domingo, octubre 02, 2011

En Rosario no se encuentra droga, pero en Buenos Aires sí (Part I)

Gracias a un error por parte de los organizadores del XIX Festival Internacional de Poesía de Rosario, me encontré un lunes de septiembre, 9 de la mañana, aterrizando en Buenos Aires. El terrible vuelo de 11 horas sentado en una mierda que los abusadores de American Airlines llaman SEAT, donde estaría incómodo un enano de verdad, no fue tan largo. Mi cabeza iba llena de Borges y Arlt, de Goyeneche y Piazzolla, de Asados y Empanadas. No, voy a escribir con la verdad, sin importarme las consecuencias, mi cabeza iba llena de ella; después de dos años de Skype y Facebook y Hotmail, por fin la vida, y los organizadores del festival, me dieron la oportunidad de poder abrazar y oler a mi lindo y entrañable grillo.

En el Ezeiza la fila de los extranjeros se movía rápido. Next, next, next, se escuchaba cada cinco segundos hasta que me tocó a mí y le pasé al hombre de uniforme mi pasaporte dominicano, que dejó caer como si le hubiese dado un corrientazo.

-¿De dónde viene usted?
-De Nueva Yor.
-¿Y por qué no tiene usted pasaporte norteamericano?
-Oh, porque no soy ciudadano gringo, tengo greencard.
-A ver. ¿Y a qué viene usted a Buenos Aires?
-Bueno, fui invitao al fetival de poesía en Rosario.
-¿Es usted poeta?
-(Respiro hondo, recordando el juicio de Brodsky)  Bueno, me guta ecribí.
-¿Y tiene usted alguna invitación certificada?
-No, pero uté tiene una computadora ahí, googleé el fetival...
-¿Y dónde está su pasaje de regreso?
-No, si sólo me enviaron el localizador por mail, en American sólo me dieron el de vení, pero el de ida ya ta comprao...
-(Pensando) ¿Tiene usted tarjetas de crédito?
-Sí, mire...
-Ya, bienvenido a Buenos Aires.
-(Tomando mi pasaporte y mi greencard) Oiga una cosa señor agente, ¿se tan quedando mucho lo dominicano?
-Un poquito.

El taxista de Remise era educado y permitía fumar adentro del carro, un lujo inesperado y, descubriría más tarde, usual. Yo no escuchaba los consejos al turista. Miraba con ojos de niño el paisaje sin montañas de Buenos Aires. La periferia se me antojaba fea como toda periferia de un país subdesarrollado, perdón porteños, en vía de desarrollo, whatever that means. Edificios feos, anacrónicas antenas caseras de televisión y cúpulas de iglesias.

El America Plaza Hotel queda por Mitre y Callao, un chin chin más arriba de La Americana, 24 horas de las mejores pizzas y empanadas del hemisferio. Yo iba en el limbo. Hablé con los amables empleados del hotel sin escuchar lo que me decían. Subí a mi habitación y sorprendí a la felicidad esparciendo semillas de girasol por todos los rincones. Mediodía ya, tan cerca de nuestra primera cita.

Me bané y pasé varios minutos eligiendo la ropa que me iba a poner. Quería disimular un chin mi barriga, mi calvicie, mi enanismo, mi fealdad de sapo, no quería descubrir la decepción en los ojos de mi lindo y entrañable grillo. Yo, un ser vanidoso y superficial, la pensé igual. Como la calle Corrientes quedaba cerca, quería recorrerla entrando a todas sus librerías, pero quería ser acompañado por un guía erudito, quería ir conversando con Arlt. Recordé a Sarmiento y exclamé, con mucha fe: "Sombra terrible de Arlt, yo te invoco". Una humareda verde con olor a yerba mate empezó a salir del inodoro. 

-Por fin regreso a mi Buenos Aires.
-(Abrumado por la admiración) Querido Roberto, qué emoción conocelo.
-¿Y vos quién sos?
-Me llamo Juan Dicent, o Dino Bonao, soy un ecritor dominicano.
-(Obviamente decepcionado) ¿Y vos me invocaste?
-Bueno Arlt, bájele algo, que e cierto que yo no soy Dante, pero uté no e Virgilio tampoco.
-¿Qué querés boludo?
-Bueno, quiero que caminemo por la calle Corriente, pa ve si su epíritu ha cambiao con el ensanche.





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