sábado, abril 17, 2010
Animal Wedding
El Padre, el Diácono, un señor con bozo vestido de morado que nadie sabía quién era, que muy bien podía ser un representante del gobierno, y una que otra monja pusieron cara de escándalo cuando vieron a los invitados, tanto del lado de la novia como del lado del novio, entrar y sentarse en la iglesia con algún animal al lado. Perros, gatos, monos, y una tía devota de Baretta llevó su cacatúa al hombro que le musitaba palabras de amor. Que los animales estuvieran vestidos con la solemnidad de la ocasión y del sagrado lugar no parecía importales a los protectores de la liturgia. Ni siquiera por lo mono que se ve un mono con smoking y sombrero de copa, una chau chau marrón con un vestidito rosado de encajes haciendo juego con un cintillo, adorable, y la cacatúa una corbatica de lazo de cuadritos. Además, hay que admitirlo, los animales se comportaban con más decoro que sus parejas humanas que daban vueltas 360 a las cabezas esperando, anhelando, que el novio alzara el vuelo regresando al bosque y dejara plantada a la novia con todo y barriga urbana.
Pero bueno, San Francisco de Asís, ¿o fue San Julián el hospitalario?, después de pasarse la juventud asesinando todo ser vivo que se movía en el bosque, amaba a los animales. Además, entre el papá de la novia y un tío del novio juntaron muchas papeletas con dos ceros, suficiente para comprar varios candelabros de oro que avergozaran al donado años atrás en Tortilla Flat por un mendigo llamado Pirata, y hasta un divino niño de tamaño natural que sustituyera al ya muy descascarado en el altar. Además, la visión de los pajecitos con sus rizos dorados, con sus rizos negros, hizo que del ojo izquierdo hacia el ojo derecho, y viceversa, del Padre, saltara la sordidez como un sapo salta de charco a charco.
Todo estuvo muy bien, hasta el fatídico "Yo los declaro...", cuando la organista empezó a tocar a Debussy, y los instintos salvajes se desataron en un coro de aullidos, maullidos y cualquier sea el nombre del sonido que hacen los monos cuando lloran. La cacatúa no abrió el pico y, si los animales son capaces de sentir vergüenza, podríamos decir que la sentía.
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