto desprecio de una cara con bigotes ni trabajar en un puesto cuya descripción laboral no incluía un diploma de una universidad gringa, aunqué sea pública. Le gustaba ver el asombro de sus compañeros cuando descubrían que tenía pasaporte gringo. Oye eso Ignacio, este man tiene visa gringa.

Pero eso fue el primer año. Cuando pasó de los treinta, cuando empezó a tener amigos, empezó a sentirse un poco ridículo. Ya no era la larva aventurera de un mejor hombre del futuro en busca de esas enriquecedoras experiencias cotidianas entre muertos de hambre, y que los europeos catalogan de exóticas; en busca de ese virus mutante; en busca de esa enfermedad virgen a ser bautizada con su nombre, y de muerte dolorosa, en cualquier hoyo de Latinoamérica. No, ya era ese hombre del futuro, y si no contamos un decepcionante dengue y algunas pequeñas felicidades sórdidas, no había encontrado mucho. Así que dejó el trabajo de turno y el presupuesto de los amigos se vio reducido. Fue la temporada para Anthony seguir al pie de la letra los mandamientos del vago:

  1. Se nace cansado, y se vive para descansar.
  2. Ama a tu cama como a ti mismo.
  3. Si ves a alguien descansar, ayúdalo.
  4. Descansa de día para que puedas dormir de noche.
  5. El trabajo es sagrado, no lo toques.
  6. Lo que pueda hacer otro, no lo hagas tú.
  7. Deja para mañana lo que puedas hacer hoy.
  8. Cuando sientas deseos de trabajar, siéntate, y espera a que se te pase el deseo.
  9. Si el trabajo es salud, que trabajen los enfermos.
  10. Calma, nunca nadie se ha muerto por descansar.

Mientras cambiaba de plumas, los dos amigos pelearon; Anthony llamó a su mamá transformado en un niño de 11 años con la boca rota, mamita I'm coming back. Y Anthony regresó al Bronx, reviviendo al revés la parábola del hijo pródigo. Esta vez del campo a la ciudad.

Pero eso fue hace par de años. Ahora Anthony va en camino de convertirse en un gerente bancario, en un hombre de éxito o, my dear Ignatius, en algo igual de ruin con barriga y papada. Por eso lo conocí. Ambos fuimos escogidos para participar en dos meses de entrenamiento en Wall Street. Un mes memorizando el Libro Sagrado de los Agentes de Bolsa, "The Sacred Book of Brokers." Medio mes recitando los mejores y peores negocios en la historia del Real Estate, además leyendo el libro, "Renting your Apartment to a Dominican, how many people are going to live in it?" Medio mes descubriendo el maravilloso mundo de los Seguros gracias al libro, "Some Customers Lie: Tales of Intrigue and Deception in the World of Insurance." Debatiendo el famoso caso de "Manny, the Mambo Machine", cliente al que se le hizo un contrato de annuity a los 80 años para pagarle una suma mensual, con la esperanza de que se muriera en cinco, y el marzo pasado cumplió 104 and still going strong.

"People, simmer down now", dijo la Facilitadora del entrenamiento, haciendo callar a todos los futuros gerentes. Eran las 8 de la mañana y ya su voz era la voz de alguien que se había pasado por lo menos dos horas dando órdenes. Su nombre era Joan Crawford Yarmolinsky, descendiente de unos inmigrantes devotos de la Edad de Oro de Hollywood. Yo he visto muchas mujeres hermosas en mi vida. Tía Divina con sus cuatro cejas. Tía Gloria con su record Guinness de 137 verrugas en la cara. Pero Miss Yarmolinsky les ganó a todas. Poderosas piernas de leñadora siberiana, ojos como pozos de mojo, antebrazos de Popeye, actitud de sargento de los Marines, dedos cubiertos con curitas y piernas siempre cubiertas con medias negras. La recepcionistra nos reveló que en su casa ella tenía una pecera con tres pirañas.

"You cannot come after 8.
You cannot take more than a 15 minutes brake.
You cannot smile with your mouth open.
You cannot read your email.
You cannot talk among yourselves.
You cannot fall asleep.
You cannot fall in love with that redhaired girl.
You are here to study.
You are here to pass the test.
You are here to get your broker's license.
You are here to get bored to the point of suicide.
Any questions?"

Dos semanas de Mutual Funds, US Treasury Bonds, Common Stocks, Preferred Stocks, Charlie Sheen y Michael Douglas, money never sleeps... El lunes pasado pusieron una tarima en la plaza justo frente al Banco. "The 28th Annual Downtown Dance Festival", presentado por Battery Dance Company. Cuando salimos a la superficie a la hora del almuerzo, la actividad estaba empezando, la música aplacaba el ruido del tránsito. Hombres y mujeres efectivos, con trajes, se sentaban a comer sus sandwichs envidiando, deseando a los jovenes hermosos que exhibían sus cuerpos haciendo gala de la flexibidad de sus miembros en coreografías de fantasía. Las mujeres apretaban sus piernas, los hombres se aflojaban las corbatas. Un lujo eso de salir de un sexto piso en el sótano a disfrutar de un espectáculo gratis respirando un aire libre que agonizaba en estas estrechas calles entre tantos rascacielos. Los celulares se llenaron de fotos. Más de uno llegó tarde a su cubículo.

Recuerdo que Anthony no podía estar tranquilo. Se pasaba la hora hablando con el organizador, un tipo alto, con entradas, atractivo. Se hizo amigo de los bailarines. De martes a jueves subió corriendo, desesperado por la lentitud del ascensor con capacidad para 10 mil libras, de dos en dos la escalera mecánica. Arriba, era un hombre devoto del baile. Abajo, era un hombre que podía escoger la mejor opción para un inversionista que buscaba el crecimiento del capital en lugar de grandes dividendos anuales. Por fin, después de la perfecta coreografía china del León y el Mono Rey, llegó el final del viernes, y del festival, "Everybody Dance."

"And now ladies and gentlemen we have a special treat for you", dijo el organizador por el micrófono. "One of your own is going to dance a piece he calls, 'Fueigo Latinou...'"

Y Anthony salió a hacer el ridículo ante los ojos atónitos de sus colegas bailando Timbalero transformado en un coloso, con un pantalón apretado rojo, sin camisa, con guantes negros que le llegaban a los codos, con tobilleras de cascabeles prestadas a último minuto por la hermosa bailarina hindú Nandini Sikand.





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