jueves, diciembre 31, 2009
Happy New Year to you too
El último día del año empieza con una pequeña felicidad, comprarme unas botas. Las que tengo ya tienen tres inviernos, y como premio a la titánica labor de ayudarme a pasar aguaceros, tormentas de nieve y pisos de baños de bares donde siempre ronda un líquido anónimo y letal en el suelo, las voy a pensionar para no verlas perder su dignidad abriéndose por un lado, o por alante.
Ya el invierno entró de lleno. La primera nieve fue violenta. Enero y Febrero faltan enteros. Este es el mejor momento para invertir en botas. Y digo invertir en todo el sentido de la palabra. Esperé este día porque quería cobrar y tener dinero suficiente para que el dinero no sea un determinante en la decisión, es decir, hasta los 200 dólares. Quería satisfacer a mi conciencia, quería callar mi arrepentimiento de comprador con materiales reciclados, algodón orgánico, suelas de caucho verde: unas botas de hombre hechas con el environment en mente; y si era posible que por cada par vendido se haga una donación a algún país con muchos muertos de hambre, es decir, estoy hablando de la Timberland con el bello nombre de Earthkeepers Yelé Haiti Boot.
No podía haber elegido mejor día para estrenar botas. Amanece lloviendo y nevando. La nieve y la lluvia toman turnos y a veces una se desespera y no espera el cue de la otra, cayendo las dos sobre Staten Island, Brooklyn, Queens, el Bronx y Manhattan. Claudia y yo vamos a ir a a la fiesta de Fin de Año, o Año Nuevo, siempre me confundo, de su amiga Rebecca. Es en el Lower East Side y Claudia me eligió la ropa que quiere que use, ropa que ella misma ha comprado. Siempre es así, tu mujer te dice que le gusta cómo vistes, pero cada vez que puede te compra ropa totalmente diferente a la que usualmente te pones, y te la hace modelar mientras ella repite, ay pero qué lindo te ves con esa camisa, te resalta el color canela; de repente desaparece el pantalón que más te gustaba y que tenía sólo 8 años, imaginas que escapó avergonzado ante tantos colegas todavía exhibiendo etiquetas, todavía vírgenes de Tide con Downy.
Cuando llegamos la fiesta estaba en su buena. Muchas mujeres y pocos hombres. Estaba Rebecca flirteando hasta con un medio galón de Dewar's, la bailarina con su X, el doctor con su coca, el pintor que quiere pintar a todas las mujeres que no sean gordas te daba una patá de kriptonita al mismo tiempo que explicaba la teoría del claro oscuro en los tiempos de Rembrandt, la lesbiana con sus groupies, el carajo que nadie conoce bien pero que busca una guitarra para tocar una canción de Cat Stevens, gente del teatro, el adorable Brian sin el adorable Stewie repitiendo "Laura Bush killed a guy", "Laura Bush killed a guy", estaba Josh con su sobredosis de Calvin Klein.
-Yes, Kim Kardashian takes a shower after being pissed on by a monkey, while her sister Kloe changes the diapiers on her baby.
-Que los maten a todos, si roban que los maten, si mi hermano roba, lo siento, te quiero hermano, pero que lo maten.
-Racism, I tell you, white people don't want Obama's Universal Health Care, just because he is a mulato.
-Hell yeah, the Governor is legally blond, I mean, blind.
-Oh no, her little brother is in Afganistan.
-Entonces voy a la bodega la noche de nochebuena, y le pregunto al bodeguero, ¿Primo, y a qué hora uté cierra hoy?, y me dijo que no sabía, que el bodeguero no e gente.
-Walt Whitman never said that, you crazy.
La gente empezó a irse desde que dieron las 6 de la mañana a pesar de que seguía oscuro. Yo, como buen vampiro de cuatrocientos años, me dormía en el sofá; Claudia me musitó vámonos para la cama de Rebecca. Sí mami, hold me.
Abrí los ojos, totalmente sobrio me volvió el dolor de espalda. Busqué, como cada vez que despierto en los últimos meses, a Claudia con los brazos pero estaba solo. Salí de la habitación con deseos infantiles de encontrar plums in the ice box and which Rebecca would probably be saving for breakfast y de una vez los vi en el sofá, Claudia con una teta afuera besaba a Josh mientras Rebecca la besaba a ella, o viceversa. Creo que alguien tiró un grito, tal vez yo mismo. Caminé rápido hacia el closet de los abrigos con la vergüenza del que sabe que interrumpió algo muy bueno, tal vez irrepetible. Cogí un abrigo muy parecido al mío y salí. El pasillo hacia el ascensor se alargaba a cada paso.
Al principio no sentía la nieve, tal vez ni la veía, caminaba por el mismo medio de la calle sin percibir el mejunje a mi alrededor. Si ese taxi amarillo se hubiese parado me hubiese montado hasta el Bronx aunque me costara 200 dólares. Evocando el pasado casi choco con un humano que cantaba you walk into a room, with a pencil in your hand... En Chambers Street bajé los escalones del subway resbalando a pesar de mis botas todo terreno. La mano me temblaba tratando de pasar la metrocard, please swipe card again in this turnpike. Claudia se voló sin pagar. La miré, no tenía abrigo, no tenía cartera, toda ella estaba mojada, azul; tiritando se fue acercando mirándome como lo que era, una perra que se había cagado en un sofá.
El tren llegó y subimos sin decir ni pío, sin tocarnos, con el recelo de dos fieras de distintas especies, tal vez heridas, enjauladas juntas por el capricho de un loco. Me senté, ella se sentó casi a mi lado. En Canal Street arrimó, chin a chin, su cuerpo frío a mi cuerpo tibio. En Christopher Street puso mi brazo sobre sus hombros. En Times Square metió su cara en mi cuello, pegándome sus labios, so sweet and so cold.
Picture by Barbara L Hanson.
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