sábado, abril 16, 2011

Borrowers and lenders (from the New Yorker)


En 1976, Muhammad Yunus empezó a prestarle a las mujeres pobres del Bangladesh rural. Su experimento microfinanciero era radicalmente pequeño (los préstamos promediaban 64 centavos) y simples (los recipientes compraban arroz y mangos a bajos precios y los vendían a precios ligeramente más altos, entonces tomaban un préstamo más grande). Treinta años y billones de dólares gastados en más de cuarenta países más tarde, Yunus y la institución que fundó, Grameen Bank, ganaron el Premio Nóbel de la Paz. Había creado un nuevo modelo para escapar de la pobreza: el negocito de la mamá sin el papá.

El dinero podía ser usado para cualquier clase de negocio. Elizabeth de Jesús, la primera mujer en América en recibir un préstamo Grameen, usó el suyo para comprar cabellos. Una tarde reciente, de Jesús empezó a hablar mientras colocaba una cliente enmascarada de barro bajo el secador en el Professional Beauty Salon, en Corona, Queens, donde trabaja. Entonces coloca otra en otro secador y continúa hablando. Una inmigrante dominicana de cuarenta y dos años, alterna entre el ánimo y la pena. "Si Grameen America no me hubiese ayudado me voy al tren", ella dice, entonces aclara: "Para tirarme! Porque nadie más me hubiese dado ni un dólar." Ella usó gran parte de su préstamo original de tres mil dólares, en el 2008, para comprar cabellos de la India, planificando trenzar su camino hacia su propio salón. "Pagué quinientos dólares por los míos", dijo. "Tócalo! Todo extensiones." Su cabello era sedoso como la piel de una pantera. "Yo trenzo más rápido que un microonda", continuó, sus uñas francesas volando como las de un mimo: "Pow, veinte dólares, pow, veinte dólares, pow, acabé."





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