domingo, abril 27, 2014
In Defense of Hats
Una noche del Festival de Poesía de Rosario estábamos el poeta Carlos Pardo y yo en un bar, yo tenía que leer y estaba un poco preocupado, como le corresponde a todo escritor que no sea medio atronao que
va a leer sus cosas ante un público merecedor de cosas mejores, cuando se nos unió el poeta y cantante Garamona (en las palabras de Pardo: “miembro de la antipática élite bonaerense, con evidente talento para el caos, y a mí eso me atrae”) y sin ton ni son me dice:
—Dicent, quitate el sombrero, que quiero ver algo.
—Usted sí e freco mamañema.
—Dicent no te cabrees, si nos encantó el Animal Planet.
Evidentemente Garamona se había olido que yo era calvo, o atravesando ese doloroso proceso, y tuvo razón, aunque su atrevimiento inmaduro fue simplemente una acción sólo perpetrada por imbéciles de diferentes nacionalidades y por primos dominicanos que piden dinero prestado.
¿No podemos, los solteros calvos, que no queremos peluquín ni transplante, que nos sentimos desnudos y vulnerables con el caco medio pelao a la intemperie o bajo techo frente a desconocidos, usar sombreros para tratar de engañar, digo, atraer, a alguna pareja posible, adulta de 30 a 79 años, y disfrutar del amor?
¿Les molesta esa ligera banalidad a los elegidos por la genética de tener una mata de pelos hasta los 100?
¿No hay algún político robándose los fondos públicos, o algún director de cine haciéndose millonario haciendo clavos gracias a la flamante Ley de Cine, al que usted pueda ir a darle cuerda a su Facebook o Twitter?
¿Se usa el dinero que usted paga en impuestos para comprar ese sombrero?
Claro, uno debe tener sentido común y no usar un sombrero ruso en medio del verano, pero los hay italianos carísimos con los que uno no suda nada, y protegen el caco medio pelao del sol, además de salir bien
en selfies.
Suscribirse a Entradas [Atom]