lunes, septiembre 23, 2013
The Harpies
―Su caso me hace recordar―terció el gordo atropelladamente―el caso de Emma Sonne, profesora alemana tratada por Freud, devota de los griegos antiguos y que creía que Las Harpías la perseguían molestándola constantemente, además de hacerla perder el apetito porque le robaban la comida o la envilecían, volviéndola no apta para el consumo. Así como usted, ella vivía dando manotazos en el aire. Una pregunta, ¿a qué le sabe todo?
―A mierda.
―Exacto. ¿Ha leído usted a los griegos antiguos?
―La verdad no he tenido la oportunidad.
―Búsquelos caballerete, dese esa oportunidad, que todo lo que se dice o se hace ahora, ya ellos lo dijeron o lo hicieron, pero con mucho más imaginación y mejor poesía y sin contar con Infernet.
―Trataré, ¿y qué pasó con la profesora Sonne?
―Oh un caso terrible, una de las muchas manchas de los inicios de los grandes hombres. La profesora Sonne tuvo la mala suerte de caer en las manos de Freud cuando este empezaba su idilio con la cocaína, estaba escribiendo su Uber Coca, y llegar donde Freud en ese tiempo y quejarse de cualquier cosa física o mental era seguido por una inyección de la droga milagrosa, y luego doctor y paciente continuaban tripiando por horas compartiendo dosis y dosis, pero en polvo, aplicadas a través de las fosas nasales. El tratamiento parece que fue muy severo ya que la nariz de la profesora Sonne se recintió, mostrando su disgusto con supuraciones purulentas, hemorragia continua e hinchazón masiva. Freud le pidió a su amigo el Dr Fliess que por favor operara a la profesora, y a él. El Dr Fliess viajó de Berlín a Viena, se dio varias líneas, empezó a hacer muchísimas muecas faciales, y en un dos por tres los operó a los dos: pinchando una arteria de la profesora Sonne y dejando un pedazo de gasa adentro de la nariz como souvenir del evento. Un desastre. Por cierto, ¿ya ha visto usted un psiquiatra? Le puedo recomendar una prima mía que, siendo psiquiatra, no es tecata.
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