miércoles, agosto 29, 2012

From "An Anatomy of Addiction, Sigmund Freud, William Halsted, and the Miracle Drug COCAINE" by Howard Markel (2)


En la mañana del 5 de Mayo, 1885, en el bajo Manhattan, un obrero se cayó del andamio de un edificio. Un hueso astillado sobresalía de sus ensangrentados pantalones; un alarido lastimero señalaba su dolor; y pronto fue llevado de la escena por una ambulancia arrastrada por caballos hacia el Bellevue Hospital. 

En el hospital, en el dispensario, un joven cirujano nombrado William Stewart Halsted frenéticamente buscaba en los estantes un envase de cocaína... Sacó una dosis precisa en una jeringuilla hipodérmica, se arremangó la manga, y buscó un espacio fresco en su antebrazo de cicatrices... Casi inmediatamente, sintió una ola de alivio y una abrumadora sensación de euforia...

Los ordenanzas se apresuraron con el obrero hacia la sala de accidente del Bellevue (la finalista de la sala de emergencia de hoy) para examinación y tratamiento... Descontando los riesgos de infección y subsecuente amputación, aún en las mejores manos quirúrgicas estas lesiones a menudo llevaban "un pronóstico sin esperanza." En Bellevue, sobre la mesa en la que eran colocados estos abollados pacientes, un letrero pintado en la pared sugería los chances de recuperación: PREPÁRESE A CONOCER A SU DIOS.

Mientras el obrero se retorcía en agonía, el nombre de un cirujano cruzaba los labios de cada miembro del equipo trabajando en la sala de accidente: Halsted... Un ordenanza fue despachado para encontrar al Dr. Halsted tan pronto como sea posible. Corriendo a través de los laberínticos corredores del hospital gritaba:

¡Llamando al Dr. Halsted! 
¡Fractura fresca en la Sala de Accidente! 
¡Llamando al Dr. Halsted!

Detrás de una de esas paredes, en una cámara raramente usada, el cirujano estaba entrando a un mundo de dicha sin mente. Él oyó su nombre pero realmente no le importaba contestar. Sin embargo algo, quizas un reflejo arraigado por sus muchos años de entrenamiento quirúrgico, lo levantó a tambalear hacia el pasillo y hacer su camino bajando las escaleras... 

Entrando en la sala de accidente, Halsted fue confrontado con el agrio olor de la sangre y el remolino de doctores y enfermeras atendiendo al obrero herido... Halsted dio un paso atrás mientras enfermeras y doctores esperaban su mandato, atentos a que en un momento las bacterias podrían entrar en la herida y causar estragos, quizas dejando al obrero incapaz de caminar otra vezo aún morir de abrumadora septicemia. Para asombro de todos, el cirujano giró en sus talones, caminó fuera del hospital, y agarró un taxi que lo galopó a su casa en la calle Veinticinco Este. Una vez allí, se hundió en un olvido de cocaína que duró más de siete meses.





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